JUAN SAAVEDRA ANDÁLUZ
Iquitos,1940.
Periodista, escritor y poeta
Desde muy temprana edad, en la ciudad de Lima,
se dedica al periodismo colaborando con el diario ”La Prensa”.
En Iquitos, forma parte de la
redacción de los diarios “El Eco” e “Impreso”.
Integra el grupo Bubinzana junto a
Róger Rumrrill, Javier Dávila Durand, Teddy Bendayán, Jaime Vásquez Izquierdo,
Manuel Túnjar, entre otros
Trabaja en la revista “Proceso” que dirigía el poeta Dávila Durand. Fue también, durante muchos años, corresponsal
del diario “Expreso” de Lima. Dirigió las
revistas “Perspectivas” y “La Bayuca”, así como, el radio períodico “Impacto” en
Radio Atlántida.
En
1980, ganó el concurso de cuentos organizado por el CETA con "Los Soldaditos Maldecidos" Ese mismo año publica su
primer libro de
cuentos “Los Hombres Astados” con el auspicio
de la Municipalidad de Maynas.
LIBROS PUBLICADOS
Los Hombres Astados (1980)
El Interlocutor del Diablo (1987)
La Muerte de Mendel
Mendiola (1988)
ABZ del Humor (1988)
El Ave Zeta del Humor (1988)
El Soldado Franklin Gómez (1995)
Tutti Frutti del Humor (1999)
El demonio del Bosque
(2000)
El Presidente (2002)
Versos Extrasensoriales (2003) Poesía
Historias Fantásticas (2004)
La Cueva de Jesús (2010)
TEXTOS
La Cueva de Jesús
I
Fue
algo inexplicable. Fuera de lo común, sin relación con la rutina. Me vi
subiendo un altozano y en su parte más elevada observé una serie de arbustos
que no pude identificar. No eran por sus características, plantas conocidas en la
selva. ¿Quién ha visto flores tricolores? ¿y
plantas cuyas flores le vienen casi de la misma raíz hasta su parte más
alta? Nunca había visto tal cosa. Y había cosas más raras aún: flores naciendo
de la tierra misma, sin sustento de arbusto o ramas. No sé por qué mi intuición
me dijo que estaba en un lugar muy lejano de mi hábitat. Parecía una floresta
del desierto. Se me ocurrió que de pronto me toparía con un oasis.
El
viento soplaba con cierta fuerza y mis
ojos registraban el impacto de granos de
arena. ¿Granos de arena?, me pregunté. ¿Estoy acaso en un desierto o en un
lugar parecido? Desde la cima del altozano se veía una extensión de tierras
desprovistas de vegetación, aunque hubiera una que otra planta esparcida en
kilómetros.
Lo
real era que por allí no había signos de vida ni animal ni humana, más allá de
los arbustos muy raros. Me pregunté qué estaba haciendo en ese lugar desolado,
en un atardecer que se mostraba particularmente hermoso.
El
sol empezaba ponerse, en esa arcaica alcancía
del horizonte. Tal vez no quedaba más que una hora de luz solar.
Llegaría la noche muy pronto, pero antes
de eso, otra vez un presentimiento me avisó que algo extraordinario iba a
suceder. ¿Pero qué?
Andaba
totalmente absorto en mis pensamientos, cuando me pareció sentir que la tierra
se movía como abriéndose. Quedé quiero y listo a tomar una decisión si aquello
resulta peligroso. Se abriría la tierra e iría a parar en sus entrañas…
Y
otra vez esa sensación de estar en un lugar muy parecido a cualquier desierto.
Ante mis ojos se abrió un boquete de unos dos metros de diámetro, luego todo
volvió a la normalidad. Me acerqué al hoyo y pude ver una escalinata de piedra
inclinada.
Curioso temeroso a la vez, escudriñé hacia el fondo
sin ver nada extraño. Cuando de pronto miré hacia el horizonte, vi que el sol
desaparecía y avanzaban las sombras sobre ese lugar. Instintivamente empecé a
bajar por la escalinata de piedra, con el presentimiento de que a donde
llevaran esas gradas, allí estaría más seguro que en la superficie.
Descendí
hasta un lugar plano y desde allí observé que el boquete se cerraba. No
obstante, no sobrevino la oscuridad, sino que una luz clara y tibia alumbraba
el lugar. Miré en mi entorno y descubrí la entrada a la cueva. Caminé hacia ella, tal vez inconscientemente
buscando una salida que me devolviera a la superficie una vez que retornara el
día. Esa cueva sin embargo empezaba un tanto estrecha y más adentro se iba
ensanchando, pude calcular cinco metros de ancho por tres de alto de paredes
lisas.
II
¿A
dónde conduciría el túnel? Me detuve un momento para intentar comprobar, de
alguna manera, que estaba en mi sano juicio, que se trataba de algo extraño
pero tan real como yo mismo.
No
me cupo duda alguna de las circunstancias eran del todo inexplicables, pero que
mi razón estaba en su sitio. Recordé que poco antes me encontraba leyendo
noticias en los diarios colgados de un kiosco. No se trataba de un recuerdo
lejano, sino sólo de algunas horas.
Los
titulares de los diarios informaban de calamidades. Inundaciones, grandes
temporales, incendios. Y a esos hechos físicos, se acompañaban noticias de
guerras, matanzas, asesinatos, luchas obreras, denuncias de torturas, que
pintaban un mundo convulso, siniestro y corrupto. No, ni había perdido la razón
ni estos inexplicables sucesos eran producto de mi fantasía.
Aquí
estaba ocurriendo algo fuera de lo común. Un momento incomprensible. Tal vez
todo quedaría aclarado al recorrer el túnel y alcanzar una salida a la
superficie. De momento, eso era lo que me preocupaba.
Seguí
caminando en busca de la salida. Calculé que habría andado un trecho por
espacio de cinco minutos, cuando me sorprendió una luz cegadora que provenía de
la parte alta del túnel. Me detuve para observar con detenimiento aquella luz.
Pero…¿qué estaba sucediendo allí?
Pude ver claramente la silueta
de un hombre blanco, como una estatua de mármol, sosteniendo una espada
llameante. Una figura como de los míticos ángeles, a cuyo arquetipo estamos acostumbrados casi todos los seres
humanos. Casi pensé´ que ahora sí me estaba atacando alguna forma de locura.
¿Ángeles? Bueno, no ángeles, pero sí ¿un ángel en esa cueva? Miré por un
momento esa figura mítica que observaba atentamente mis movimientos.
Proseguí mi camino hacia esa
visión, lleno de gran curiosidad. La visión se colocó en medio de la cueva y
bajó su espada resplandeciente cortándome el camino.
No vi en él agresividad. Y tuve
tiempo de repasar mentalmente todo lo que sabía acerca de los ángeles de los
mitos. Bien, sabía poco, salvo que alguno de los ángeles de Dios, el otro mito,
se llamaba Gabriel y era uno de sus fieles. Pero, ¿cómo se hablaba con los
ángeles? Me preguntaba qué clase de seres podrían ser los ángeles: ¿Tendrían
cuerpo, un cerebro como nosotros o eran hechos de luz? ¿Cómo abordarlo?
¿Obtendría alguna respuesta? Vaya problema, porque si no estaba loco no
demoraría en estarlo.
Tal
vez, me dije, debería hablarle con el pensamiento. Después de todo, un ser así
podría captar mensajes telepáticos. Así estuve dando vueltas al asunto,
mientras la punta de la espada
resplandeciente permanecía impidiendo mi avance por la cueva. Si bien no sabía
cómo empezar un diálogo con ese ser. Tomé la decisión de suponer que era algo
parecido a un ser humano y que como
fuese la cosa no podía permanecer
indefinidamente impedido de avanzar.
Por
eso tomé la decisión de hacerle una pregunta ingenua: ¿Eres el Ángel
Gabriel?-le dije. Su mirada se
dirigió a mí y pude ver parte del cosmos
a través de ellos.-“No, me contestó” No soy el Ángel Gabriel. “Y tampoco sé
quién es el Ángel Gabriel”. “Los ángeles no tenemos nombre alguno”.
III
Su respuesta me dejó
desconcertado. Esto era serio, porque creía saber algo de los ángeles, si bien
poca cosa. Pero me reconfortó recibir
una respuesta.
¿Por qué estás aquí? ¿Por qué impides que siga mi
camino? Yo solo busco una salida que me lleve a casa. La punta de la espada
refulgente se levantó a su posición original. Entendí que el ángel aceptaba que
siga mi camino. Y así fue.
Después
de sobrepasarlo, me volví y sólo pude ver suspendida en el aire la espada de
fuego. Esto me impresionó a tal punto que antes de proseguir mi camino hacia
una salida en la cueva, medité un momento acerca de estos hechos que jamás me
habría imaginado, por más que tuviese una mente fabuladora.
Avancé sintiendo una extraña
fortaleza. Cada paso hacia adelante, me insuflaba más energías, más seguridad.
Cualquier temor anterior, terminó por desaparecer totalmente. No caminé mucho
antes de ver otra espada llameante y un ángel igual que el anterior. Me detuve
prudentemente a unos metros y pregunté:-¿Eres igual que el ángel de la entrada,
es decir, que no tienes nombre?
Vi los mismos ojos, como los del
anterior, abiertos al cosmos por entre sus pupilas.-“Te han dado permiso para
continuar tu camino”. “Busca lo que quieres encontrar”-habló el ángel,
levantando la punta de la espada.
Las energías seguían fluyendo a
mi cuerpo y cada vez caminaba con mayor seguridad. Así, pasé la guardia de 11
ángeles, todos idénticos, llenos de luz.
¿Dónde
estaría la salida?, me pregunté pensando que ese flujo de energía llegaba a mi cuerpo como una ayuda para seguir
caminando, quien sabe muchos kilómetros en esa extraña cueva. Más adelante, la
sorpresa casi me privó del conocimiento, pues el túnel se ensanchaba y a ambos
lados aparecían túneles de intensa luz blanca. Comparé ello con la energía o la
luz de fuente fotónica. ¿Qué más podría ser? Pero era evidente que los ángeles
guardianes protegían algo, en cada tramo
de la cueva. Mi avance por la cueva parecía estar siendo facilitado por algo o
por alguien. Era obvio que ningún ser humano hubiese podido rebasar ni al
primer ángel, a la entrada de la cueva. Sin embargo, yo había avanzado hasta un
lugar que parecía abrir mi mente, poseerla y manejarla según hubiese
conveniencia.
Pasé los túneles laterales e
ingresé a la parte más espaciosa de la cueva y quedé de pronto inmerso en medio
de una luz blanca, tibia, acogedora, pero sin poder ver nada más. Atónito,
busqué alguna figura humana o celestial en ese foco de intensa luz blanca sin
conseguirlo. Hacia donde dirigiera mi mirada, sólo veía esa luz.
Así
permanecí como si mis funciones cerebrales habrían quedado en suspenso. “la luz
lo cubría todo y ya no era posible ver el contorno de la cueva. Era una
circunstancia en la que no podía manejar libremente opción alguna que
finalmente me llevara a la salida. ¿Qué era aquello? ¿Por qué ese gran silencio y esa fuerza vital insuflada en mi
cuerpo? Quise pensar en lo que debía hacer y mi cerebro no respondió.
IV
He
aquí que en ese trance, absolutamente
desconectado de mi voluntad, escuché una voz dulce, claramente perceptible,
pero primorosa para mis oídos.
-“Después de dos mil años y fiel
a mi promesa he vuelto. Me han traicionado mis apóstoles, aquellos que decían
amarme. Me crucificaron otra vez los eternos rebaños del sacerdocio. La muerte
y la desolación cubren este mundo, a donde vine a sembrar el amor. Me han
traicionado: el hombre sigue siendo ladrón, asesino, mentiroso, hipócrita y cruel contra los niños por quienes pedí que
vengan a mí, se hacen cosas de espanto, se ejerce una violencia vesánica, los
vejan, torturan, violan, asesinan y esclavizan. Me han defraudado y eso me
llena de vergüenza. Han cambiado el amor por el odio, la rectitud por el fraude,
la verdad por la mentira. Dos mil años han pasado y todo sigue igual. No habrá
redención. Dejaré que el Hombre siga siendo el Hombre. Su estirpe engendra la
destrucción y la muerte. Nada lo cambiará”.
Luego, silencio. Aquella voz calló, mientras entro
en un estado de incontrolable desesperación. ¿Quién me habló?, pregunté. No
pude ser. Esa voz…los ángeles, las espadas de fuego, esa luz como de origen
fotónico. ¿Quién me habló?, pregunté nuevamente, la respuesta fue el silencio.
Perdí
el control e inicié una carrera sin norte, adonde fuera, en busca de una
salida. No sé cuánto tiempo duró aquella huída hacia ninguna parte, pero
repentinamente sentí mis pasos en tierra firme: estaba en el altozano, poblado
de aquellos arbustos bellos pero extraños. Entonces sentí una gran
tranquilidad. Miré mi entorno y divisé un camino que bajaba con poca
inclinación hacia un paraje que al avanzar me pareció conocido.
Me
volví para mirar al altozano y orientarme, pues advertí que estaba de regreso
al lugar de donde había venido. Antes de dejar definitivamente ese extraño
lugar, levanté la vista al cielo instintivamente: la frase podía leerse muy
nítidamente: “DA TESTIMONIO”.