24.1.08







LUIS SALAZAR ORSI
Iquitos, 1954
     
     Escritor y compositor. Tres localidades peruanas han marcado su vida: Pucallpa, Lamas y Rioja. Casi todo lo que escribe se enmarca en su región natal. Se hizo acreedor del Premio PAUCAR el año 2007 por su valioso y permanente aporte a la cultura amazónica.
Es asesor de la Asociación Cultural Rupacucha de Rioja, ciudad donde reside desde 1996.
Ha musicalizado poemas de autores amazónicos, peruanos, latinoamericanos, europeos y universales y ha compuesto canciones en diversos géneros de la música popular. Su trabajo de creación musical e investigación musicológica y literaria han merecido varios premios nacionales, como tres premios en las Convocatorias "José María Arguedas" de la Biblioteca Nacional del Perú, en 1997 (Cancionero “Tuqui tuqui” y estudio musicológico “El carnaval riojano”) y 1999 (Cancionero “Las canciones de Natacha”); la Orden "César Vallejo" en el grado de Gran Maestro, en 1992 (por haber compuesto el “Himno a César Vallejo”), y el último, en el Concurso "Julia Rodríguez de Caro", convocado por la Dirección Regional de Educación de San Martín (ensayo “Breve compendio de literatura amazónica”).


      En 2003 ha aprendido el quechua sanmartinense y su máxima aspiración es lograr interpretar literaria o musicalmente cualquiera de las etnias aborígenes de la región amazónica peruana. 
ALGUNAS PUBLICACIONES: "La muerte del yatmandú" (cuentos, 1993), (prosa poética, 1994), ""Tierra de ternura" (prosa poética, 1994) Celajes del Mayo" (prosa poética, 1998), "Flor de las once" (poesía, 1999) y "Vino la tierra" (prosa poética, 1999). En 2001 ha publicado el libro "Dertona del Piamonte" (sobre sus antepasados italianos).
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TEXTOS:
BOA NEGRA
Vamos remando lentamente por una sacarita. Todo huele a nuevecito esta mañana, después de la brutal tempestad que ayer oscureció el cielo desde temprano, conmoviendo todos los vértices y profundidades de la selva. Shanti rema hoy con sumo cuidado, casi con dulzura: es el mejor popero que conozco. Sus diestros brazos suben y bajan rítmicamente, como en un rito elemental y obligatorio. Tenues flores blancas desprendidas de los árboles gigantes flotan sin tiempo en el espejo plateado de las aguas. De repente, cesamos de remar y dejamos que la canoa se deslice sola, en silencio. Y accedemos suavemente hacia una quebrada más ancha que el caminillo de agua por donde íbamos. Entonces escucho muy cerca algo que Shanti ya había captado desde hace rato: un repetido aletear entre el follaje. Nos acercamos. No movemos ni un solo músculo, pues se trata de algo poco común: es un aletear bullicioso y que se repite con pasmoso sincronismo. En las ramas altas de una quinilla vemos a un shansho que se desespera: intenta el vuelo una y otra vez, trata de escapar apoyándose en las ramas, con las alas, con las patas. Sube un trecho, pero cae nuevamente como si lo tiraran hacia abajo por una liga muy tensa e invisible. Y debajo, en línea recta, en la superficie del agua, sólo podemos ver una pequeñísima protuberancia fija, como un tronco que apenas sobresale del espejo líquido. Es la boa negra que ha lanzado su hilo invisible y sólo espera que el shansho agote sus fuerzas.
La mirada de la boa negra es proverbial. Dicen que el poder de su hilo hasta es capaz de vencer a un besheco distraído que tranquilo va a beber a la orilla de un río, y no pierde su efectividad hasta con el mitayero temeroso o descuidado: una vez lanzado el hilo, la presa no escaparía aunque intentara huir o aunque pasaran días y noches. El hombre o el animal atrapado en el otro extremo del hilo cederá, y finalmente terminará su aliento en las fauces pacientes de la boa negra.
EL ARCO IRIS
Para Germán Lequerica, in memoriam
Hace mucho tiempo oí decir que el arco iris nace en la profundidad de los lagos lejanos; que son los cabellos de una bella mujer que yace, dormida, bajo las aguas; y que esas cintas coloridas son como caminillos de luz por donde discurren asiduamente y juegan sin cesar todos los genios de bosque, los terrestres y los aéreos. También los adultos nos decían que no lo señaláramos con el dedo porque indefectiblemente nos saldría un angochupo debajo de la uña del dedo señalador.
Más tarde, supe que el arco iris forma muchas veces un círculo completo en la atmósfera y que desde allí corona y enjaeza nuestra esfera terrenal y nuestros sueños.
Ya cumplidos los veinte años --chacarero enamorador--, me enteré que la Juana (una vecina del caserío que malísimo me gustaba), había sido embarazada por el arco mientras se bañaba en el río, un mediodía en que la superficie de las aguas estaban pintadas de todos los colores. Entonces no pude contenerme más y esa misma tarde fui en busca de aquellos lagos, de aquella mujer de larga cabellera multicolor o de aquellas famosas coronas del planeta. A esa edad, ¿qué podrían importarme ya los angochupos?
Pero sólo encontré en medio del bosque --al amanecer del tercer día-- un espacio misterioso como torbellino enjoyado, una luz cicatrizada de innumerables flores de luz, una pintura indescriptible como de ojillos de sólidas burbujas que bañaban mi cuerpo, mi retrocarga, mi machete, mi alforja y hasta mi voz, con miles de puntitos de luces multicolores.
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De todas maneras me he juntado con la Juana, pues, aunque usted no lo crea, atento y desocupado lector, el bultajo que le nació del embarazo ni siquiera tenía forma alguna: ni ojos, ni pelos, ni voz, ni nada... Por eso, tal vez no exista en ningún idioma del mundo una palabra para nombrarlo (y menos por escrito, ahora que vuelvo a recordar lo acontecido).
Pensando en todo esto, y cada vez que llega la ocasión, yo mismo les cuento a mis hijos lo que a mí me contaron del arco iris cuando era niño. Pero guardo para mí solito lo que esa mañana viví, cuando fui rodeado y tocado por él, en medio del bosque. Y creo que con los dos bocados de arco iris que entonces me tomé, develé --a mi entender-- uno de los mayores misterios de la selva amazónica. A los veinte años.

23.1.08

LUIS ALBERTO VÁSQUEZ





  LUIS ALBERTO VÁSQUEZ

  Moyobamba, 1963

Estudió periodismo y trabajó en diversos medios de comunicación del país. Su pasión por la prensa escrita le convierte en un colaborador permanente de multiples publicaciones regionales, Fundó la revista EL BUHO y es el creador de uno de los personajes más queridos y carismáticos de la prensa amazónica: El Mashita Jergón. Su creciente producción literaria descubre a un poeta sensible, tierno, íntimo y confesional y, como no, solidario a temas vitales y humanos. Ha ganado premios en poesía y narrativa en los juegos florales de la región San Martín.
Libros publicados:
Maestra Vida, Confesiones Bajo la Luna , La Vida Continúa.
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Textos:
YO SOY EL BOSQUE
Yo soy el bosque
que te cuida
y te da sombra
cuando el sol
se embravece
sobre tu espalda
Yo soy el bosque
que te protege
con mis ramas
y mis hojas
del viento fuerte
en medio del
silencio.
Yo soy el bosque
que te da vida
agua, luz
y tantas veces
alegría.
Yo soy el bosque
que cuida
a los pajarillos
que cruzan el azul
del cielo
y descansan
duermen y viven
en mis casas.
Yo soy el bosque
que converso con la luna
con el sol
con la lluvia
con el viento.
Yo soy el bosque
que mira de reojo
cuando el amor
me visita
sobre mis pampas
a orillas de mis ríos
Yo soy el bosque
que a veces
sufro y lloro
cuando hay hombres como tú
que con sus filudas
hachas, machetes y
motosierras de
la muerte
destrozan mi vida
y las raíces de mi alma.
Yo soy el bosque
que sangra
ante la muerte
cotidiana
que caigo desde
el cielo
gritando
llorando
aplastando
a mis hermanos
Yo soy el bosque
que a pesar del maltrato
que recibo
de los humanos
como tú
te seguiré
protegiendo
y queriendo
de por vida.
Yo soy el bosque
que a pesar
de sufrir
mutilaciones
a mis flores
rojas, violetas
azules, amarillas
jamás podrán detener
la primavera
donde florecemos
desde el fondo
de la tierra
para seguir
amando
a la vida.
JUNTO AL RÍO

A Mariella
La noche nos alumbraba
con su canto
y en sus ojos pequeñitos
se descifraba la locura
eterna de la vida
las aguas del río
del amor
tocaban nuestros pies
la madrugada mas bella
del verano.
como una sirena misteriosa
apareciste desnuda ante mis ojos
y me envolviste loca de amor
sobre las piedras del Cumbaza
en medio del pecado y
la bravura de las aguas
profundas de tu cuerpo.
PALOMA
Estoy seguro paloma de mis ojos
que desde el fondo del vientre
de tu madre
escuchas mis palabras
y mi angustia de verte pronto
entre mis brazos
para cantarle en tu nombre
al amor y a la vida.
Paloma de mis sueños
debo decirte
que el mundo a donde llegas
está cerca de la guerra
hay dolor en los ojos
de las flores
y en la mirada tierna
de los gatos
sobre el tejado
mojado por la lluvia.
A pesar de todo
paloma de mi vida
quiero que vengas
con tus sueños
y tus bucles alborotados
a alegrar mi corazón
por donde tantas veces
ha caminado la tormenta
con tu tristeza en hombros.
Eso sí
Palomita mensajera
tendrás que perdonarme
por no poder llevar
el amor a tu casa
ni a los bosques misteriosos
de mi selva.
Sólo tendrás muñequitas
con rostros de ternura
carasucias bonitas
con corazón de trapo
y por supuesto
a Fausto
el búho de la casa
que está encargado
de cuidarte
de los peligros
y amenazas de este mundo.
Hubiera sido deshonesto
Paloma de mi alma
ocultarte la verdad
de lo que está pasando
al otro lado de los ojos
de tu madre.
Te prometo
que serás parte de mi vida
que caminaremos juntos
por las colinas mas altas
del desierto
cantando los boleros eternos
de mi padre
soñando con ver algún día
la alegría en el rostro
de los niños
de la mano en el patio
de la escuela.
PAPA FELIZ
No soy sino
un padre feliz
con tu presencia
que canta melodías
de colores.
No soy sino
un hombre feliz
con tu mirada
que salta en medio
de los bosques
como los conejos blancos
de oreja con resortes.
No soy sino
un predicador de la vida
que grita su alegría
a las mariposas azules
que vuelan misteriosas
por el patio de la casa.
No soy sino
un inventor de la felicidad
porque tengo tus ojos
porque tengo tu amor
porque tengo tu coraz
latiendo
aquí en mis manos.
No soy sino
un conejo bailarín.

22.1.08



BORIS GONZALES MACEDO
Tiruntán, 1950

Estudió educación en la Universidad Nacional del Centro. Se desempeñó como docente en la Universidad Nacional de Pucallpa. Gran animador cultural. Ha dirigido la Casa del Poeta-Filial Ucayali.
Su poesía culta y refinada está siempre en la búsqueda de nuevas formas de expresión y estilo, manteniendo inalterable una honda ternura, donde se hallan palpitantes sus vivencias selváticas. En sus dos penúltimos libros construye con delicadeza y finura, haykús y tankas de gran belleza y significado infinitos.

Algunas publicaciones: A propósito de la piel de buho, La estación esperada, La luz conquistada, Tortuguin, Fabulando, Sakura y Tanka, Poesía UcayalinaAntología Tomo I

textos:

HAYKUS Y TANKAS


En plena maraña

ruge el tigre:

la selva se agazapa.

Lago inmenso

iris de un dios bárbaro:

¿Quién en tu memoria se murió de sed?

En primavera el iris

cambia su ropa después de la lluvia:

¡Ah, sabida, veleidosa!

El aire fresco

sólo toca tus sueños:

Yo, otra cosa.

Habla la madre:

alegría y flores

llenan la casa.

El suy-suy trina:

él tambien sabe que oyes

su dulce aria.

Ejército

legión imbatible:

mis libros en la biblioteca.

Sueño de Karen,

sonrisa sobre el agua:

ritual de luz.

YARINA COCHA

Herradura de

luna, río y selva,

¡Tal tu belleza!

RIO

El río en la poza

acurruca sus peces

en ternura líquida.

¡Oh! Rey, sobre tu lecho

de amor, la luna se baña.

LIBELULA

La libélula

golpea y golpea

la suave charca.

Viéndola golpear:

El agua de amor, rie.

NOCHE Y ALBA

Vuela sobre su

propia imagen, la noche.

Se cree eterna.

Trizas su luz y vida

en vino el alba nace.

ALTURAS

El viento barre

con manos de armiño

tu dulce pecho.

Truhan entrometido:

¡las alturas me pertenecen!

HOSTIA

Entre el follaje

con ojos de ardilla

la luna mira.

Hostia enamorada:

¡Aquí, tu amor, en mi cáliz!

TOCA Y TOCA

Afuera llueve

no sé si es tu sueño

o el mío

que toca y toca las

puertas de la noche.


VIDENTE

El otoño arroja

sus ideas viejas

como estiércol.

Vidente, cuerdo y sabio

¡El hombre no te imita!
LUNA

La luna sóla

(corazón y el agua)

¡Mira, flota!

El agua embelezada

canta, refleja y bebe.

SUEÑO

Se ha dormido

la azul catarata

en su estruendo.

¡Y es arco en cascada

su sueño desplegado!

FLAUTERO
Feliz flautero

sobre la rama de otoño

que te cobija.

Viéndote cantar, dudo:

¿Las hojas son tus sueños?



EL AGUA

En el rocío

convertido en arcángel

¡Oh!, duerme el agua.

¡Cállense! ¡Si despierta!

¡Argentina pureza!

POETA

Hombre común,

alfarero del tiempo.

¡Poeta, tú!

En el Olimpo, Dios,

melodía en la lira.

GANANCIA

Vienes y ¡listo!

la vida está ganada

y con réditos.

GUARDIAN

Alegre puerta

sin pensar eres guardián

de todas mis flores.

HUIDA

La charapa corre:

la extinción viviendo

en arenas y huellas.

LA NOCHE

Como un beodo

ciego huye la noche:

parición de luceros.

PICAFLOR

Muñeco célibe,

miniatura de azúcar:

dulce picaflor.

RÓGER RUMRRILL


 RÓGER RUMRRILL
Iquitos,1938
Escritor y periodista especializado en ecología y desarrollo sostenible en el trópico sudamericano y en particular de la Amazonía Peruana. En la actualidad es asesor de organizaciones indígenas y campesinas de la región andino amazónica. Ha publicado una veintena de libros sobre la compleja realidad amazónica, incluyendo poesía, narraciones, ensayos, historia, guiones de cine y cientos de artículos tanto en la prensa peruana como en la internacional.
Algunos de sus libros:
Poesía : Magias y canciones, Axpikondiá, Memorias desde un otoño;
Narración: Vidas mágicas de tunchis y hechiceros, El venado sagrado, La anaconda del Samiria, Narraciones de la Amazonía;
Ensayo: Reportaje a la Amazonía, Los condenados de la selva (en coautoría con Pierre de Zutter), Amazonía hoy. Crónicas de emergencia, Narcotráfico y violencia política en la Amazonía Peruana. Dos nuevas variables en la vieja historia de la selva alta y baja del Perú, Pioneros de Loreto (en coautoría con Fernando Barcia García).

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Textos :
GOLONDRINAS
Desde hace algunos meses, millones de golondrinas casi se han posesionado de la ciudad. Son capaces inclusive de negarnos la luz que nos alumbra y el calor que nos caliente, cuando en las tardes sobrevuelan la ciudad y cubren con el océano de sus alas el ojo brillante del sol.
Todo comenzó hará unos cinco meses. Súbitamente, la ciudad se quedó en penumbra y todo el mundo comenzó a gritar: ¡eclipse, eclipse, eclipse! Los niños abandonaron sus juegos; los vehículos pararon sus motores; los peatones, en la calle, detuvieron su paso; los comensales en los restaurantes se quedaron con el tenedor o la cuchara en la boca. La ciudad se quedó en silencio sólo para oír el extraño y poderoso rumor, como una tempestad tropical, que producían el gorjeo y el chillido de esos millones de animalitos que sobrevolaban la ciudad.
El mar de alas y picos se entretuvo así durante dos horas. Luego, por grupos seguramente conformados por miles de avecillas, empezaron a descender en picada formando gigantescos tirabuzones de plumas, vertiginosos embudos de aire y gorjeos, flechas de plumas que competían con la velocidad del aire. Se apoderaron de los árboles de pomarrosas de la Plaza de Armas; de los aleros y torres de la Iglesia Matriz, de los caimitos, zapotes, naranjeros y shiringas de las huertas y de las techumbres de las casas. Se pararon con sus patitas delicadas en las antenas; penetraron en los escaparates de las tiendas para columpiarse en los biombos de exhibición de géneros y se introdujeron en las jaulas de pericos y gorriones de las casas. No había árbol en la ciudad que no tuviera, en vez de hojas y frutos, golondrinas.
Empezaron a ocurrir, a partir de ese día, incidentes que han modificado y alterado la vida de la ciudad y sus gentes.
Reunidos en sesión solemne y extraordinaria, el honorable Concejo Provincial de Maynas, con asistencia de todos sus miembros, excepto uno que estaba en cama cogido por la erisipela, acordó tomar medidas de emergencia para defender el ornato de la ciudad y mantener incólume el prestigio de su limpieza a la cual contribuían las lluvias tropicales que lavaban gratuita y puntualmente las calles y callecitas y los gallinazos que habitaban las techumbres de calamina y los basurales del camal y del puerto de Belén y que devoraban las carroñas a enérgicos picotazos, mientras los asombrados turistas gringos disparaban sus “mamiyas” recogiendo esas inolvidables impresiones.
-No es posible que estos pájaros vengan a cagar nuestra ciudad, ensuciando los pamorrosas de la plaza- había dicho el alcalde Juan Arredondo.
Teniendo a la vista este argumento justificado plenamente con el olorcillo a mierda que se filtraba desde la plaza por las ventanas al gran salón de sesiones del Concejo, por unanimidad, los padres de la ciudad acordaron solicitar a los bomberos que cada noche, después que las golondrinas se hubieran acurrucado en el entrevero de ramas de las pomarrosas, vinieran con sus bombas y con poderosos chorros de agua las desalojaran y mataran en resguardo de la belleza de los árboles que estaban cambiando de color con la cada de las golondrinas.
Pero mientras el acuerdo del honorable Concejo se transcribía mediante resolución municipal a la Comandancia del Cuerpo de Bomberos y éste, a su vez, se reunía en sesión solemne para responder mediante un oficio en sobre lacrado y sellado, pasaron varios días.
Durante esos días, el espectáculo de las golondrinas se había convertido en la comidilla de todo el mundo, de propios y extraños, como decían los diarios y radioemisoras locales. Cada tarde, a la hora en que las avecillas sobrevolaban la ciudad preparándose para sus acrobáticos descensos luego de haber volado por el confin de la Amazonía en busca de alimentos, parejas de enamorados y esposos llegaban a la plaza para mirar ese ballet aéreo que nadie en la ciudad había organizado y que, sin embargo, concitaba la atención de todos. Esposos que se habían olvidado hacía mucho tiempo de coger las manos de sus esposas y pasearse con ellas como en sus días de noviazgo, volvían otra vez a repetir el paseo habitual por la plaza para mirar las golondrinas. Padres de familia que en muchos años no habían llegado a sus casas a las seis de la tarde por haberse acostumbrado a quedarse a esa hora en el bar de “Pablito” a mitigar el calor tropical con una cerveza, repetían una vez más sus paternales hábitos –ya dejados de lado- de llevar a sus hijos de la mano a dar un paseo por el parque.
-¡Vamos a la plaza a mirar las golondrinas!- decían los jóvenes quinceañeros y se iban al Malecón a besarse a la sombra de las pomarrosas cargadas de golondrinas.
Hasta el ciego Román había alterado sus costumbres. Hacía años que no salía en las tardes y menos en las noches. Pero con la llegada de las golondrinas salía a las seis y se dirigía a la plaza sin lazarillo, sólo ayudado por su bastón de palo de itaúba y decía que él podía mirar a las golondrinas como cualquiera que tuviera ojos por el gorjeo y chillidos que éstas emitían.
Esa, por ejemplo, debe tener 16 centímetros y tiene 7 meses de edad. Ese otro es macho y la otra es hembra. Esa gorjea más fuerte que las otras porque no ha comido bien. Esa otra chilla de una manera muy rara, debe estar herida decía el ciego Román.
Algunas tardes, cuando estaba de buen talante, el ciego Román se paraba sobre una banca de la plaza, a la sombra de las golondrinas, y se explayaba en largas explicaciones sobre ornitología, ciencia que, decía, le apasionaba desde los lejanos días en que era práctico o guía de las lanchas que navegaban en los ríos amazónicos y, por lo tanto, podía ver en la oscuridad y tenía una vista de lechuza, como solía decir.
Estas golondrinas han viajado miles de kilómetros. Seguramente han atravesado el océano para llegar aquí, quizá en busca de alimentos, porque a ellas no les gusta el bosque, no les gusta el trópico y tampoco las regiones polares. Seguramente han llegado de alguna región del mundo donde ha habido un cataclismo y el clima y las condiciones de vida en esa parte del planeta han variado bruscamente- repetía el ciego Román ante la mirada embobada de los niños, los padres, los enamorados, los turistas y todos los curiosos que asistían a la Plaza de Armas para ver las golondrinas y escuchar al ciego Román.
Cuando la orden de desalojo de las golondrinas finalmente llegó al escritorio del Comandante de los Bomberos, quince días después de la sesión solemne del Concejo Provincial, ya se había formado un Sindicato de Defensa de las Golondrinas, y una Brigada de Lucha de los Recursos Naturales y Preservación de la Ecología integrada por padres de familia, enamorados, turistas, el ciego Román, guardias civiles, estudiantes, algunos militares, bomberos y nativos de las tribus indígenas que habitaban en las proximidades de la ciudad como yaguas, cocamas y cocamillas. Estos últimos veían en las organizaciones mencionadas la posibilidad de utilizarlas a favor de una campaña nacional sobre los recursos naturales amazónicos que durante miles de años han sido patrimonio de estas tribus y que ahora, devorados por un insaciable e inagotable consumismo urbano-industrial, están siendo destruidos con riesgo de una rápida y fatal agonía biológica de los más antiguos habitantes de la jungla.
Fueron estas dos organizaciones que se opusieron tenazmente a la aplicación de la medida decretada por el Concejo, a través de acciones concretas de lucha y resistencia. Así, mientras el sindicato regaba de tachuelas el perímetro de la Plaza de Armas para pinchar los neumáticos de los carros bomberos, la brigada formaba con sus brazos verdaderas cadenas humanas alrededor de los árboles. Otras veces, cientos de integrantes del sindicato paseaban un muñeco que representaba al alcalde picoteado por las golondrinas, mientras que los brigadistas arrojaban las golondrinas muertas por los bomberos en las puertas de las casas de los honorables miembros del Concejo Provincial, impidiendo además que los servicios de Baja Policía, así como los perros vagabundos, recogieran esas golondrinas que, con el calor húmedo del trópico, en pocas horas, se pudrían e inundaban la ciudad de una pestilencia insoportable.
Luego de más de un mes de escaramuzas, que costó la vida a aproximadamente diez mil golondrinas y la prisión temporal de trece miembros del Sindicato y veintiún brigadistas, el honorable Concejo Provincial de Maynas levantó la orden de matanza de las golondrinas y cambió el sentido de la resolución municipal. En adelante, la Comandancia de Bomberos no sólo se encargaría de proteger a las golondrinas de los semillazos de aguaje de los muchachos y de los cazadores que, red y bolsa en mano, llegaban furtivos exactamente a las seis y treinta y cinco de la tarde, en el mismo instante en que se hace la noche –diez minutos antes de que se encienda el alumbrado público-; asimismo, la Comandancia también se ocuparía de lavar con sus potentes chorros de agua los árboles y las hojas embadurnadas de mierda de golondrina, hubieran levantado vuelo con dirección a los lugares más remotos de la Amazonía, allí donde fuertes ventoleras procedentes del Atlántico empujaban nubes de mosquitos, zancudos y otros insectos que eran la delicia de los pájaros.
Una semana después de haber dispuesto las más extremas medidas de protección para las avecillas y de la inevitable disolución del Sindicato de Defensa de las Golondrinas y la Brigada de Lucha de los Recursos Naturales y Preservación de la Ecología, bajo la amenaza de los yaguas, cocamas y cocamillas de fundar una organización paralela y combativa con fines y objetivos más claros y precisos, el alcalde Juan Arredondo volvió a convocar a otra sesión solemne.
-Honorables miembros del Concejo Provincial de Maynas, he convocado a esta sesión solemne para proponer a ustedes, que representan a toda la colectividad y sus intereses más sagrados, que en vista de que las golondrinas se han convertido en una de nuestras más importantes fuentes de ingreso de divisas, ya que de todo el mundo están llegando los turistas que vienen a admirar este espectáculo extraordinario, se disponga mediante resolución municipal que las golondrinas se queden no sólo éste sino el próximo y el próximo y todos los veranos en los años sucesivos de la Amazonía– expresó con voz grave y afectada, el alcalde Juan Arredondo.
La propuesta del Alcalde fue aprobada por unanimidad y, al día siguiente, los diarios publicaron en primera página y con titulares gordos el “atinado y sagaz” acuerdo del honorable Concejo Provincial y destacaban la “visionaria inteligencia” del alcalde Juan Arredondo.
Un tiempo después que el municipio expidió esta resolución, empezaron a circular algunos inquietantes rumores y extrañas interpretaciones sobre la presencia de las golondrinas en la Amazonía.
Una de estas versiones –la más difundida- decía que la presencia de millones de golondrinas en el bosque húmedo tropical, era el anuncio de algún cataclismo inminente, tal como ocurrió hacía más de cien años en la Amazonía cuando una noche estrellada de junio, una noche de San Juan, el Patrono de Iquitos, atravesó el cielo, iluminándolo, como un día cualquiera de sol canicular, el cometa Halley con su cabeza y su cola de fuego, y las gentes de Iquitos, Contamana, Nauta y Jeberos temblaron de miedo y de asombro e interpretaron esta aparición como el presagio de acontecimientos memorables.
Al día siguiente, hicieron su aparición millones de golondrinas, de una de las setenta y cuatro especies que pueblan el planeta y que, según los informes científicos de la época, habían atravesado en un solo vuelo los océanos Atlántico y Pacífico y todo el gran valle del Amazonas en una travesía de cuarenta mil kilómetros, viajando día y noche, guiándose por la posición del sol y de las estrellas en la noche. Ese mismo mes, justo el último día de la fiesta patronal, una nube negra, como un inmenso gallinazo, se detuvo sobre la ciudad a las cinco de la tarde. A eso de las siete y media de la noche, se rompieron los cántaros del cielo y comenzó una lluvia que sólo se detuvo un mes más tarde, cuando los gatos y los cerdos, la gallinas y los perros habían sido totalmente exterminados por el hambre, y la ciudad aparecía flotando, como una balsa gigante que navega en un mar de islas de bosques arrancados por la creciente del gran río. Durante meses, los gallinazos se entretuvieron picoteando la carroña de los ahogados colgados en las copas de los cedros gigantes y de las lupunas barrigudas.
Esta versión, cuyo autor no había sido identificado, pero se suponía era el shamán de una tribu indígena en trance de extinción –“los Iquitos”- decía que mucho antes que llegaran los jesuitas y franciscanos a la Amazonía, mucho antes incluso de la llegada de los hombres blancos y barbudos con sus pestes y sus armas de fuego, antes incluso de que los tupinambaranas construyeran un imperio tan grande sobre la Amazonía que allí si no se ponía el sol, porque las ciudades y los pueblos estaban debajo del agua, en las profundidades de las cochas y las pozas y a donde sólo se llegaba con la llave maestra del yage, mucho antes las golondrinas habían anunciado con sus gorjeos y chillidos, con su caca verdosa y su vuelo suave y suelto, su insaciable hambre de insectos, el hundimiento de un reino que se llamaba Atlántida, poblado de hombres gigantes como los árboles y no de cuyos sobrevivientes, según una leyenda que fue trasmitida por todos los pueblos y razas que habitaron la Amazonía, había anunciado que cuando aparecieran otra vez las golondrinas, cien lunas después de que una cola de fuego iluminara la noche amazónica, algo inminente estaba por acontecer.
Coincidentes con estos rumores e interpretaciones están ocurriendo en la ciudad algunos sucesos que la gente no sabe si atribuirlos a la casualidad, a la hechicería o a las bromas de algún individuo juguetón o quien sabe a una mano o poder misteriosos que quiere comunicar el gran acontecimiento que se avecina.
Así, por ejemplo, el otro día don Pascual Fasavi, un viejo cauchero de ochenta años, abrió su baúl forrado en cuero y reforzado con tiras de hojalata –como solían hacerse los baúles a principios de este siglo en la casa del hojalatero Barbagelata- y cuál no sería la sorpresa de Fasavi, cuando del fondo del baúl salieron vivitas y gorjeando un puñado de golondrinas que se escaparon por la ventana. El viejo Pascual contó a sus vecinos que en el baúl guarda documentos de negocios de ventas de caucho efectuadas en 1910 con casas importadoras de Londres, así como también colecciones de ediciones que hace tiempo han dejado de circular. La última vez que abrió el baúl fue hace diez años y lo hizo para cambiar la chapa herrumbosa y asegurar la llave en un llavero, que jamás ha salido del pasador de su pantalón.
Pero eso es lo de menos, como dicen las gentes en Iquitos, comparado con el incidente que acaba de vivir doña Goya Góngora, quien dejó hirviendo su sancochado de carne de vaca y luego de media hora de fuego intenso con trozos de la mejor leña de capirona, al destapar la olla para echar sal y condimentos, como en los cuentos de las mil y unas noches, junto con el vapor de la sopa salieron volando dos golondrinas que no tenían la menor traza de haberse ni siquiera salpicado con la sopa hervida.
El cajero de una tienda que vende hierros para construcción fue a dar vuelto a un cliente y se encontró con la sorpresa de que en la caja eléctrica en vez de monedas de a sol y cinco soles, había huevos blancos con manchitas grisáceas, es decir, huevos de golondrinas.
Sin embargo, acaba de suceder un hecho que está en la boca y en la imaginación de toda la gente. La noticia de este acontecimiento ha volado de un punto a otro de la ciudad, como viento que penetra en las casas por las puertas y ventanas hasta los más diminutos escondrijos. Las gentes agrupadas en las esquinas lo comentan; los diarios y las radioemisoras, aunque tienen la información, se niegan a difundirla por temor a provocar un pánico colectivo; los médicos se han reunido de emergencia para analizar las implicancias científicas de este suceso. Incluso los curanderos, médicos vegetalistas y shamanes de la Amazonía, están llegando a Iquitos para emitir un pronunciamiento sobre este hecho. En las escuelas, los maestros no pueden dictar sus clases porque los niños los interrumpen formulándoles preguntas que ellos no saben cómo responder. En los hogares, los padres están pasando por los mismos aprietos. En realidad, nadie sabe cómo responder, nadie sabe cómo explicar por qué una mujer cuyo nombre los médicos del hospital mantienen en reserva, en vez de dar a luz a un bebé común y corriente como todas las mujeres del mundo, ha dado a luz una golondrina.
Además, por primera vez en cinco meses, hoy día las golondrinas no han regresado a ocupar sus árboles de pomarrosas en la Plaza de Armas, y toda la gente de la ciudad ha salido a las calles a esperarlas. Ya son más de las siete de la noche y la gente está cada vez más inquieta. Finalmente, yo no sé si estarán esperando a las golondrinas o al gran acontecimiento que tiene que ocurrir.

21.1.08

SUI YUN







                               SUI  YUN

Poeta nacida en Iquitos de padres chinos. Es autora de los poemarios: Cresciente, 1977 California, E.E.U.U. , Rosa fálica, 1983 Lima, Perú y Soy un animal con el misterio de un ángel 1999 y 2000 segunda edición, Lima, Perú.
Su poemario Cantos para el mendigo y el rey (2000) Wiesbaden, Alemania ha sido presentado en la Feria de Libros de Frankfurt en edición bilingüe.
textos:
                                                                                                                                                                 Para borrar mis pecados

he lamido la punta del mal 

lo mismo que hizo Eva

nuestras ansias acabaron succionando
las astas de los arboles
extrayendo gota a gota la savia del manzano
Para apartarme del mal
he atiborrado mis tinajas de recuerdos
soplando, invocando
sedas ignotas
que emanan de mi cuerpo
Para apartarme del mal
he añadido cada letra de tu cuerpo en mi cuerpo
tatuando cada imagen, cada aroma, cada signo en mi aliento
Para apartarme del mal
he recorrido el polvo desdibujado de la sombra.
(inédito) 


¿Quién tiene mi mancha
el pegaso de los arboles
a dónde acuesta
el nido sus entrañas?
(del libro Cantos para el mendigo y el rey)


Dicen que el trigo
amenaza con el viento
la visión del cielo
y que el rostro de Dios
exuda en lo alto
el contorno del Universo
Para crearnos, para vencernos
recostados a la sombra de un viejo eucalipto
nuestra plegaria de luz se sumerge en
el canto del follaje eterno.
(del libro Cantos para el mendigo y el rey)
a Wolf-Dietrich

Me he guardado tanto para creer en mi pobreza
para arrepentirme de la igualdad de tu carne
y no basta el amor óseo que me prodigas
apenas
por las mañanas
¿Dónde está aquel dolor
que yo llamo girasol?
¿Dónde el muro que mis piernas
conocieron y atravesaron ?
a cada paso de tu silencio
se abre una cúpula
sin saber a quién pertenece
¿por qué el candor de tus manos
corren frías como tizas en mi cuerpo?
Ayer
no hubo tiempo para acurrucarnos
como
palomas
sin cresta
sin soberbia
sin amparo
ni violencia
Yo
he guardado tu camino
frente a la intemperie
y
termino
apretándome
contra
el viento
el silencio
de
tus
voces.
(del libro Soy un animal con el misterio de un ángel)

                       Werner  Bartra Padilla   Moyobamba (1970). Profesor de lengua y literatura y abogado por la Universidad...