26.9.12

JUAN SAAVEDRA ANDÁLUZ










 JUAN SAAVEDRA ANDÁLUZ

Iquitos,1940. 

Periodista, escritor y poeta
Desde muy temprana edad, en la ciudad de Lima, se dedica al periodismo colaborando con el diario ”La Prensa”. 

En Iquitos, forma parte de la redacción de los diarios “El Eco” e “Impreso”. 

Integra el grupo Bubinzana junto a Róger Rumrrill, Javier Dávila Durand, Teddy Bendayán, Jaime Vásquez Izquierdo, Manuel Túnjar, entre otros 

Trabaja en  la revista “Proceso” que dirigía  el poeta Dávila Durand.  Fue también, durante muchos años, corresponsal del diario  “Expreso” de Lima. Dirigió las revistas “Perspectivas” y “La Bayuca”, así como, el radio períodico “Impacto” en Radio Atlántida. 

En 1980, ganó el concurso de cuentos organizado por el CETA con "Los Soldaditos Maldecidos"  Ese mismo año publica su primer libro de cuentos “Los Hombres Astados” con el auspicio  de la Municipalidad de Maynas.


LIBROS PUBLICADOS

Los Hombres Astados (1980)
El Interlocutor del Diablo (1987)
La Muerte de Mendel  Mendiola (1988)
ABZ del Humor (1988)
El Ave Zeta del Humor (1988)
El Soldado Franklin Gómez (1995)
Tutti Frutti del Humor (1999)
El demonio del Bosque  (2000)
El Presidente (2002)
Versos Extrasensoriales (2003)  Poesía
Historias Fantásticas (2004)
La Cueva de Jesús (2010)

TEXTOS

La Cueva de Jesús 


I

Fue algo inexplicable. Fuera de lo común, sin relación con la rutina. Me vi subiendo un altozano y en su parte más elevada observé una serie de arbustos que no pude identificar. No eran por sus características, plantas conocidas en la selva. ¿Quién ha visto flores tricolores? ¿y  plantas cuyas flores le vienen casi de la misma raíz hasta su parte más alta? Nunca había visto tal cosa. Y había cosas más raras aún: flores naciendo de la tierra misma, sin sustento de arbusto o ramas. No sé por qué mi intuición me dijo que estaba en un lugar muy lejano de mi hábitat. Parecía una floresta del desierto. Se me ocurrió que de pronto me toparía con un oasis. 

El viento soplaba con cierta fuerza  y mis ojos registraban el impacto  de granos de arena. ¿Granos de arena?, me pregunté. ¿Estoy acaso en un desierto o en un lugar parecido? Desde la cima del altozano se veía una extensión de tierras desprovistas de vegetación, aunque hubiera una que otra planta esparcida en kilómetros. 

Lo real era que por allí no había signos de vida ni animal ni humana, más allá de los arbustos muy raros. Me pregunté qué estaba haciendo en ese lugar desolado, en un atardecer que se mostraba particularmente hermoso. 

El sol empezaba ponerse, en esa arcaica alcancía  del horizonte. Tal vez no quedaba más que una hora de luz solar. Llegaría la noche muy pronto,  pero antes de eso, otra vez un presentimiento me avisó que algo extraordinario iba a suceder. ¿Pero qué?

Andaba totalmente absorto en mis pensamientos, cuando me pareció sentir que la tierra se movía como abriéndose. Quedé quiero y listo a tomar una decisión si aquello resulta peligroso. Se abriría la tierra e iría a parar en sus entrañas…

Y otra vez esa sensación de estar en un lugar muy parecido a cualquier desierto. Ante mis ojos se abrió un boquete de unos dos metros de diámetro, luego todo volvió a la normalidad. Me acerqué al hoyo y pude ver una escalinata de piedra inclinada.

Curioso  temeroso a la vez, escudriñé hacia el fondo sin ver nada extraño. Cuando de pronto miré hacia el horizonte, vi que el sol desaparecía y avanzaban las sombras sobre ese lugar. Instintivamente empecé a bajar por la escalinata de piedra, con el presentimiento de que a donde llevaran esas gradas, allí estaría más seguro que en la superficie.

Descendí hasta un lugar plano y desde allí observé que el boquete se cerraba. No obstante, no sobrevino la oscuridad, sino que una luz clara y tibia alumbraba el lugar. Miré en mi entorno y descubrí la entrada a la cueva. Caminé  hacia ella, tal vez inconscientemente buscando una salida que me devolviera a la superficie una vez que retornara el día. Esa cueva sin embargo empezaba un tanto estrecha y más adentro se iba ensanchando, pude calcular cinco metros de ancho por tres de alto de paredes lisas.


II

¿A dónde conduciría el túnel? Me detuve un momento para intentar comprobar, de alguna manera, que estaba en mi sano juicio, que se trataba de algo extraño pero tan real como yo mismo.

No me cupo duda alguna de las circunstancias eran del todo inexplicables, pero que mi razón estaba en su sitio. Recordé que poco antes me encontraba leyendo noticias en los diarios colgados de un kiosco. No se trataba de un recuerdo lejano, sino sólo de algunas horas. 

Los titulares de los diarios informaban de calamidades. Inundaciones, grandes temporales, incendios. Y a esos hechos físicos, se acompañaban noticias de guerras, matanzas, asesinatos, luchas obreras, denuncias de torturas, que pintaban un mundo convulso, siniestro y corrupto. No, ni había perdido la razón ni estos inexplicables sucesos eran producto de mi fantasía.

Aquí estaba ocurriendo algo fuera de lo común. Un momento incomprensible. Tal vez todo quedaría aclarado al recorrer el túnel y alcanzar una salida a la superficie. De momento, eso era lo que me preocupaba.

Seguí caminando en busca de la salida. Calculé que habría andado un trecho por espacio de cinco minutos, cuando me sorprendió una luz cegadora que provenía de la parte alta del túnel. Me detuve para observar con detenimiento aquella luz. Pero…¿qué estaba sucediendo allí?
                Pude ver claramente la silueta de un hombre blanco, como una estatua de mármol, sosteniendo una espada llameante. Una figura como de los míticos ángeles, a cuyo arquetipo  estamos acostumbrados casi todos los seres humanos. Casi pensé´ que ahora sí me estaba atacando alguna forma de locura. ¿Ángeles? Bueno, no ángeles, pero sí ¿un ángel en esa cueva? Miré por un momento esa figura mítica que observaba atentamente mis movimientos.

                Proseguí mi camino hacia esa visión, lleno de gran curiosidad. La visión se colocó en medio de la cueva y bajó su espada resplandeciente cortándome el camino.

                No vi en él agresividad. Y tuve tiempo de repasar mentalmente todo lo que sabía acerca de los ángeles de los mitos. Bien, sabía poco, salvo que alguno de los ángeles de Dios, el otro mito, se llamaba Gabriel y era uno de sus fieles. Pero, ¿cómo se hablaba con los ángeles? Me preguntaba qué clase de seres podrían ser los ángeles: ¿Tendrían cuerpo, un cerebro como nosotros o eran hechos de luz? ¿Cómo abordarlo? ¿Obtendría alguna respuesta? Vaya problema, porque si no estaba loco no demoraría en estarlo.

Tal vez, me dije, debería hablarle con el pensamiento. Después de todo, un ser así podría captar mensajes telepáticos. Así estuve dando vueltas al asunto, mientras la punta  de la espada resplandeciente permanecía impidiendo mi avance por la cueva. Si bien no sabía cómo empezar un diálogo con ese ser. Tomé la decisión de suponer que era algo parecido a un ser humano y que como  fuese  la cosa no podía permanecer indefinidamente impedido de avanzar.

Por eso tomé la decisión de hacerle una pregunta ingenua: ¿Eres el Ángel Gabriel?-le dije. Su mirada  se dirigió  a mí y pude ver parte del cosmos a través de ellos.-“No, me contestó” No soy el Ángel Gabriel. “Y tampoco sé quién es el Ángel Gabriel”. “Los ángeles no tenemos nombre alguno”.   

III

                Su respuesta me dejó desconcertado. Esto era serio, porque creía saber algo de los ángeles, si bien poca cosa. Pero  me reconfortó recibir una respuesta.

                ¿Por qué  estás aquí? ¿Por qué impides que siga mi camino? Yo solo busco una salida que me lleve a casa. La punta de la espada refulgente se levantó a su posición original. Entendí que el ángel aceptaba que siga mi  camino. Y así fue.

Después de sobrepasarlo, me volví y sólo pude ver suspendida en el aire la espada de fuego. Esto me impresionó a tal punto que antes de proseguir mi camino hacia una salida en la cueva, medité un momento acerca de estos hechos que jamás me habría imaginado, por más que tuviese una mente fabuladora.

                Avancé sintiendo una extraña fortaleza. Cada paso hacia adelante, me insuflaba más energías, más seguridad. Cualquier temor anterior, terminó por desaparecer totalmente. No caminé mucho antes de ver otra espada llameante y un ángel igual que el anterior. Me detuve prudentemente a unos metros y pregunté:-¿Eres igual que el ángel de la entrada, es decir, que no tienes nombre?

                Vi los mismos ojos, como los del anterior, abiertos al cosmos por entre sus pupilas.-“Te han dado permiso para continuar tu camino”. “Busca lo que quieres encontrar”-habló el ángel, levantando la punta de la espada.

                Las energías seguían fluyendo a mi cuerpo y cada vez caminaba con mayor seguridad. Así, pasé la guardia de 11 ángeles, todos idénticos, llenos de luz.

¿Dónde estaría la salida?, me pregunté pensando que ese flujo de energía llegaba  a mi cuerpo como una ayuda para seguir caminando, quien sabe muchos kilómetros en esa extraña cueva. Más adelante, la sorpresa casi me privó del conocimiento, pues el túnel se ensanchaba y a ambos lados aparecían túneles de intensa luz blanca. Comparé ello con la energía o la luz de fuente fotónica. ¿Qué más podría ser? Pero era evidente que los ángeles guardianes protegían  algo, en cada tramo de la cueva. Mi avance por la cueva parecía estar siendo facilitado por algo o por alguien. Era obvio que ningún ser humano hubiese podido rebasar ni al primer ángel, a la entrada de la cueva. Sin embargo, yo había avanzado hasta un lugar que parecía abrir mi mente, poseerla y manejarla según hubiese conveniencia.

                Pasé los túneles laterales e ingresé a la parte más espaciosa de la cueva y quedé de pronto inmerso en medio de una luz blanca, tibia, acogedora, pero sin poder ver nada más. Atónito, busqué alguna figura humana o celestial en ese foco de intensa luz blanca sin conseguirlo. Hacia donde dirigiera mi mirada, sólo veía esa luz.

Así permanecí como si mis funciones cerebrales habrían quedado en suspenso. “la luz lo cubría todo y ya no era posible ver el contorno de la cueva. Era una circunstancia en la que no podía manejar libremente opción alguna que finalmente me llevara a la salida. ¿Qué era aquello? ¿Por qué ese gran  silencio y esa fuerza vital insuflada en mi cuerpo? Quise pensar en lo que debía hacer y mi cerebro no respondió.  
      
IV

He  aquí que en ese trance, absolutamente desconectado de mi voluntad, escuché una voz dulce, claramente perceptible, pero primorosa para mis oídos.

                -“Después de dos mil años y fiel a mi promesa he vuelto. Me han traicionado mis apóstoles, aquellos que decían amarme. Me crucificaron otra vez los eternos rebaños del sacerdocio. La muerte y la desolación cubren este mundo, a donde vine a sembrar el amor. Me han traicionado: el hombre sigue siendo ladrón, asesino, mentiroso, hipócrita  y cruel contra los niños por quienes pedí que vengan a mí, se hacen cosas de espanto, se ejerce una violencia vesánica, los vejan, torturan, violan, asesinan y esclavizan. Me han defraudado y eso me llena de vergüenza. Han cambiado el amor por el odio, la rectitud por el fraude, la verdad por la mentira. Dos mil años han pasado y todo sigue igual. No habrá redención. Dejaré que el Hombre siga siendo el Hombre. Su estirpe engendra la destrucción y la muerte. Nada lo cambiará”.

Luego,  silencio. Aquella voz calló, mientras entro en un estado de incontrolable desesperación. ¿Quién me habló?, pregunté. No pude ser. Esa voz…los ángeles, las espadas de fuego, esa luz como de origen fotónico. ¿Quién me habló?, pregunté nuevamente, la respuesta fue el silencio.

Perdí el control e inicié una carrera sin norte, adonde fuera, en busca de una salida. No sé cuánto tiempo duró aquella huída hacia ninguna parte, pero repentinamente sentí mis pasos en tierra firme: estaba en el altozano, poblado de aquellos arbustos bellos pero extraños. Entonces sentí una gran tranquilidad. Miré mi entorno y divisé un camino que bajaba con poca inclinación hacia un paraje que al avanzar me pareció conocido.

Me volví para mirar al altozano y orientarme, pues advertí que estaba de regreso al lugar de donde había venido. Antes de dejar definitivamente ese extraño lugar, levanté la vista al cielo instintivamente: la frase podía leerse muy nítidamente: “DA TESTIMONIO”.             
               

 




24.9.12

DARÍO VÁSQUEZ SALDAÑA





                                                                                           




Darío Vásquez Saldaña
Piscoyacu, departamento de San Martín  
1946

      Inició sus estudios de pedagogía en la Escuela Normal de Saposoa, en 1966, culminándolos en la Escuela Normal Mixta Marcos Durán Martel de Huánuco, en 1969.

Participa en el Primer Concurso Internacional de Cuento José María Arguedas en 1988, convocado en París, donde obtiene una Mención Honrosa por su trabajo Confesiones de un caballo. En dicho evento participaron más de quinientos escritores de habla hispana, residentes en América y Europa.

El año 2004, publica en Perú Confesiones de un Caballo y Otros Relatos Amazónicos.
  
El 2007 publica su segundo libro de cuentos “Nuevos relatos amazónicos

El 2010 gana el Concurso Literario “Nuestra Palabra” convocado por el Gobierno Regional de San Martín con el libro de cuentos El Tunchi Enamorado que se publica en ese mismo año.

Dice Cronwell Jara  en el prólogo de su último libro: “…detrás de la risa, el chiste y la broma, sus cuentos poseen la técnica de la inmediatez, son dinámicos, ágiles, claros; saben ceñirse al tema, jamás caen en descripciones insulsas o en atmósferas aburridas. Hieren donde deben aguijonear y cierran la historia o la anécdota en el justo y preciso momento, sin que sobre o falte una palabra.  Y si bien saben ser coloquiales también saben encandilar con términos, frases y giros dialectales propios de la región sin que la elocución castiza pierda brillo, sapiencia y nitidez…”   


TEXTOS 



                                  LA TERAPIA DEL PATE



Antes de que rayase el día todos debíamos estar de pie. Miguelita y Paquita, mis únicas hermanas, se encargaban de poner en funcionamiento la tullpa(1); Wíler, el hermano mayor, ordeñaba las vacas; Jorge, atendía a los chanchos; y yo, que era el último, a las aves.

Las vacas, marranos, cochinillos, gallinas y pavos, esperaban el desayuno en la puerta de la casa, dando un concierto de mugidos, berridos, graznidos y cacareos tan desafinados y chirriantes que, a nadie se le hubiera ocurrido continuar en la cama. Santa Bárbara, el fundo de mi padre, rebosaba de vida, verdor y algarabía. Jorge, atendía primero a todos los chanchos de engorde, ya que éstos comían hasta el hartazgo, puro maíz y en grandes bateas.

No pocas veces, después de culminar mi tarea, sólo por juguetear con esos mansos barrigudos me acercaba al comedero, les rascaba suavemente la panza y ellos, con sus quejidos cariñosos, iban doblándose lentamente hasta recostarse en el suelo.

Cierta mañana mi padre dijo:

—Que estos ociosos mantecosos coman hasta empacharse, no saben que mañana viene don Román Vásquez para llevárselos hasta Iquitos. Allá los loretanos que se los coman con piques y todo.

Yo me encargaba del desayuno de todas las aves, pero en especial de hacer el recuento de los polluelos de cada gallina; si había de menos, tenía que buscarlos en los gallineros o en cualquier otro lugar, ya que algunos morían aplastados por las demás gallinas o a consecuencia de las arrechuras matinales de los gallos, quienes, para cumplir con su deber no reparaban en atropellar no solamente a las gallinas, sino también a los inocentes pollitos. Los que se quedaban despatarrados, con la nuca descoyuntada o con las alas magulladas, y si todavía daban signos de vida, de inmediato pasaban al quirófano para la respectiva terapia del pate.

¿En qué consistía la terapia del pate? Pues verán que todo era muy sencillo: se cubría al contuso con un pate (una vasija hecha de la totuma) y, toc toc, toc toc, toc toc…, seguía uno golpeteando con una varilla sobre la vasija. A los quince minutos se levantaba el pate y el pollito, fresco como una lechuga, gritando su agradecido pío pío, salía corriendo en busca de la mamá gallina.

El follaje de la arboleda que rodeaba la casona de la hacienda, era el refugio favorito de manacaracos, torcazas, ucuhuasheros, paucares y demás aves selváticas, adonde acudían los chiquillos, como su apetecible riquisina(2), para
cazarlos con sus baladoras.

Cierto día, una torcaza, revoloteando torpemente aterrizó muy cerca al patio. La pobre paloma aleteaba de impotencia en el suelo.

—Hoy comeremos una canga(3) de torcaza —le dije a mi madre, llevándole a la moribunda paloma en mis manos.
—¿Tú la mataste? —me preguntó, mirándome fijamente a los ojos.
—No, todavía sigue viva —le contesté—. Seguramente los muchachos le propinaron su baladorazo.
—Llévatela y golpéala en el pate.
—Pero si ya está para morirse, ¿no será mejor ponerla a la parrilla?
—¡Josué! —habló, con la severidad que la caracterizaba—, haz lo que está dicho, esa paloma ha de criar todavía a muchas torcacitas.

No pude ni debía replicar. Tapé herméticamente a la paloma, deseando vivamente que se asfixiara y me puse a darle al pate los consabidos golpeteos, demorándome más de la cuenta. Al concluir con el tratamiento y, al no percibir ningún movimiento en el interior, levanté la vasija y, ¡suácate!, la paloma voló por los aires, dejándome en el pensamiento una torcaza empalada en el asador, dorándose a la parrilla.

Hoy, la ciencia médica reconoce plenamente los efectos salutíferos del ultrasonido y la resonancia magnética, producidos por sofisticados instrumentos. ¿Cuánto llegaron a saber nuestros padres a través de la madre de la ciencia, la experiencia, sobre tan benéficas ondas, haciendo vibrar solamente un humilde pate?

Le tocó al tiempo correr un poco y yo llegué a trabajar en la Corte Superior de San Martín, cuando regía ese tribunal el doctor Rafael Leonidas Villaparte Cirio. A sus setenta y cuatro años de edad gozaba del respeto y la consideración de la comunidad sanmartinense, ya que la experiencia, la reflexión y el razonamiento, cualidades que todo buen juzgador debe observar, habían marcado con el sello de la rectitud todas las decisiones que como magistrado debió ejecutar.

En el Palacio de Justicia, el doctor Villaparte parecía no conocer a nadie y, si algún desavisado litigante se permitía alguna insinuación maliciosa, le espetaba al morro la sentencia romana: “Dura lex, sed lex”; pero fuera del tribunal era un alma de Dios, el amigo sencillo y jovial no solamente con sus pares sino también con el último trabajador de la institución. Si había que celebrar algún acontecimiento nunca se negaba a ningún compromiso amical, ya que como reza el vals criollo, era “buen cantor, guitarrista y chupa caña”.
Lupita y Sarita, sus diligentes secretarias, sabían secundarle tan afablemente, no solamente en el trabajo sino también en sus momentos de expansión y regocijo. Precisamente, en el cumpleaños de Lupita, a la familia se le dio por tirar la casa por la ventana. La plana mayor y la plana menor del tribunal habían concurrido a tan gentil invitación. Las mistelas y los chuchuhuashas, al parecer, hicieron el recorrido más corto, habían ido a parar a la cabeza del togado.

El requiebro y la lisonja estaban a flor de labios.

—¡Que viva la santa!, y que le atienda a este pajarito con un poquito de cariño —gritó el doctor Villaparte en medio de la algarabía de los concurrentes.

Todos festejaron la ocurrencia dando vivas a la cumpleañera.

Pasó algún momento y el juez volvió a la carga.

—Este pajarito ya se muere de sed. Un poquito de mistela y de cariño, para que se ponga a cantar.

Los invitados siguieron dando vivas, alcanzándole al doctor Villaparte una copa de mielachado.

—Doctor —dijo uno de los invitados—, con este RC, ese pajarito no sólo se pondrá a cantar sino también a pedir su comida.

—¡Alajua!, pobrecito el doctor, para qué ya pues le están dando falsas esperanzas —dijo Sarita, en compasiva defensa—, cuando su pajarito ya no se levanta ni golpeándole con el pate.


(1) Tullpa: lugar donde se cocina a base de leña. Fogón.
(2) Riquisina: lugar donde se encuentra buena caza o buena pesca.
(3) Canga: carne atravesada por una varilla de fierro o de madera, asada a la brasa.



 

                       Werner  Bartra Padilla   Moyobamba (1970). Profesor de lengua y literatura y abogado por la Universidad...