MOYOBAMBA
Origen de una Industria
Pueblo reacio para adherirse a la causa de la
independencia fue el de Moyobamba. Los moyobambinos, azuzados por el obispo de
Maynas Rangel, tenían a orgullo ser más realistas que el rey. El obispo había
excomulgado a los patriotas, y el moyobambino no quería perder su parte en el
cielo por meterse en novelerías de patria y libertad, invenciones de los
herejes insurgentes, como predicaba el buen mitrado.
Cuando San Martín desembarcó en Pisco, presentósele
D. Pedro Noriega, comerciante de Moyobamba, quien ofreció al Protector atraer a
sus paisanos a la buena causa. San Martín lo autorizó para que, al pasar por
Cajamarca, tomase cuarenta soldados y con ellos acometiese la que se creía
facilísima empresa.
Noriega, ocupó el cuartel que le abandonaron los
doce hombres de la guarnición realista, que en ese día se encontraban en
Moyobamba. La guarnición del territorio de Maynas era de ciento treinta
soldados, distribuidos en diversas poblaciones.
El vecindario acogió con frialdad a Noriega, y
aquella misma noche armáronse los doce realistas, cayeron de improviso sobre
los expedicionarios, que dormían a pierna suelta, y dieron cuenta de ellos.
Noriega logró escapar por el momento y esconderse dentro de un horno; pero
descubierto al día siguiente, fue fusilado por el pueblo.
El sargento Cárdenas, que mandaba la guarnición de
Putumayo, creyó propicia la oportunidad para emprender campaña contra los
patriotas de Chachapoyas y Cajamarca. En poco tiempo organizó una columna de
ochocientos hombres, y se apoderó por pocas horas de la ciudad de Chachapoyas,
después de cruda resistencia de los moradores. Socorridos éstos por dos
compañías del batallón Numancia, destacadas de Cajamarca, trabose nuevo combate
en Igos-Urco, quedando derrotados los realistas y muerto el sargento Cárdenas.
Después de este desastre, los moyobambinos tuvieron
que gritar «¡viva la patria!» Mas apenas se alejaron las tropas insurgentes,
cuando estalló la reacción a la voz de «¡viva el rey!» El comandante Alvariño
logró someterlos a la obediencia, pero al retirarse para Cajamarca, tuvo aviso
de nueva revolución. Esta fue, un mes más tarde, sofocada por el comandante Egúsquiza,
pero para repetirse con mayores bríos en 1824.
El gobierno dispuso entonces que el coronel D.
Nicolás Arriola, al mando de seiscientos veteranos, fuese a someter a los
belicosos moyobambinos.
Arriola se situó en Rioja, a cinco leguas de
Moyobamba, y envió un parlamentario a la ciudad. Una señora de la aristocracia
del lugar, doña Eulalia Ríos, proclamó a sus paisanos excitándolos a la
resistencia, e inmediatamente los vecinos, con excepción de niños y gente
decrépita, corrieron a armarse. Encabezados por D. Fernando Sánchez y D.
Eustaquio Babilonia, salieron a buscar al enemigo y muy resueltos a presentar
batalla; pero en la marcha les cayó un tremendo chaparrón, y viéndose con las
municiones mojadas se detuvieron en la Habana, esperando poder secar allí la pólvora o
renovar el parque. Mas Arriola, que permanecía en Rioja, pueblo distante tres
leguas de la Habana,
tuvo oportunamente aviso del contratiempo y no les dejó espacio para nada, pues
a las cinco horas se les apareció con su aguerrida tropa. Los realistas moyobambinos
se batieron desesperadamente; mas viéronse en breve arrollados y puestos en
fuga, cayendo prisionero el cabecilla Sánchez, quien fue fusilado sin
ceremonia.
Inmediatamente avanzó Arriola sobre Moyobamba;
encontró la ciudad casi desierta, y sus soldados destruyeron la casa que había
habitado el obispo Rangel, casa cuyo terreno forma hoy la plaza del Mercado.
Al retirarse el tremendo Arriola, el azote de los
realistas en esas regiones, dejó por gobernador a D. Damián Yepes, quien
después de Ayacucho fue reemplazado por el sargento mayor D. Damián Nájar,
natural de Guayaquil. Si querido fue Damián primero, no tuvo menor fortuna
Damián segundo, a juzgar por esta copla que cantaban las moyobambinas.
«Damián
de Damián renace,
como el fénix en su nido:
pues el Damián que ha venido
siempre en todo nos complace».
Era el nuevo gobernador D. Damián Nájar hombre de
carácter sagaz, y supo conquistarse el cariño del vecindario, cariño que acabó
de afianzar por su matrimonio con una moyobambina, hija de familia tan
principal e influyente como era la de doña Eulalia, la entusiasta defensora de
la causa de su majestad.
Este enlace vino a ser como una fusión entre
realistas y republicanos. Desde ese día nadie volvió a acordarse en Moyobamba
de Fernando VII.
Sucedíanse los mandatarios en la capital del Perú, y
ninguno hasta 1850 pensó en relevar a Nájar, quien parecía nacido para
gobernador perpetuo de Moyobamba. Verdad es que tampoco le daban un ascenso en
su carrera militar, lo que prueba que Moyobamba era tenida por el último rincón
de la casa, creencia de todo punto infundada.
Por entonces, y parece que huyendo de la justicia de
su país, llegaron a Moyobamba tres guayaquileños, a los que su paisano Nájar
acogió con benevolencia y comprometió para que se avecindasen en el lugar.
El oficio que los nuevos vecinos habían ejercido en
Guayaquil era el de tejedores de sombreros, y encontrando a las márgenes del
Mayo abundancia de la paja llamada bombonaje, decidieron ocuparse en su antigua
industria. Nájar les pidió que
enseñasen a los muchachos del pueblo; y siendo fácil y entretenido el
aprendizaje, antes de un año hasta las mujeres eran diestras tejedoras de
sombreros.
Moyobamba cambió como por encanto, pues tuvo una
fuente de riqueza en la nueva industria. Hasta 1850 la producción anual de sombreros
fluctuaba entre veinticinco y treinta mil, que se expendían en Huánuco, Huaraz
y Lima, extendiéndose tal comercio hasta los puertos de Chile.
Y pues de industrias se trata, demos a la ligera
noticia de unir que actualmente es la que más pingües rendimientos produce. La
industria azucarera.
La caña de azúcar no era conocida en el Perú en
tiempo de la conquista, y fue en 1570 cuando tuvimos las primeras plantaciones.
El azúcar que consumíamos en Lima era traído de Méjico.
El primer ingenio se estableció en una hacienda del
valle de Huánuco; mas no pudiendo competir el azúcar que él producía con la
mejicana por su abundancia y baratura, recurrió el dueño del ingenio a un hábil
ardid; y fue éste enviar a Méjico un navío cargado de azúcar huanuqueña. Los
productores mejicanos tragaron el anzuelo; porque supusieron que para enviarles
del Perú azúcar, que era como quien dice enviar rosarios a Berbería, se
requería que la producción fuese abundantísima y que en cuanto a precio
estuviese por los suelos. Cesaron, pues, de venir cargamentos de Acapulco, y la
industria azucarera empezó a florecer; y ha progresado tanto, que hoy decir
azucarero equivale a decir millonario.
Bajo la administración del presidente general
Echenique empezó para Moyobamba una lluvia de oro que duró hasta 1871. El
tratado con el Brasil, a la vez que hacía práctica la navegación de los ríos,
daba franquicias aduaneras a los ribereños para la exportación de productos.
Don Ireneo Evangelista de Souza, hoy Barón de Maguá, estableció una línea de
vaporcitos brasileros, y los moyobambinos tuvieron en la plaza del Pará un
espléndido mercado para la venta de sombreros. La producción no bajó en ninguno
de esos años de cien mil sombreros, que dejaban al comerciante moyobambino un
provecho neto de sesenta por ciento.
Sombrero manufacturado en Moyobamba hemos visto por
el que se pagó en el Pará la suma de doscientos cincuenta mil reis. Tan
delicado era el tejido y tan consistente el batán.
Hoy la industria decae por la competencia que la
paja de Italia hace al bombonaje, y los inteligentes y laboriosos moyobambinos
buscan en la agricultura el restablecimiento de su pasada prosperidad. Tenemos
fe en que lo alcanzarán. Omnia labor
vincit.
TRADICIONES PERUANAS
Ricardo
Palma