2.3.10

JAVIER DÁVILA DURAND









 Javier Dávila Durand
       
Iquitos, 1935

         Poeta, editor, periodista, apasionado amante de nuestra región amazónica y consagrado sabio en el raro arte de ser amigo. Su obra literaria se circunscribe específicamente a la poesía.



         En su juventud obtuvo el primer premio en un concurso internacional de poesía con Paisaje de mi tierra (1956). Más tarde, publicó los libros Mis delirios (1958) y Yara (1965). En 1965 fundó en Iquitos la revista “Proceso” que, con algunos intervalos, se publica hasta la fecha. Fue miembro fundador del movimiento literario Bubinzana.

         Como editor y promotor cultural organizó la Primera Jornada del Libro Loretano y el Primer Festival del Libro Amazónico, en los años 60. Posteriormente, editó las primeras obras de los poetas Percy Vilchez Vela y Ana Varela Tafur, entre otros escritores jóvenes de Loreto.

        Su labor periodística ha sido realizada principalmente en las ciudades de Pucallpa, Iquitos y Lima.

         Entre sus obras podemos mencionar: Yo, el Sujeto (1991), Canto del dolor y de la angustia y otros poemas para amar la vida (1994), El amor es un río esplendoroso (1997), El cantar (2000), Travesía sin puerto (2002), Parque de reserva (2005) y Poemas de amor para jubilarse (2005).

         La poesía de Javier Dávila Durand ha sido traducida al francés, italiano, japonés, inglés y portugués.
 

         El proximo año, 2011, el poeta Javier Dávila Durand cumplirá cincuenta y cinco años de fecunda e ininterrumpida labor literaria. (Luis Salazar Orsi).



TEXTOS

 
 EPISTOLA A JUAN OJEDA
 
    Te recuerdo una tarde de la patria mía.
Volvías del Brasil desengañado.
Acababas de quemar tus naves
en el Puerto de Leticia
y prometiste convertir la selva
en Casa de la Poesía.
Hoy andarás por Lima, Juan Ojeda,
hermano, camarada
de América, yerba buena, aqui te espera   
todavía mi enorme Amazonía.
 
   Otra tarde Con Roger Hurtado juntos
hasta Santa María llegamos para darte
el arroz que debías sembrar en esas playas
El arroz, Juan Ojeda, que intentabas
cosechar  para regalarlo a manos llenas,
Hoy quien sabe en el Mar Pacifico   
—ostra nuevamente o anchoveta  
huyendo de la red— te pierdes
con tu barba silvestre en busca de otro puerto
para la poesía.

    Acá somos los mismos. Pero
no somos los mismos.   
Róger Rumrrill  empaca al fin sus sueños
y se lleva de equipaje un pasaporte
que le aleja de ríos, de bosques, de tormentas.  
Parte para París en hora buena     
y en hora mala para todos los que andamos
cambiándole de cara al mundo.
Yando partió primero. Se fue llevando   
la cosmogonía de mi pueblo. De una pincelada
trazó toda su ruta. Hoy andará por la Argentina    
del brazo de sus duendes. Lo recuerdo
en el ‛‛Che Che Room’‛ bebiéndonos
el Amazonas.  Juan Ojeda Con Dom Helder
Cámara y el amor en una esquina   
retorciéndole la cintura a nuestra patria.  
   
Y el Cholo. Ese Cholo Morey con quien
solíamos decirle pan, al pan;  al vino,
vino.  Me dice que se va definitivamente
a ponerle una viga al ojo ajeno de su tierra.
¿Ouién se queda aquí ahora, Juan Ojeda?
¿Ouién tendrá la tarea de Salir conmigo
a pintarle una sonrisa a cada hombre?
¿Ouién,  por Dios, Juan Ojeda, si no vuelven
me ayudará a construir la Casa de la Poesía?

                                  Yurimaguas, febrero de 1968



DEL ARBOL DEL BIEN
Racimos desde tu cabeza las trenzas de tu pelo.
Sobre tus hombros, pasto de noche.
En tu espalda, campiña.
Todo en ti es riqueza,
sembrío interminable,
denso frutal de mis satisfacciones.
Entonces tú eres el esplendoroso Arbol del Bien.

Semillas escondidas tus poros,
diminutos almácigos.
Yo recojo manzanas de tu piel.
Yo siembro para todos.
Yo hago que los granos se multipliquen
y que el trigo, sol desgranado, cubra de oro la tierra.

Aliméntenme las frutas de ti desprendidas.
Denme la fortaleza del labriego,
del que sabe sembrar la tierra y cosecharla.
Oh tu cuerpo de sementeras.
De ti, de tu cuerpo,
surge la simiente, gracia abundosa en la tierra.
Y la dicha,
mi indulgencia,
es pan que se puede repartir.


EL PAJARO DEL CANTO GENERAL

           Para Alondra Lucero Martín Dávila,
           la misma ave en otros paisajes.

Hay un pájaro que canta el lenguaje
de todos los pájaros. En su voz,
la voz del reino azul. Voz de voces.
Solito hace de numerosos pájaros.

¿Qué maravilla le da este privilegio?
Así como hilvana su nido,hilvana
melodías. Su nido es otro tema
de misterio. En su forma está la forma

De copa ruda evadida en el árbol.
Celosas hormigas cuidan nido y polluelos.
La historia es más extraña.
Dicen que hay
un solidario pacto entre los dos.

Dicen que el pacto permite a las hormigas
resguardar el nido para que el canto
prevalezca. Dicen que el paucar
-nuestra ave- jamás comerá una hormiga.

Por eso, sabiamente, ambos se protegen.
Por eso hay un pájaro que canta
todos los cantos de sus congéneres.

Pregunto: ¿Y si tuviera que escribir
-no lo permita Dios-otro poema
que empiece: "Había una vez un pájaro
que cantaba en el lenguaje de todos los pájaros...?"
Ay, mi Señor, tan mío,

que no se dé esta historia jamás.



EL CIRCO

La ventisca agita el lecho de arena.
Tus piernas me arremolinan
en el torbellino de movimientos.
Qué puedo hacer en este atolladero
que aceza mi saliva
y me ensaya en el rápido afán
de hallar el oasis.
Qué, si no entusiasmar el fuego
de mi atardecer
que se solaza en la virtud
de dividir la lu
na

en cielo
y en
infierno.

Después sosiegas el espíritu
en río de agobios.
Remas, por trechos. Remamos.
El impulso ahoga
un remolino de rosas
de almíbar.
Una íntima lluvia te moja desde mí.

Luego la fiera
de un beso luminoso.

La noche silencia al aguacil del viento.
Tú, animal terrestre,
venada que juegas a escapar;
tú, pez de caudal,
sirena en el naufragio de mi sangre;
tú que vuelas el territorio azul desde mi frente,
paloma y mariposa, ave del alma,
cierva del sol
que pelea
su vida
de cierva
en un cIrco
de arena.









                       Werner  Bartra Padilla   Moyobamba (1970). Profesor de lengua y literatura y abogado por la Universidad...