21.1.08


Walter Perez Meza
(San Alejandro 1950)
Periodista, narrador, poeta e infatigable promotor cultural. Funda la Casa de la Cultura Amazónica. Junto a destacados artistas ucayalinos crea el grupo literario Maldita Boa, asimismo, funda la Revista LEA Literatura, Educación y Arte. Es también propulsor de diez encuentros regionales de literatura.
Estudió derecho y periodismo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Actualmente reside en Pucallpa donde dirige el diario El Día y se encuentra avocado a la investigación de la literatura de los pueblos indígenas de Ucayali.
Algunos de sus libros:
Poesía:
Maritza a la Una, En el Ojo del Ayahuasca, Cantos y Desencantos para una Mujer Boa.
Narrativa:
Cuentos Cortos de Pucallpa, La Chicharra Encantada I, La Chicharra Encantada II, Morir en Pucallpa, El Emperador Invisible, Sueño de Ayahuasca, Danza Cuchillos
Textos:
DIZNARDA*
Cómo vas a llorar, a llorar de verdad Diznarda Ipushima, cuando sepas que tu marido ha muerto. Entonces recordarás mi advertencia para que no te cases con Nicasio Tanchiva. Recordarás que cuando te lo dije aquella vez, riéndote, descarada, respondiste: mejor pués, lloraré con un ojo y con el otro estaré ñahuincheandote para que seas mi segundo marido. Pero Diznarda, vete sabiendo que ya no es broma.
Cuando Nicasio y yo te conocimos en la pensión de la tía Conshe Maruja, nos hiciste tus engreídos. Llenabas nuestros platos hasta el borde, riéndote, diciéndonos, que eramos tilicos y no aguantaríamos el rudo trabajo de cavar alcantarillas en los pueblos jóvenes de Pucallpa.
Nos animabas, nos dabas cariño y, por eso, una noche, Nicasio me confesó que estaba enamorado de ti. Lo mismo yo, pero no dije nada. Y cuando el supo que un sábado saliste conmigo a bailar en el Tropican Bar, esa misma madrugada me buscó para llorar su amor. Rogó que me aleje de ti porque, según èl, yo sólo querìa gozar tu hermoso cuerpo, aprovechar tu inocencia. Pero, él, querìa darte un hogar, ibas a ser reina y madre de sus hijos. Imploró, lloró, desnudó su angustia. Limosnero de amor gritó: ¡pídeme lo que quieras hermanito pero no me la quites! Borracho insomne, sintiéndome superior y perdonavidas, fui el generoso de la película y dije lo que no debí decir nunca: ¡una caja de cervezas heladitas, ahorita, y te regalo todas las diznardas del mundo! Muchachita ilusionada habías venido del caserío Baguanisho a Pucallpa y no te importó lavar platos y convertirte en apetecido plato para los comensales de la pensión de la tìa Conshe, Diznarda, linda mujercita, esa madrugada te cambié por 12 botellas, bedidas hasta la última gota con el pretexto infame de celebrar el angustiado amor de Nicasio. Sin embargo, tú, èl, y yo, sabíamos quew me amabas a mí. Pero, carajo, en los dìas siguientes vi a Nicasio sufriendo por tu indiferencia, yo mismo lo llevé al tambo del ayahuasquero Pablo Amaringo, en el barrio Fray Martín. Entre el humo de tabaco de su shimitapón, leyendome el alma, Amaringo me advirtió: muchacho después te arrepentirás porque sólo yo puedo separar lo que amarro…¡Yo o la muerte! Quizás en ese momento debí retroceder, pero los ojos de perro triste de Nicasio me llevaron al abismo. Amaringo, brujo efectivo. Siete días después, Diznarda, linda chiquita, desde tu esquina de esperta lavaplatos, bajo el hechizo del Amaringo, cada vez que mirabas al Nicasio, parecía que se iba a caer tu bombacha. Tus ojos se olvidaron de mí. Sentí celos y descendí al venenoso infierno de los remordimientos. Aguanté, pensando que te podía recuperar…¡Pero fui un idiota! En menos de una semana perdí la batalla. Nicasio, cara de tonto, en pleno almuerzo, anunció a los comensales que se iba a casar contigo en el matrimonio masivo por el Día de Pucallpa. ¡Carajo! Sólo Dios sabe por qué no me puse a llorar. Nunca comí una sopa tan amarga. Esa tarde, furtivamente, me acerque a ti, para recordarte que yo te di el primer beso de tu vida. Así como Nicasio se había arrodillado ante mi, yo frente a ti, me convertí en mendigo de tu esquivo amor. Rechazaste brutalmente mi súplica. Entonces ciego de rabia, te advertí que no te cases con ese Nicasio, cuya carita de cojudo me despertaba odio y rencor. Te reiste de mi, Diznarda. El cojudo era yo.
La mala hora llegó dos meses después, cuando la empresa constructora quebró, dejándonos impagos, sin trabajo y sin navidad, La pensión de la tía Conshe Maruja se arruinó cuando los comensales desaparecieron. Tú estabas preñadita, Diznarda, muchachita ojos de venado y cabellos rizados como virutas de cedro. Nicasio te idolatraba y el hombre, optimista, cachueleó limpiando autos, vendiendo jabones, galletas, papel higiénico, periódicos, condones. Cargaba bultos hasta desfallecer. Cuantas cosas hizo. Pero el dinero no le alcanzaba y cada fin de semana me pedía algunos soles porque, entre broma y serio me nombró padrino de su hijo y me pidió que vaya gastando por adelantado. También decía que al mal tiempo se le pone buena cara y sonreía. Poco a Poco, sin embargo, los malos tiempos pintaron tristezas, angustias y preocupaciones en su rostro infantil ; hasta que se quebró.
Una tarde quejándose amargamente dijo que Dios lo había abandonado y que por eso se iba a trabajar a Huipoca con los narcos de esa zona. ¡Vamos compadre tu también necesitas plata! Me animó. Le dije que era peligroso. Pero no le importó y dijo: si voy a morir pobre y hambriento prefiero morir abaleado pero con harto billete. Se marchó una madrugada. A la semana siguiente, tú, Diznarda, me buscaste para rogarme que no abandone a Nicasio, que le ayude. Y aunque tuve negros presentimientos, sólo por ti, entré a Huipoca. Algo muy grave iba a pasar. Trabajamos tres meses. Puntalmente Nicasio te enviaba dólares de la jornada semana y hacía sus propios negocios para tener más dinero. Cuidado compadere, le decía yo, y el respondía: ¡la vida es de los audaces, compadre! Cuando llegó el día esperado para salir del monte, esa última noche, ansioso e ilusionado, Nicasio no dormía. Para calmarse los nervios salió de los tambos a dar una vuelta y entonces descubrió que los policias rodeaban el campamento, Me avisó y silenciosamente escapamos por una escondida trocha usada por los “burros” para llevar droga a Palcazo. De lejos escuchamos la balacera sobre el campamento. Nos alejamos hacia el río Chanintia de los cashibos. Nicasio feliz hablaba todo el tiempo de ti y del hijo recién nacido que iba a conocer. En mi, crecía la víbora de la envidia. Para distraerme conté las balas de mi revolver. Una furia interior, salvaje, me ponía frenético, pero no dije nada. Amanecía. De pronto escuchamos el rumrum de un fuera de borda. Le dije a Nicasio que mejor era dejarlo pasar, pero él, ansioso por embarcase para llegar a tu casa, desechó toda precaución y salió a la orilla revolver en mano. Me escondí entre la maleza. Y sucedió. No se si fueron uno o dos disparos los que alborotaron a los animales del bosque. Nicasio cayó en la playa cenagosa, gritando tu nombre. Quizas en ese momento habrás escuchado su voz porque dicen que el viento lleva hasta su casa el último suspiro de los moribundos. Los del bote bajaron veloces apoderándose de la “merca” que Nicasio llevaba en su mochila para negociar en Pucallpa. Se llevaron los dolares que había ahorrado para celebrar el reencuentro de ustedes dos al que, también, me había invitado minutos antes. Te juro, Diznarda, que me dieron ganas de enfrentarme a tiros con esos miserables, pero me contuve pensando en ti. Si yo también moría te hubieras quedado solita. En cambio hoy, ya lo sabes, serás sólo para mi..
¿ Me dirás que inventé la muerte de Nicasio? Para que no dudes te llevo su camisa manchada en sangre. Creeme, muchachita. Soy capaz de todo por ti. Ahora que la muerte ha desatado el nudo que hizo el ayahuasquero Amaringo, ahora, muchachita, quiero ver, si lloras con un ojo y con el otro me ñahuincheas para ser tu segundo marido.
Ahora, ríete, pués, Diznarda, dientes de maiz.
(*) Este cuento obtuvo una mención honrosa en el concurso El Cuento de las Mil Palabras de la revista CARETAS

                       Werner  Bartra Padilla   Moyobamba (1970). Profesor de lengua y literatura y abogado por la Universidad...