24.11.12

LITERATURA ORAL AWAJUN



                                                                            

                               Historia de Bíkut (Bikut augmatb)
                                   Este artículo versa sobre uno de los mitos más importantes           de la cosmogonía awajún. El texto es una adaptación resumida del testimonio de los siguientes informantes: Robinson Yagkitai y Majia Pitg, de Bajo Naranjillo; Arturo Tentets Jiukam y Anjia Kunam Entsakua, de Bajo Túmbaro, y Samuel Besen Wajai, de Kunchún. Este testimonio colectivo fue publicado en edición bilingüe awajún-castellano, con ilustraciones, por el Centro de ingeniería sanitaria del medio ambiente y salud pública (CISCAP), en Moyobamba, sin fecha de edición, en un libro de 44 páginas, que debería volver a editarse. Nosotros, conscientes de la importancia que tiene historia y personaje mítico para el futuro de la cultura awajún y el fomento de la educación intercultural en nuestra región, y, además, por la diafanidad y belleza del relato, hemos adaptado y redactado de nuevo el texto y lo damos para su publicación en esta oportunidad.
                                                                                                                    Luis Salazar Orsi


           Para la cultura awajún Bíkut representa el modelo de sabiduría y valentía que se puede alcanzar siguiendo el camino a la perfección. Bíkut era un varón de talla baja, ágil, inquieto, de pensamiento profundo y célibe durante toda su vida.

          En los tiempos antiguos, para obtener autoridad y liderazgo en el mundo awajún, era necesario prepararse física y espiritualmente: para la guerra y para obtener sabiduría y poder. Por eso, escuchando los consejos de los ancianos y de su padre, Bíkut inició a temprana edad el camino de la preparación espiritual, junto a una caída de agua, y tomando preparados de ayahuasca, toé y tabaco, durante muchos días de ayuno y abstinencias. En una de las tantas tomas se le apareció un enorme otorongo, en medio de rugidos ensordecedores y potentes relámpagos: era el espíritu de un antiguo guerrero que había tomado la apariencia de ese animal para comunicarse con Bíkut y transmitirle su sabiduría: conocer el corazón y los pensamientos de las personas, saber ser un gran guerrero, ser capaz de ver el destino de su pueblo y saber enseñar las leyes a todos sus hermanos. Cuando regresó a su casa, Bíkut ya sabía que era un waimaku (dueño de una visión). Todos le miraron sorprendidos y le escucharon que repetía una y otra vez: “Me he transformado en un bíkut, me he vuelto un bíkut, ¡soy un bíkut!”

           Sin embargo, a todos los que violaban de las leyes que él enseñaba, a los haraganes y a quienes iban contra el orden social, Bíkut los eliminaba con su lanza. Por eso, sus hermanos decidieron amarrarlo a un horcón de la casa. Allí comía, dormía y estaba todo el tiempo. Solo era desatado cuando había guerras contra los enemigos, pues Bíkut causaba él solo muchas muertes y terror, porque no existía otro hombre con su poder, y porque en medio de la lucha él podía aparecer y desaparecer, y estar al mismo tiempo en dos sitios diferentes.

          Existía preocupación y extrañeza entre los pueblos rivales porque no podían comprender cómo un solo guerrero tuviese tales poderes y pudiese causar tantas muertes. Se reunieron para ver qué podían hacer, capturaron a un guerrero awajún y, después de torturarlo, se enteraron del secreto del poder de Bíkut.

          Entonces escogieron a un varón célibe y lo prepararon del mismo modo que había hecho Bíkut. Cuando aquel también tuvo la visión del ajutap, se convirtió en un guerrero tan sabio y poderoso como Bíkut. Ahora existían dos poderosos guerreros en la selva. El encuentro era inevitable, y en una batalla estuvieron los dos frente a frente: ambos tenían líneas rojas pintadas con achiote en sus pechos y en sus lanzas, y, en una demostración de lo más perfecto del arte de la guerra, se enfrentaron ferozmente. Primero fue herido Bíkut, pero éste logró también herir de muerte a su enemigo. Los ancianos cuentan que al final murieron los dos.

          Después de morir, el alma de Bíkut viajó hacia el horizonte, hasta donde habitan las almas de los antiguos guerreros, y donde nacen los vientos y las tormentas. El cuerpo de Bíkut fue enterrado en un cerro: de su brazo derecho nació una planta de toé del tipo legítimo y de su brazo izquierdo, otra del tipo común. Estas dos variedades fueron la herencia que Bíkut dejó para el pueblo awajún, además de las leyes para que todos pudieran guiarse por el camino de la perfección, del conocimiento y de la salud.

23.11.12

JOTAGIZ


                                                                
                             Jotagiz, poeta y maestro, en su centenario

                                                                                                             Luis Salazar Orsi


         José Gustavo Iberico Zárate, Jotagiz, fue escritor y maestro de escuela nacido en Cuica, Yorongos, distrito de Rioja, provincia de Moyobamba, departamento de San Martín, el día 1 de junio de 1912. Sus padres fueron don Juan Crisóstomo Iberico Peláez y doña Dolores Zárate Mori, ambos procedentes del departamento de Amazonas.

         Realizó estudios primarios en Rioja y Moyobamba, y de pedagogía en la ciudad de Lima. Laboró como enseñante de niños en los distritos sanmartinenses de Calzada, Yuracyacu, Posic y Yorongos, aplicando métodos novedosos, recursos didácticos pertinentes y mucha creatividad, afinando la extraña capacidad de “sentirse niño” e identificarse plenamente con el pensamiento de sus alumnos.

         Empezó a escribir textos literarios y ensayos de enseñanza de la lectoescritura, impulsado por la escasez de materiales de enseñanza y, sobre todo, por vocación. Sus escritos comprenden seis libros de poesía, narrativa (cuento y novela), teatro, composición musical, adivinanzas, compilación de testimonios orales, fábulas, anécdotas, parodias y ensayo.

         A cien años de su nacimiento está considerado el poeta más representativo de Rioja y uno de los más destacados de San Martín y la Amazonía peruana, tanto por los libros que publicó en vida como por el contenido del total de su obra, enteramente original.

         Podemos afirmar que su vida toda fue un juego divertido, interminable y singular: un juego de ensimismamiento, de sorpresa, de alegría, de aventuras, de retos, de satisfacciones, pues hasta los reveses eran para Jotagiz temas y motivos de inspiración, de poesía, de canción, de escenificación, porque, en él, la palabra era el vehículo, el medio y la razón de su diario vivir y razonar. Jotagiz fue uno de los pocos sanmartinenses que vivió empapado de literatura, pues él consideraba que la mejor arma contra la ignorancia era la palabra hablada y escrita, el libro, el estudio y la instrucción.

         En 2009 fue considerado por el Proyecto cultural del Gobierno regional de San Martín, por iniciativa y propuesta del autor de esta nota, entre los escritores clásicos sanmartinenses, junto a autores de la categoría de Jenaro Herrera Torres, Francisco y Guillermo Izquierdo Ríos, Luis Hernán Ramírez Mendoza, Ricardo Cavero Saavedra, Arturo Chumbe Vargas y Benin Rengifo Paredes. El Proyecto cultural de San Martín publicará  la obra literaria más representativa de este escritor, en una edición crítica que contendrá todos sus libros publicados y una selección de los textos inéditos. 

         Murió en Lima, el 1 de abril de 1989.

         La biblioteca pública municipal de Rioja y la escuela primaria más antigua de Yorongos llevan su nombre.

OBRAS PUBLICADAS
 
Empieza mi Cantar
Así Aprendo a Leer 
Escribir y Calcular Dibujando 
Cantando y Jugando 
Sintiéndome Niño 
Hay una Luz que nos Guía 
Los Misterios de la Selva 
Don Jeshu.

TEXTOS 
                                   
      INVITACIÓN
(I)

Niño hermano de la costa,
ven conmigo a la Montaña,
deja aquella arena tosca
que mi tierra es rica y amplia.

Tú te bañas en la mar
tan salada y tan amarga
aquí los ríos son dulces
como el jugo de la caña.

Cuando el rigor del invierno
con el frio te estremeses,
aqui nosotros jugando 
a la sombra de los árboles.

Niño amigo de la Costa,
ven conmigo a esta Selva,
no es lo mismo que te digan
que con tus ojos los veas.

Aqui el cielo se ennegrece,
truena y relampaguea
y a lluvia se le debe 
la riqueza de mi tierra.

Te llevaré a un bosque,
al corazón de la Selva,
alli haremos nuestro tambo
con las hojas de palmera.

Pasaremos una noche
prendiendo una gran hoguera,
mirando por entre ramas
a la luna y las estrellas.

Allí oirás con asombro
del ayaymama su canto,
el rugir de la pantera,
que siempre nos da espanto.

Mas no temas, niño mío,
a las fieras de mi tierra
que andaremos prevenidos
para hacerles cruda guerra.

Y al rayar la nueva aurora
te alegrarás de seguro,
cuando rompan la nostalgia
la perdiz y el trompetero.
 .......................

       
A LA PRIMAVERA 

De las flores 
los colores,
los prefumes son amores.

Como un hada
hechicera
apareces, 
primavera.

Llévame, llévame,
mi señorita,
quiero ir al bosque,
quiero jugar.

¡Mira qué linda mariposita!
¡Tan azulita!
¡Cómo los ojos de mi abuelita!     




PEDRO VARGAS ROJAS







Moyobamba,  1951
 
      Abrazó la carrera docente iniciándose en un villorio del Bajo
Huallaga donde asimiló experiencias que han influido en su producción literaria.


     Como profesional en la educación se ha desempeñado en diversos cargos de la administración pública, culminando como director Regional de Educación de la Región  San Martín.

Fue el creador e impulsor del I Encuentro Nacional  de Escritores Amazónicos que se realizó en Junio del 2002.


     Obtuvo una Mención honrosa en la XIX edición  del Concurso Nacional de Educación Horacio 2010,  con el poemario “Palabras de los bosques”


    Actualmente  dirige la Asociación Cultural  Luis Hernán Ramírez en Moyobamba, ciudad en la que reside.
  
LIBROS PUBLICADOS

Periódico mural y periodismo escolar   1989 
Moyobamba: apuntes históricos, turísticos y geográficos 
(3 ediciones)
Guía cultural de Moyobamba  1992
Moyobamba: capital cultural de la amazonía peruana 
 (5 ediciones);
Chushupi - Relatos amazónicos  1999
Palabras de los bosques  Poemario  2012.


 TEXTOS



                                         CHUSHUPI


          Teodoro, un experto boga y mitayero de la selva sanmartinense, dormía plácidamente en un improvisado tambo en el corazón de la espesura, soñaba que jugueteaba con su adorada Dorila a orillas del caudaloso Huallaga, sobre los guijos de las transparentes aguas en una calurosa tarde de verano, envuelto en un inmaculado cielo tropical.



            De pronto, un grito estrepitoso estremeció la selva que despertó súbitamente a Macahuachi, compañero de caza y entre la penumbra de la lucecita mortecina que desprendía una pequeña alcuza, alcanzó ver el cuerpo casi inerte de su amigo Teodoro que yacía sobre las hojas, víctima de los mortales colmillos de la víbora más temible de nuestra selva amazónica: El Chushupi.


            Temblaba la noche, con mayor acento empezó a cantar el maligno, los ayañahuis alumbraban incesantemente con sus luces fosforescentes y relampagueantes, los grillos de la noche gritaban su rutina y a lo lejos cantaba el Ayay maman.

            Se aproximaba la fiesta patronal del caserío de Asunción, un pequeño villorrio en el corazón de la selva sanmartinense a la orilla izquierda del caudaloso río Huallaga, tenía 45 casitas, todas construidas con techo de palmeras y por lo general eran unas barracas para evitar la invasión de las furiosas aguas del Huallaga en época de invierno, su gente generosa de noble corazón se dedicaba a la agricultura, matizando sus quehaceres con la pesca, especialmente en época de verano al paso del “Mijano”, cuando las aguas del río grande se encontraban en estiaje, divisándose por entre sus transparentes y frescas aguas cantidad de pequeñas piedrecitas y sobre las cuales muchas veces encontrábamos a la Raya, siempre al acecho con su puntiaguda e enconosa lanceta; por las noches se escuchaba nítidamente el canto del bufeo que resonaba en el silencio de la plateada madrugada.

            En las cercanías de este pequeño relicario de pasajes y recuerdos se encuentran los poblados de San Juan, San Antonio, Reforma y Tipishca, teniendo como poblaciones más grandes a Pelejo, Papaplaya, Navarro y Huimbayoc, todas con características similares tanto en costumbres como en el trabajo cotidiano.

            Frente a la placita rural, se erigía el local de la escuela, construida por sus mismos pobladores, tremendo tambo con maderas, ponas y techos de palmeras a donde asistían más de un centenar de muchachos de ambos sexos, muchos de ellos portando sus remos, significando que vivían a la otra orilla del río.
            Con su pausado caminar, se acercó Asterio Chasnamote, experto boga como casi todos los lugareños y mitayero por excelencia, pues conocía todos los secretos de la selva que había aprendido desde cuando era muchacho en las andanzas con su padre; no tardó en relatar un pasaje espeluznante sobre la suerte de dos mitayeros que uno de ellos perdió la vida por falta de precaución y prudencia hacia las reglas naturales de la selva.

            “Teodoro y Macahuachi – relató Asterio – tenían el compromiso de “pasar” la fiesta patronal como cabezones mayores y para ello tenían que preparar bastante masato, así como mucha carne del monte para invitar a todos los fiesteros. Acontecimiento popular que de ancestro y con mucha emoción lo realizan en estos pueblos alejados de la selva, bailando al compás del bombo y la quena, recibiendo los “votos” al término de la fiesta y tomando la “cuñushca” al acercarse el alba, danzando en parejas por las calles, las típicas músicas selváticas en un ambiente de verdadera fiesta popular patronal.

            Partieron del puerto de Asunción una hermosa mañana de octubre ornada de áureos rayos solares rumbo al “Centro” en plan de “mitayo”, llevaban consigo bastante masato, fariña y otros víveres para poder subsistir durante el tiempo que demorarían; se cercioraron de que las retrocargas estén en perfectas condiciones y de la suficiente cantidad de cartuchos aptos para la caza: Una ancha y larga canoa de “catahua” les servía de medio de transporte, de la cual, de un salto salió Dorila a la orilla del río, después de despedir a Teodoro, joven pareja que frisaban los 28 y 35 años respectivamente. Calmadamente la canoa empezó a deslizarse en las aguas del río grande que a estas alturas del año ya estaba creciendo por lo que las aguas eran marrones como río típico de la selva; el potente remo de Teodoro en la popa y el de Macahuachi en la proa, hizo que poco a poco tomaran rumbo estable; acompañaba a la expedición “Choloquín” un hermoso perro chusco de color negruzco, de gruesas patas, anchos pechos y mucha fortaleza, adiestrado para la caza quien ladraba incesantemente en los contornos de la canoa, como si quisiera expresar su despedida en el  momento de la partida, ya que en un lapso de 10 días estarían de regreso con bastante carne del monte.

            Remaban y remaban incesantemente, la idea era ganar tiempo para hacer su “diligencia”; los meandros del río hacían un poco mansas las aguas lo que les permitía avanzar.

            En las pupilas de Teodoro, se retrataba el estructural cuerpo de mimbre y rosa, movimiento y ternura de su querida Dorila, mujer con la que compartía sus días en estos bellos parajes, verdaderos vergeles de la selva; fijaba su mirada pensativa en las pequeñas olas que hacía el agua al encuentro con la canoa, recordaba a su pequeño “Shesha” de cinco años que le despedía con las manitos en alto en la altura de la orilla del río en los brazos de su adorada mujer, que en momento de la despedida lucía hermosa con una transparente blusa que retrataba nítidamente el enjambre maternal, aquellos senos redondos como dos piedrecitas que vienen rodando desde la cabecera de un río y que están ahí en la mitad de la corriente, recordaba aquellos dos colgantes de enroscados pelos que cubrían la faz virginal, que también eran largos y suaves como esa seda bonita que crían las begonias en la orillas de todos los remansos de la selva.

            Teodoro salió de su hipnótica imaginación al amparo del cerúleo firmamento a donde van a pastar las nubecillas en el verano de San Juan, siguió remando, el sol de la tarde asediaba, mientras que Choloquín se dormía profundamente sobre unos costales que llevaban en la canoa.

            De pronto advirtió que Macahuachi lo miraba fijamente, al mismo tiempo que le preguntó:
          -¿Qué te pasa Teodoro? Te noto muy preocupado y pensativo, has estado hundido en una profunda meditación, para ti no existía ni río, ni árboles ni remo, ni canoa;  parecías fuera de sí. ¡ arriba los ánimos hombre!, que pronto llegaremos a la Boca del Chipurana para luego enrumbar por las cochas y llegar al “centro” donde nos espera el mitayo y pasar una hermosa fiesta patronal.

           -Es que estaba pensando detenidamente – contestó Teodoro –sobre el futuro de nuestros hijos en este mundo aislado, alejado de los adelantos de las ciudades, pienso en mi Shesha, en su destino, en una profesión que le permita vivir mejor, no quisiera que se quede por estos lugares, porque aquí la ignorancia nos corroe, la sociedad nos margina y vivimos a nuestra suerte privados de todo servicio, quisiera que sea un verdadero maestro de escuela, honrado, trabajador y valiente, para que con su sapiencia enseñe a todo el pueblo los principios de solidaridad, unión e igualdad, para que nuestros pueblos salgan adelante, porque no toda la vida vamos a vivir en el marasmo de la incomprensión y las marginación.

            Así mismo estaba pensando en un mal sueño que tuve anoche, que me desperté sobresaltado y mi mujer quedó preocupada por este sueño, según ella es un mal presagio: “regresaba de la chacra al anochecer casi con la canoa vacía, estaba sacando los pocos productos hacia la orilla del río y en el momento que me aprestaba a coger el remo, vino un perro negro grande y furioso con los colmillos blancos directamente a atacarme, yo quise esquivar la embestida pero me fue difícil a tal extremo que sus fieros colmillos se incrustaron en mi cuello, traté de agarrar el remo para defenderme pero me fue imposible porque el embravecido animal seguía mordiéndome en diferentes partes del cuerpo, quise gritar pero no podía y nadie salía en mi defensa porque todo estaba en silencio. Cuando desperté ante los llamados de Dorila, le narré todo lo sucedido en este desventurado sueño y ella me dijo que me quejaba pronunciadamente moviéndome por uno y otro lado, era en ese momento que luchaba con el agresor.
 
Macahuachi, hombre de más edad y más experiencia, conocedor de las creencias y costumbres de su pueblo, comprendió a cabalidad el estado circunstancial de su amigo, quince años más joven que él y pensó en silencio, balbuceando palabras firmes: ¡Tenemos que tener bastante cuidado!

            Caía la tarde, el sol declinaba paulatinamente internándose en la frondosidad de los bosques, la sombra de los árboles cubría gran parte de las aguas del río grande, la canoa se deslizaba suavemente sobre una leve muyuna, los “shanshos” gritaban en desorden en los ramajes que caían hacia las aguas del río.

         ¡Estamos próximo a la Boca del Chipurana! -exclamó Macahuachi - que se encontraba en la proa, hay que remar con más fuerza para vencer las aguas que vienen con brío, pasado esto, las aguas del Chipurana son mansas y navegaremos tranquilos.

           Empezó a anochecer y seguían remando aguas arriba, prendieron una pequeña alcuza que les daba una luz tenue en medio de la oscura noche interrumpida varias veces por la brisa del agua; Macahuachi sacó su linterna de tres pilas con la que orientó la continuación del viaje. El pausado remar permitía escuchar el suave arrullo que producía el agua al contacto con la canoa en el silencio de la noche salvaje, seguro de alcanzar una meta en un lapso muy cercano, acompañados con el cantar de las aves e insectos nocturnos.

      Macahuachi extrajo de una de sus bolsas un mazo de tabaco y comenzó a cortarlo cuidadosamente en el filo de la proa sobre una pequeña tabla con el cual elaboró un potente “Siricaipe” y dando muestras de alivio expidió bocanadas de humo mirando el despejado cielo; la luna no salía todavía; en la quietud de la noche los ayañahuis alumbraban con su intermitente luz corporal. Bogaron aproximadamente hasta la media noche hasta la entrada de Huingo Caño, una sinuosa quebrada que conducía hacia el corazón de la selva, en este lugar acamparon e improvisaron un pequeñísimo tambo para guarecerse durante la madrugada y también tomar un merecido descanso después de un fatigoso día de viaje.

          Los trinos aurorales de las aves despertaron a Macahuachi; reunió trozos de leña, prendió fuego e hizo hervir un poco de mingado con el cual tomaron un ligero desayuno y nuevamente reiniciaron el viaje; entraron en la pequeña quebrada de aguas marrones negruzcas, agua típica de los tahuampales, de cochas retenidas; remaron incesantemente bajo la sombra de los árboles, cuando casi rozando la cabeza de Teodoro, cruzó una “Chicua” haciendo gala de su risa sarcástica y burlona; Teodoro se asustó y profirió mil maldiciones para dicha ave agorera, pues esto se sumaba al mal sueño que tuvo en la noche víspera de la partida que en conjunto presagiaban alguna desgracia cercana en el seno de la familia.

         A Macahuachi no dejó de preocuparle estas coincidencias, pues en la creencia selvática tiene mucho significado y de repente se constituyen en avisos previos por lo que tienen que tomar alguna determinación, pues ello procede de las raíces soterradas de la ancestral sabiduría popular; él seguía tejiendo muchas ideas en torno a este asunto, hasta llegó un momento en que le erizaba el cuerpo pensando en que pasaría algo peor en la lejanía de la montaña donde no existe ningún tipo de auxilio en un eventual accidente, ya que dentro de la espesura no hay nada seguro y mantenerse alerta en cualquier circunstancia es  la mejor manera de evitar cualquier daño.

         Seguían surcando por la pequeña quebrada; toda esta meditación fue interrumpida por una dulce melodía que procedía de uno de los ramajes en lo alto de un árbol, era el pájaro flautero, una diminuta avecilla de color marrón que alegraba la selva, como si dentro de su corazón se hubieran metido un conjunto de melancólicos quenistas cantándole a su tierra.

       Los rayos del sol penetraban por entre los ramajes de los árboles seculares, montañas completas, íntegras y por entre los agujeros se veían pedazos de cielo grisáceo; el rocío matinal todavía quedaba en las hojas donde los rayos del astro rey refractaban vistosos colores en esta selva baja sanmartinense carente de cerros, zona perteneciente al Bajo Huallaga, contiguo a la gran llanura amazónica del departamento de Loreto.

       Macahuachi, hombre sereno, con su pobladas cejas blanquinegras, musculoso y de bronceada piel, con amplio conocimiento de la zona por donde caminaban, preparó anticipadamente los arpones, porque pronto estarían llegando a Atún cocha, donde había bastante peje negro, así como mucha anguilla, por lo que debían actuar con mucha precaución. Poco a poco iban encontrando plantas  acuáticas con liliáceas flores que cedían al paso de la canoa para luego unirse en grupo, como si con ello quería demostrar su complacencia por la presencia de los visitantes.

      Estaban ya en los inicios de Atún Cocha, inmensa laguna entre los tahuampales de la selva ingente y mientras seguían navegando sigilosamente, iban observando la presencia de muchos peces que saltaban alborotados en una y otra dirección al advertir la presencia de seres extraños en la quietud de su hábitat natural. Resplandecía el sol y en la medida que avanzaban iban encontrando otras especies de animales propios de la selva tropical que frecuentan estos lugares, especialmente aquellos que se alimentan a base de pescado. Macahuachi iba de pie en la proa de la canoa con el arpón en la mano, “Choloquín” lo acompañaba con la mirada fija en los ramajes de donde en forma intempestiva se arrojada en picada un Martín Pescador, regresando con la presa en el pico, de pronto escucharon el ruidoso canto del “Camunguy”, aquella ave rara y parecida al pavo que posee una especie de pitones córneos en las alas, cuya carne esponjosa es poco apreciada, teniendo que pisotearla para comprimir sus fibras. La canoa seguía deslizándose ante el pausado remar de Teodoro; estaban ya en el corazón de la selva, tenían por delante un hermoso y paradisiaco paisaje natural, los vistosos y llamativos pétalos de la Victoria Regia, ese lirio grande de agua, típico de la amazonía – cual alfombra natural ornaban la superficie acuosa de la imponente laguna, saludando también el paso de los ocasionales visitantes; Macahuachi continuaba al acecho en la proa con su aguzada mirada, arpón en mano, en su afán de clavar en el lomo de los peces que en forma elegante se suspendían casi a la superficie del agua. Tiró un primer arponazo, clavándolo con exactitud en el lomo de un fasaco y en un determinado momento había pescado una porción de shuyos y fasacos con el cual prepararían su típico potaje selvático para aplacar el hambre. El ambiente era fantástico, una tibia brisa acariciaba el rostro de los dos mitayeros que con mucho cuidado se desplazaban por este paraje indescriptible de inmenso verdor; las encrespadas nubes blanquicelestes se retrataban nítidamente en el espejo del agua de la laguna, ambos se sintieron regocijados y satisfechos con esta primera diligencia, el mismo que anunciaba una buena jornada en el mitayo;… hasta el tiempo está de nuestra parte comentaban porque no había indicios de lluvia y todos los malos presagios del ave agorera y del sueño avernal quedaron atrás porque la naturaleza les prodigaba otro ambiente, un ambiente de sosiego natural en la apacible floresta matizada con los múltiples cantos y gritos de animales salvajes.

-           Tenemos que componer los pescados para salarlos, dijo Macahuachi a Teodoro que machete en mano, sentado en la popa trataba de matar algunos peces más y con sumo detenimiento les seguía con la mirada, pero con sorpresa al primer intento emitió un fuerte grito de dolor; no se había percatado que la anguilla flotaba elegantemente hacia la superficie del agua y confundiéndose con otro pez le dio un fuerte machetazo, pero el animal en defensa propia le propinó una fuerte descarga eléctrica que le adormeció el brazo y el machete fue a dar en el fondo del agua.

         -Tienes que tener mucho cuidado Teodoro –le dijo Macahuachi en tono enérgico – la anguilla es muy peligrosa y en esta cocha existe en abundancia y si la persona cae al gua, el salvaje animal le da varias pasadas por el cuerpo hasta dejarle sin vida con la fuerte electricidad que descarga: Muchas personas han perdido la vida a raíz del ataque de este peligroso animal. Tenemos que caminar con los ojos abiertos, distinguir la clase de animal en el cual se pone la mirada para no caer en errores, tenemos que conocer los secretos de la selva, solo así estaremos seguros ante cualquier circunstancia difícil que se nos presente.

         Estaban ya por el segundo día de surcada, el sol declinaba, pronto llegarían a la encañada donde tendrían que descansar y preparar el rico ahumado con los pescados fresquecitos que tenían en la canoa. Choloquín movía la cola de alegría al mismo tiempo que ladraba como queriendo indicar la presencia de alguna persona….¡Alguien se acerca!! Dijo Macahuachi, tratando de bajarse de la canoa en un pedazo de tierra donde se inicia la encañada.

         En efecto una mediana canoa apareció tranquilamente en la que venían Bernacho Huamán con su hijo Rodomiro, estaban de regreso, ellos eran naturales del caserío de Inayuca, cerca de Huimbayoc, población que nunca sufre de inundaciones de las aguas del Huallaga por estar ubicado en terreno alto. En medio de la hora vesperal, trataron de identificarse y cuando se distinguieron claramente se saludaron muy armoniosamente.
         -¿De dónde vienes Bernacho? – interrogó Macahuachi –
         -Me estoy regresando del “centro” sin hacer ninguna diligencia, solamente nos hemos ganado el susto más grande de nuestra vida, hemos sido atacados por la “madre de la montaña”, una tremenda fiera con orejas, tenía más o menos siete metros de largo. Necesitábamos un poco de carne porque la otra semana va a ser mi “chacreada” y por ese motivo venimos con mi hijo Rodomiro a cazar unos cuantos animales, pero la situación ha sido contraria, no te imaginas amigo Macahuachi, esa fiera cómo nos seguía, era gigante y hacía vibrar la cola produciendo un feo sonido, nosotros pensamos que la muerte ya estaba en nuestras pestañas y por suerte tuve un trapo en la mano que en forma circunstancial derribé en nuestra presurosa huida, siendo éste nuestra salvación, pues el endemoniado animal soltó toda su furia en dicho retazo, despedazándole en trizas, mientras tanto nosotros nos alejamos y mejor decidimos regresar y te sugiero que no vayan porque el peligro acecha en dicho lugar.

        Macahuachi dando rienda suelta a su poderosa imaginación, con la faz pensativa y el ceño fruncido, hombre de selva, de cochas, de ríos y de tahuampas, inmediatamente pensó en el temible Chushupi, ligeramente ordenó sus ideas y para no atemorizarlos les manifestó:

          -La selva tiene sus propias defensas para evitar que acaben con sus propios animales y su floresta, existe mucha gente que viene a cazar por gusto y se llevan bastante carne del monte para ir a vender en los pueblos, de tal manera que los animales ya escasean y cuando necesitamos un poco de carne para nuestro consumo familiar o para nuestra fiesta, ya no encontramos, por eso es que la naturaleza se rabia y pone sus guardianes, unas veces a través de fieras que hacer huir a los mitayeros, otras veces en forma de diablo a través del “Chullachaqui” que los engaña y les extravía en la montaña y también con fuertes tempestades de lluvias, truenos y relámpagos que hacen imposible la caza de animales, de tal manera que esto evita la matanza indiscriminada de las especies de nuestra selva, porque nuestra selva tiene  su sabiduría, tiene su lenguaje y se protege por sí misma.
Las miradas de Bernacho y Macahuachi se cruzaron en aquella lejana zona casi en el ocaso de la tarde y al no encontrar eco su aseveración, disimuladamente encaminó su canoa y con un débil adiós se despidieron, perdiéndose en la penumbra, pero entre sus labios temblorosos iba balbuceando aquellas frases que Macahuachi había pronunciado “….nuestra selva tiene su sabiduría, tiene su lenguaje y se protege por si misma…” al decir esto se imaginaba en la tremenda fiera que les atacó cuando iniciaban su jornada en la umbrosa selva.

         Anochecía, Teodoro y Macahuachi prefirieron pernoctar en dicho lugar porque no estaba muy lejos Yanacocha, una laguna más grande que la anterior y tenían que cruzarla en el transcurso del día porque abundaban los lagartos; prendieron el mechero ya que la noche les cubría con su manto negro, se sirvieron el rico pescado con su “rumopango” (yuca sancochada) acompañado de su infaltable masato, luego después de una detenida conversación se quedaron dormidos hasta el día siguiente. Arrancaron el viaje, la encañada les ofrecía ciertas dificultades para surcar porque en algunas partes tenía estrechas curvas, pero a todas estas dificultades iban venciéndolas y por fin llegaron a la inmensa laguna de Yanacocha. Habían penetrado más al fondo de la enmarañada selva, el lugar de destino se iba acercando, estaba solamente a medio día de surcada, pronto estarían cerca de los animales terrestres; pero Teodoro iba pensativo, no salía de su mente la figura de su esbelta mujer y de su querido “llullo” de cinco años, remaba cautelosamente en las oscuras aguas de la laguna; había rutilante luz solar, en estos lugares el sol sale temprano y son de lujosos amaneceres. Sobre las alfombras verdes que forman las plantas acuáticas en la superficie del agua, se desplazan tornasoladas “uncharas” así como livianas “timelas” en busca de sustento, estas aves se alimentan de pequeños peces; el despejado y hermoso celaje se adornaba al paso de una bandada de blancas y elegantes garzas que alzaban vuelo cruzando la solitaria laguna con su pausado aleteo.

        -Rema despacio Teodoro – dijo Macahuachi mientras preparaba su retrocarga – se acerca un lagarto blanco; y como diestro cazador apuntó a la cabeza destrozándole el cráneo del gigante saurio, tiñéndose de rojo la turbia agua. Con tino de mitayero viejo, se acercó junto al animal, examinaron detenidamente sus alrededores por entre los árboles y malezas del pantano para luego a dos manos subirlo a la canoa al hermoso ejemplar de blanco vientre.

Aprovechando la quietud de las aguas de la cocha que no ofrecían resistencia, que bastaba solamente el remo de de Teodoro, Macahuachi empezó a “componer” su presa, partiéndole por el vientre y al poco rato exhibía la blanca y sabrosa carne del lagarto que asado al fogón es muy rica al paladar.
Navegaban incansablemente por la extensa laguna, picaban “shuyos” y “fasacos” con sus arpones de livianas “izanas”; iban atentos esquivando las tahuampas y entre los matorrales observaban las rosadas hueveras de los “churos” que desde el fondo del agua salían a la superficie a depositar sus huevos para así garantizar la continuidad de su especie; se cuidaban mucho del repentino ataque del lagarto negro, temible y voraz saurio que está al acecho de su presa.
            -El lagarto negro – dijo Macahuachi – es muy  peligroso, ataca sin que menos se piense, tiene una habilidad admirable, pues de un solo coletazo envía la presa a su boca. Teodoro escuchaba con mucha atención las indicaciones que le daba Macahuachi, casi se fue convirtiendo en su maestro, si bien es cierto que él también conocía esos secretos, pero muchos  aspectos le eran nuevos porque tenía menos experiencia.
           -¡Cuidado…! Gritó Macahuachi al advertir la presencia amenazante de una de estas fieras; al oír esto, Teodoro se tiro de bruces dentro de la canoa y el fiero coletazo pasó rasante por la popa de la embarcación que a Dios gracias dado a la sapiencia del hombre amazónico, no sucedió nada, solamente un tremendo susto al imaginarse que si dicho coletazo hubiese sido certero, nada le salvaba de las dentelladas del saurio.

         Las flores con su colorido alegraban el paisaje, un verdadero arte creado por la naturaleza pintada con su diestro pincel; a lo lejos en la inmensa montaña sobresalía la esbelta figura de la espigada capirona, se escuchaba el grito de los cotomonos, estaba cerca el lugar de destino. Macahuachi tiró los últimos arponazos aumentando los pescados para el sustento antes de iniciar la caza; seguían remando en la quietud de la laguna que como espejo dibujaba al fastuoso firmamento, reflejándose claramente los rayos del sol que iba declinando para iniciar una pintoresca tarde amazónica.

          -¡Hemos llegado…! Dijo Macahuachi que permanecía de pie en la proa – esta es la restinga….
El ambiente cambiaba sustancialmente, después de permanecer un poco más de dos días y medio en el agua, ahora pisarían terreno seco poblada de elevados y añosos árboles de tahuarí, almendros, copaíba, tamamuri y otros, morada de muchas especies de animales salvajes.

Teodoro que dirigía la embarcación desde la popa, suavemente encaminó la canoa hacia la orilla de la laguna, atracando magistralmente, ataron la canoa en un pequeño árbol para mayor seguridad y empezaron a desembarcar todas las cosas que habían llevado, así como los pescados y la carne de lagarto que obtuvieron en el trayecto del viaje. Choloquín, movía la cola incesantemente y como muestra de alegría se revolcaba sobre la hojarasca seca que caía de los árboles. Aprovechando que todavía les quedaba algunas horas de la tarde, iniciaron a instalar su pequeño campamento, el mismo que constituiría el centro de operaciones en la faena que iban a emprender. Se aprovisionaron de delgadas maderas e improvisaron un pequeño tambo rústico para guarecerse durante la noche y para protegerse tanto del sol como de la lluvia.

            Dentro del tambo acondicionaron sus rústicas camas sobre las hojarascas, templaron los mosquiteros para evitar la picadura de los zancudos que en mucha cantidad existe en dicho lugar, por el otro lado del tambo aproximadamente a diez metros de distancia aporcionaron cierta cantidad de trozos de palos secos para el fogón donde secarían la carne producto de la caza; así mismo prepararon la “cusnina” en la que colocarían la carne para someterlo a la brasa del fogón, es decir realizaron todas las acciones previas para iniciar la jornada como buenos mitayeros.

            Cuando el sol se llevó la tarde hundiéndola en la oscuridad de la noche, la pareja de cazadores hicieron su primera incursión en la selva, caminaron casi una hora sin ningún problema dentro de la espesura, retrocarga en mano, así como la potente linterna que le hacían alumbrar de rato en rato y a medida que avanzaban, iban quebrando algunas ramas de los arbustos dejando señal de su paso por dicho lugar, aún cuando la extensa montaña era muy familiar para Macahuachi ya que varias veces había caminado por ella en plan de mitayo.

        -Está linda la noche para la caza – dijo Macahuachi – está oscura, esto permitirá que los animales no nos sientan y nos facilitará cazarlos.

            Decía esto y escucharon un ruido en la hojarasca, se pusieron alerta, a la expectativa y cuando creían que se acercaba, Macahuachi prendió su linterna con el cañón del arma hacia dicha dirección, pero resultó ser un pelejo que en su afán de cambiar de lugar de un árbol  a otro rozaba con las hojas secas cercanas al suelo.

            -¡No dispares! – dijo Macahuachi – este animal es inofensivo y su carne no es apreciada, además, “opera” en la mujer embarazada y el niño nace con defecto y todo el tiempo se mantiene como una criatura sin poder caminar. Pero el animal al presentir que el cañón del arma apuntaba a su cuerpo, con una mano tapó sus ojos como si en su lenguaje pidiese clemencia para que le perdonen la vida. Caminaron un trecho más deteniéndose para examinar cautelosamente la zona, también para captar los ruidos que los animales hacen al caminar.


          Había bastante zancudo y manta blanca que no dejaban en sosiego a los mitayeros.

El fino oído de Macahuachi captó las pisadas del astuto venado que se acercaba;

           -Son dos, - dijo Macahuachi en voz baja


         Ambos estuvieron atentos a la mejor presa, tanto por su tamaño como por su sabor. El ruido más simple que hacía Teodoro era advertido por Macahuachi y con el codo le topaba dándole a entender que debe evitar todo tipo de ruido, porque los venados son muy agudos, captan el más ínfimo sonido y huyen.


        La potente linterna de Macahuachi dejó paralizada a la pareja de venados y apuntando con soltura al macho efectuó un certero disparo en la cabeza dejándole inerte sobre la maleza. Choloquín de un salto estuvo junto al animal henchido de alegría; la hembra huyó en el momento que escuchó la detonación perdiéndose en la oscuridad de la selva.


           -Le apunté solamente al macho porque hay que preservar los vientres – indujo Macahuachi – y ambos se acercaron al cuerpo del tremendo venado con rameadas astas que yacía sin vida; lo voltearon para examinarlo y luego le amarraron las patas, atravesaron un palo por entre ellas y colgado de condujeron al hombro.


       Llegaron al centro de operaciones donde tenían acondicionado las instalaciones mínimas y empezaron a “componer” al hermoso ejemplar. Mientras tanto Teodoro prendió el fogón el cual también sirvió para alumbrado. Choloquín se sirvió un buen festín con parte de las vísceras que Macahuachi le arrojaba y él lo cogía al aire


         Hasta las primeras horas de la madrugada secaron la carne al mismo tiempo que fumaban un fuerte y penetrante “siricaipe” para hacer ahuyentar a las víboras, como decía Macahuachi, luego se fueron a descansar plácidamente dentro de sus respectivos mosquiteros.


       Un mono juguetón que caminaba por encima de la cusnina donde estaba la sabrosa carne, despertó a los dos amigos; estaba amaneciendo, los primeros rayos del sol se dejaban sentir y como tenían que avanzar, se levantaron rápidamente para emprender una nueva jornada después de servirse un suculento desayuno matizando carne de venado y pescado asado.


       Estaban encantados de encontrarse en esta frondosa selva íntegra, selva de misterios y de esperanza donde respiraban un aire con aroma a hojas, troncos y frutos salvajes; donde el perfume natural de la vainilla, de la sangapilla y de otras especies eran permanentes; los dos hombres no eran más que pequeñas criaturas en comparación con la extensa selva, con aquella  obra divina que la naturaleza ha construido para dar cabida a los animales y plantas y al mismo hombre, por eso la amaban mucho y cuidaban que sus especies sean aprovechadas racionalmente.


        -Poniéndose de pie, estirando los brazos y destorciendo el cuerpo, apuntando al lado derecho, Macahuachi dijo:

          -Hoy día vamos a ir por este lado Teodoro, no muy lejos existe un inmenso tronco de ojé cuyos frutos come el majás, vamos a inspeccionar esta zona para escucharlo en la noche, luego caminando  un poco por el otro lado hay una pequeña cocha donde colpean los venados, los majases, los sajinos, las carachupas y hasta la sacha vaca, llevaremos un poco de sal para regar en las orillas y esto hará acostumbrar más a los animales, luego de tres días regresaremos y veremos que cazaremos muchos animales.


         Así lo hicieron, caminaron por la selva umbrosa, atentos tanto al suelo como al ramaje de los árboles, en su trayecto cazaron varias aves como: puca cunga, perdices, paujiles, torcazas y otras, llegaron a los lugares indicados y verificaron que estaban aptos para la caza


         Prepararon la chapana con un metro y medio de altura aproximadamente y esperaron la noche; tal como lo previeron, tempranamente escucharon el desplazamiento de los animales que se acercaban, ambos estuvieron atentos y en el momento oportuno sonaron los disparos que retumbaron en la montaña. Habían cazado tres hermosos “majases” que casi unidos recogían los frutos del ojé. Hicieron una sola carga debidamente “chagnados”  les colocaron en un palo y al hombro les condujeron a su centro de operaciones en el que les dieron el tratamiento para el secado respectivo.


         En los días subsiguientes continuaron con la caza, habían reunido cierta cantidad de carne y al quinto día se dirigieron a la pequeña cocha donde regaron la sal. Teodoro que siempre pensaba en su niño de cinco años, aprovechaba los momentos para recoger diversas semillas que servirían de juguetes a su pequeño, recolectaba porciones de semillas de vaca ñahui, centavo huasca, choloques y huairuros. Y ello lo hacía porque quería mucho a su hijo y a la vez encontraba esa sonrisa de cariño de su adorada mujer. En el transcurso de la caminata, Macahuachi percibió un sonido como de ventarrón que erizaba el cuerpo en pleno corazón de la  selva y examinando con más detenimiento exclamó:

           -Teodoro,… se acerca una manada de huanganas, estos animales son peligrosos y arrasan con todo lo que encuentran a su paso, sus fieros colmillos son destructivos, por lo que rápidamente coge a Choloquín y sube a este árbol, que yo subiré al otro…!


         En efecto al poco momento más de doscientas huanganas pasaron por debajo los árboles  produciendo fuertes sonidos, los colmillos se sobrepasaban de las mandíbulas, rozaban dientes con dientes y con ello desfogaban su ferocidad. Pasado este incidente continuaron la caminata, las pequeñas ramas que rompían a su paso les servía de guía; estaba cerca la cocha y en forma muy cautelosa se acercaron al lugar con las retrocargas bien preparadas, en efecto divisaron hermosos ejemplares de animales que lamían el lodo de la orilla de la laguna porque tenía sal, les dio tiempo para que se ubicaran cómodamente sin ser advertidos ni por el olfato y escogieron a un hermoso venado y una sacha vaca, simultáneamente dispararon y dieron en el blanco, el resto de animales huyeron despavoridos en diferentes direcciones.


          Con la caza de estos animales el mitayo estaba ya más que suficiente, por lo que durante el día trasladaron la carne en tres viajes al centro de operaciones, luego de prepararlo convenientemente, le  sometieron a la brasa que despedía el fogón; la jornada del día fue dura, trabajaron hasta el cansancio, luego de poner en orden todas las pertenencias, porque al rayar la aurora debían de iniciar el retorno al pueblo de origen y cuando promediaba la media noche, se fueron a descansar en sus improvisados lechos sobre hojarascas y con transparentes mosquiteros, luego de una breve conversación sobre el viaje del siguiente día y de los planes sobre la fiesta patronal y al amparo de una lucecita mortecina que les regalaba la pequeña alcuza, se quedaron dormidos hundiéndose en un oceánico sueño,

Teodoro, joven bronceado que frisaba los 35 años y se encontraba en la flor de su apogeo juvenil, soñaba que jugueteaba con su adorada Dorila, entre los guijos de las transparentes aguas del caudaloso Huallaga una tarde verano y entre chapuzones le brindaba su sonrisa regalona mostrándole sus blancos dientes como flor de jazminero, sonrisas sabrosas y juguetonas como esa espuma que hace el río al chocar contra las piedras; el vestido transparente y mojado dibujaba claramente la silueta de Dorila a quien abrazaba apasionadamente porque encontraba un mundo nuevo en el refugio de sus besos. El mundo era para los dos, se empujaban, se reían, se abrazaban y así vivían un idilio de amor.


         Este apasionado y hermoso sueño fue interrumpido por una terrible tragedia. Se acercaba el amanecer, la alcuza seguía brindando su tenue luz; Teodoro dormitaba suavemente en la quietud de la selva y en su estado semi dormido sintió que algo se deslizaba y rozaba con su cuerpo, esto hizo para abrazar con más fuerza a la mujer de sus sueños, pero ¡oh! Sorpresa, los mortales y venenosos colmillos de la víbora más temible de la selva: El Chushupi, con cara y ojos parecidos al del perro, con la lanceta en la cola, se habían incrustado en el cuello, propinándole fuertes mordeduras en el brazo y en la espalda.


         -¡Ayyyyyyyyy…. gritó desesperadamente Teodoro en el silencio sepulcral de la montaña, un desgarrador y lastimero grito que hizo temblar la madrugada, haciendo volar aves nocturnas que anidaban por dicho lugar, mientras resistía una tensa lucha con la fiera que embravecida mordía y mordía como perro con rabia…


         Inquietado por la luz que desprendía el mechero y la sangre regada  de los animales que cazaron, la peligrosa fiera se deslizó por dicha zona y como inocente criatura se acurrucó en el calor corporal de los cazadores que plácidamente descansaban en el rústico tambo creyéndose a salvo de todo peligro.


          Súbitamente y sobresaltado de terror, Macahuachi despertó y al observar la escena entre la penumbra de la siniestra madrugada, de un brinco salió de su mosquitero, tomó la retrocarga que también estaba cargada y con la puntería de experimentado mitayero reventó el seso del traicionero animal que al sentir el impacto de la bala se retorcía bruscamente con el dolor de la  muerte, al mismo tiempo que daba fuertes coletazos hasta que derribó el improvisado tambo que les servía de morada.


          De emergencia examinó a su amigo con lágrimas en los ojos y se dio cuenta que él también estaba llorando, retorciéndose con el dolor, pero no brotaban lágrimas cristalinas propias de un llanto normal, sino lágrimas rojas, vertía sangre de los ojos, de los oídos y hasta de los mismos poros como consecuencia de la fatal mordedura del embravecido chushupi, inoculándole fuerte dosis del letal veneno que fluían de sus grandes colmillos.


        ¡¡.. Te salvarás Teodoro..!! – dijo Macahuachi con lágrimas en los ojos – vas a tomar un poco de curarina y con esto el veneno se va a apaciguar. 


         Buscó el frasco que contenía el líquido contraveneno, pero como si los malos presagios se iban cumpliendo, el antídoto se había derramado en una de sus bolsas y solamente quedaba pequeñísima dosis, el mismo que mezclado con un poco de agua dio de beber a Teodoro.


        Macahuachi examinaba al terrible oficio ya sin vida estirado junto al destrozado tambo, tenía dos orejas pronunciadas, medía seis metros de longitud aproximadamente, tenía una lanceta en la cola y el diámetro promediaba los quince centímetros; el cuerpo cilíndrico color marrón claro estaba protegido por una especie de escamas, ojos colorados y cuando le dio vuelta mostró el vientre albiamarillo, lo que indicaba que estaba al frente de una fiera con bastante antigüedad.


         Teodoro seguía quejándose y retorciéndose con el fuerte dolor del veneno inoculado, no podía hacerlo un torniquete para impedir la penetración del veneno porque una de las mordeduras estaba en el cuello; antes que suceda lo peor, Macahuachi embarcó ligeramente en la canoa el resto de las pertenencias que le quedaba porque todo el equipaje ya estaba preparado y como ya empezaban a notar el rayar de la aurora, cargó a Teodoro, lo hizo acostar cómodamente en la canoa y arrancó la retirada de regreso, dejando al gigante ofidio colgado sobre la rama de un pequeño árbol y dejando también huellas indelebles de un suceso que nunca le había pasado en sus cincuenta años de vida.


       Empujó la canoa en compañía de su fiel perro que lo acompañaba en esta terrible soledad, empezó a bogar con todas sus fuerzas porque el tiempo apremiaba, se jugaba la vida de su compañero de caza que durante diez días aproximadamente estuvieron juntos en el corazón de la espesura; para Macahuachi, toda la inspiración de la selva convertida en paisaje pasaba desapercibida ya que el apuro era inmenso, el sudor bañaba su cuerpo, el remo sonaba con fuerza en el agua, quería llegar por lo menos  a la Boca del Chipurana para allí pedir auxilio y conducirlo al curandero más cercano.


         Teodoro se quejaba con más intensidad ya había perdido la visión, el veneno iba penetrando más en su cuerpo porque la pequeña dosis de curarina no fue suficiente para contrarrestar el mortal veneno. Pasaron Yanacocha, sin advertir el peligro de los lagartos, llegaron a la encañada; la desesperación era terrible, rápidamente remaba y remaba, la única inquietud era avanzar; atardecía; cuando el sol hundía sus rayos en la densa montaña, Macahuachi estaba terminando de atravesar la laguna de Atuncocha. Continuaba su viaje indesmayablemente por la quebrada de Huingo Caño y al desembocar en el Chipurana dentro ya de la oscuridad de la noche, Teodoro emitió un grito que estremeció a Macahuachi, éste inmediatamente fue al socorro de su amigo y notó que estaba perdiendo el conocimiento. Macahuachi imploraba a Dios que guardara y salvara a Teodoro, que un hombre tan bueno como él no podría tener ese fin; sus súplicas, ruegos, e imploraciones se perdían en la oscuridad de la noche. Macahuachi se sentía en la peor soledad de su vida, hasta se sentía culpable del accidente, pues ha sido la única noche en la que el mechero amaneció prendido y él con la experiencia en estos menesteres debió prever, pues conocía con demasía que el Chushupi  persigue a la luz en la oscuridad de la noche. Al llegar a la desembocadura del Chipurana en el Huallaga, a lo lejos divisó una lucecita que se reflejaba en las aguas del río grande, dirigió su embarcación hacia dicha dirección para pedir auxilio, cuando se aprestaba a atracar en una pequeño puerto, escuchó el último suspiro y quejido de Teodoro que en ese momento estaba expirando, despidiéndose de esta vida, dejando las buenas intenciones y los buenos deseos que tenía para su menor hijo que ansioso le esperaba junto a su querida mujer.


         Macahuachi con el cuerpo erizado nuevamente fue a examinar a su amigo, pero Teodoro ya había muerto con la cara desfigurada por la hinchazón, aún cuando él se aferraba a la vida pero no pudo resistir los efectos del poderoso veneno; le tocó el pulso y nada, puso el oído en el corazón y nada……

       
       -¡Teodoroooooo...amigo mío..! gritó estremecido Macahuachi – Por qué te has ido mi querido amigooo...! Al escuchar estos gritos desesperados los que moraban en la humilde vivienda ribereña acudieron a dicho lugar y encontraron este triste cuadro.


         Pronto brindaron socorro a Macahuachi, cubrieron el cadáver con una sábana, buscaron apoyo de más personas, quienes con ese noble corazón solidario estuvieron prestos para brindar su desinteresada colaboración.


        Tres hombres partieron por tierra llevando la trágica noticia a los familiares de Teodoro y dos hombres más, remo en mano empezaron a bogar indesmayablemente por el caudaloso Huallaga, los rápidos de San Antonio pasaron en horas de la madrugada y al promediar las cinco de la mañana, cuando los rayos aurorales de un nuevo día se hacían presente, la canoa estuvo atracando en el puerto de Asunción, pueblo natal de Teodoro.


          Todos estaban a la expectativa, Teodoro se ganó la simpatía del pueblo por sus buenas acciones y todos le estimaban; hubo gran tumulto de gente, todos acudieron a recibir al cadáver. Dorila, su adorada mujer, la de la sonrisa juguetona, y la de los enroscados pelos que cubrían su faz virginal, al observar al hombre que tanto amó, se desmayó intempestivamente, no aceptó la realidad y no creía lo que sus ojos veían. Todas sus esperanzas cifradas en su amoroso marido se esfumaron, su alegría se había ido para siempre como caen las hojas en la corriente del agua, río abajo; el sol se le había llevado sus tardes que le quedaba en vida; ahora su pan es el pan de la soledad y su copa está llena del vino del recuerdo que quiere beber a solas.


         La luna que colgaba del cielo seguía alumbrando con su luz plateada.



REFLEXIÓN.



            Muchas veces los grandes hombres cometen graves errores que repercuten significativamente en el ámbito nacional e internacional. Transgredir las reglas naturales de la selva amazónica por error u omisión hasta puede causar la muerte.





 GLOSARIO DE TÉRMINOS


A



AHUMADO:  Pescado sometido al fogón sin sal.

ALCUZA: Mechero.

ANGUILLA: Pez eléctrico.

ATUN COCHA: Laguna de la selva.

AYAÑAHUI:  Ojo de muerto. Insecto que emite luz intermitente.

AYAYMAMA: Ave de la selva cuya leyenda refiere el abandono a dos hermanos en la montaña, convirtiéndose en aves.


B



BUFEO: Delfín del río.


C



CAMUNGUY: Ave parecida al pavo, posee una especie de pitones córneos en las  alas.

CAÑO: Especie de quebrada con poca cantidad de agua.

CAPIRONA: Árbol alto, espigado y corpulento de tronco liso.

CARACHUPA:Armadillo.

CATAHUA: Árbol de la selva de sabia venenosa. Del tronco confeccionan las canoas.

CENTAVO HUASCA:Semilla similar a la moneda.

CENTRO: Lugar donde practican la caza. Restinga.

COCHA: Laguna. Lago.

COLPEAN: Reunión de animales para tomar agua.

COMPONER: Eviscerar.

COPAIBA: Árbol del cual extraen un aceite medicinal con propiedades cicatrizantes.

COTO MONO: Especie de mono de la selva. Se caracteriza por ser gritón.

CUNGA: Cuello.

CUÑUSHCA: Mezcla del masato con jugo de caña hervidos.

CURARINA: Antídoto contra la mordedura de víboras.

CUSNINA:Aparato de madera que sirve para secar carne en el fogón



CH



CHACNADO: Atadura que une las cuatro patas de los animales.

CHAPANA: Barbacoa para esperar a los animales para la caza.

CHICUA: Ave agorera.

CHIPURANA: Río de la selva sanmartinense.

CHOLOQUE: Semillas en formas de bolas de color negro.

CHOLOQUÍN: Nombre de un perro negro.

CHULLACHAQUI: Pies desiguales. Demonio del monte.

CHURO: Molusco.

CHUSHUPI: Nombre original de la Shushupe. Temible víbora de la selva amazónica.

DILIGENCIA: Acción de pescar o cazar



F



FARIÑA: Yuca fermentada granulada.

FASACO: Pez que abunda en las cochas.



 H


HUAYRURO: Semilla de color rojo y negro.

HUINGO: Totumo.

HUINGO CAÑO: Quebrada

I


IZANA: Tallo de la flor de la cañabrava.

 L


LLULLO: Bebé.

 M
 

MACAHUACHI: Apellido nativo selvático.

MAJÁS: Roedor de carne muy agradable.

MALIGNO: Alma en pena. Avecilla que canta en las montañas.

MANTA BLANCA: Mosquitos que succionan la sangre.

MASATO: Bebida selvática elaborada a base de yuca sancochada y fermentada.

MIJANO: Avalancha de peces en migración río arriba, para desovar.


N

NAVARRO: Población en la provincia de San Martín, capital del distrito de Chipurana.



Ñ


ÑAHUI: Ojo.


O


OJÉ: Árbol del cual extraen la resina que sirve de purgante.

OPERA: Que influye negativamente, especialmente en el recién nacido.
 

P


PANGO: Sancochado.

PAPAPLAYA: Distrito de la provincia de San Martín.

PASAR: Estar a cargo de algo.

PEJE NEGRO: Peces de las cochas de la selva.

PELEJO: Perezoso.

PUCA CUNGA: Gaznadora. Ave de carne sabrosa de cuello colorado.
         

R


RESTINGA: Terreno alto, exento de inundaciones.

RUMO:Yuca.


 S



SAJINO: Jabalí.

SACHA VACA: Tapir.

SANGAPILLA: Pequeña planta de flor muy aromática.

SHANSHO: Ave parecido a la gallineta.

SHESHA: Apelativo de César.

SHUYO:  Una de las especies de peces de las cochas Amazónicas.

SIRICAIPE: Cigarrillo elaborado con hojas de tabaco remojado en aguardiente y exprimido a gusto del fumador.  
                                  

T 

TAHUAMPALES: Pantanos.

TAHUARÍ: Árbol de madera muy dura.

TAMAMURI:  Árbol de corteza medicinal.

TIMELA: Ave zancuda de pantano.

TIPISHCA: Centro poblado del Bajo Huallaga-San Martín.



 U


UNCHALA: Ave de pantano de vistosos colores.


V


VACA ÑAHUI: Semilla parecido al ojo de la vaca.

VOTOS: Entrega de especies comestibles al término de la fiesta Patronal.


 Y
                                                                                

YANACOCHA: Laguna con aguas negras.



 

                       Werner  Bartra Padilla   Moyobamba (1970). Profesor de lengua y literatura y abogado por la Universidad...