24.1.08







LUIS SALAZAR ORSI
Iquitos, 1954
     
     Escritor y compositor. Tres localidades peruanas han marcado su vida: Pucallpa, Lamas y Rioja. Casi todo lo que escribe se enmarca en su región natal. Se hizo acreedor del Premio PAUCAR el año 2007 por su valioso y permanente aporte a la cultura amazónica.
Es asesor de la Asociación Cultural Rupacucha de Rioja, ciudad donde reside desde 1996.
Ha musicalizado poemas de autores amazónicos, peruanos, latinoamericanos, europeos y universales y ha compuesto canciones en diversos géneros de la música popular. Su trabajo de creación musical e investigación musicológica y literaria han merecido varios premios nacionales, como tres premios en las Convocatorias "José María Arguedas" de la Biblioteca Nacional del Perú, en 1997 (Cancionero “Tuqui tuqui” y estudio musicológico “El carnaval riojano”) y 1999 (Cancionero “Las canciones de Natacha”); la Orden "César Vallejo" en el grado de Gran Maestro, en 1992 (por haber compuesto el “Himno a César Vallejo”), y el último, en el Concurso "Julia Rodríguez de Caro", convocado por la Dirección Regional de Educación de San Martín (ensayo “Breve compendio de literatura amazónica”).


      En 2003 ha aprendido el quechua sanmartinense y su máxima aspiración es lograr interpretar literaria o musicalmente cualquiera de las etnias aborígenes de la región amazónica peruana. 
ALGUNAS PUBLICACIONES: "La muerte del yatmandú" (cuentos, 1993), (prosa poética, 1994), ""Tierra de ternura" (prosa poética, 1994) Celajes del Mayo" (prosa poética, 1998), "Flor de las once" (poesía, 1999) y "Vino la tierra" (prosa poética, 1999). En 2001 ha publicado el libro "Dertona del Piamonte" (sobre sus antepasados italianos).
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TEXTOS:
BOA NEGRA
Vamos remando lentamente por una sacarita. Todo huele a nuevecito esta mañana, después de la brutal tempestad que ayer oscureció el cielo desde temprano, conmoviendo todos los vértices y profundidades de la selva. Shanti rema hoy con sumo cuidado, casi con dulzura: es el mejor popero que conozco. Sus diestros brazos suben y bajan rítmicamente, como en un rito elemental y obligatorio. Tenues flores blancas desprendidas de los árboles gigantes flotan sin tiempo en el espejo plateado de las aguas. De repente, cesamos de remar y dejamos que la canoa se deslice sola, en silencio. Y accedemos suavemente hacia una quebrada más ancha que el caminillo de agua por donde íbamos. Entonces escucho muy cerca algo que Shanti ya había captado desde hace rato: un repetido aletear entre el follaje. Nos acercamos. No movemos ni un solo músculo, pues se trata de algo poco común: es un aletear bullicioso y que se repite con pasmoso sincronismo. En las ramas altas de una quinilla vemos a un shansho que se desespera: intenta el vuelo una y otra vez, trata de escapar apoyándose en las ramas, con las alas, con las patas. Sube un trecho, pero cae nuevamente como si lo tiraran hacia abajo por una liga muy tensa e invisible. Y debajo, en línea recta, en la superficie del agua, sólo podemos ver una pequeñísima protuberancia fija, como un tronco que apenas sobresale del espejo líquido. Es la boa negra que ha lanzado su hilo invisible y sólo espera que el shansho agote sus fuerzas.
La mirada de la boa negra es proverbial. Dicen que el poder de su hilo hasta es capaz de vencer a un besheco distraído que tranquilo va a beber a la orilla de un río, y no pierde su efectividad hasta con el mitayero temeroso o descuidado: una vez lanzado el hilo, la presa no escaparía aunque intentara huir o aunque pasaran días y noches. El hombre o el animal atrapado en el otro extremo del hilo cederá, y finalmente terminará su aliento en las fauces pacientes de la boa negra.
EL ARCO IRIS
Para Germán Lequerica, in memoriam
Hace mucho tiempo oí decir que el arco iris nace en la profundidad de los lagos lejanos; que son los cabellos de una bella mujer que yace, dormida, bajo las aguas; y que esas cintas coloridas son como caminillos de luz por donde discurren asiduamente y juegan sin cesar todos los genios de bosque, los terrestres y los aéreos. También los adultos nos decían que no lo señaláramos con el dedo porque indefectiblemente nos saldría un angochupo debajo de la uña del dedo señalador.
Más tarde, supe que el arco iris forma muchas veces un círculo completo en la atmósfera y que desde allí corona y enjaeza nuestra esfera terrenal y nuestros sueños.
Ya cumplidos los veinte años --chacarero enamorador--, me enteré que la Juana (una vecina del caserío que malísimo me gustaba), había sido embarazada por el arco mientras se bañaba en el río, un mediodía en que la superficie de las aguas estaban pintadas de todos los colores. Entonces no pude contenerme más y esa misma tarde fui en busca de aquellos lagos, de aquella mujer de larga cabellera multicolor o de aquellas famosas coronas del planeta. A esa edad, ¿qué podrían importarme ya los angochupos?
Pero sólo encontré en medio del bosque --al amanecer del tercer día-- un espacio misterioso como torbellino enjoyado, una luz cicatrizada de innumerables flores de luz, una pintura indescriptible como de ojillos de sólidas burbujas que bañaban mi cuerpo, mi retrocarga, mi machete, mi alforja y hasta mi voz, con miles de puntitos de luces multicolores.
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De todas maneras me he juntado con la Juana, pues, aunque usted no lo crea, atento y desocupado lector, el bultajo que le nació del embarazo ni siquiera tenía forma alguna: ni ojos, ni pelos, ni voz, ni nada... Por eso, tal vez no exista en ningún idioma del mundo una palabra para nombrarlo (y menos por escrito, ahora que vuelvo a recordar lo acontecido).
Pensando en todo esto, y cada vez que llega la ocasión, yo mismo les cuento a mis hijos lo que a mí me contaron del arco iris cuando era niño. Pero guardo para mí solito lo que esa mañana viví, cuando fui rodeado y tocado por él, en medio del bosque. Y creo que con los dos bocados de arco iris que entonces me tomé, develé --a mi entender-- uno de los mayores misterios de la selva amazónica. A los veinte años.

                       Werner  Bartra Padilla   Moyobamba (1970). Profesor de lengua y literatura y abogado por la Universidad...