PEDRO VARGAS ROJAS
Moyobamba, 1951
Huallaga donde asimiló experiencias que han
influido en su producción literaria.
Como profesional en la educación se ha desempeñado en diversos cargos de
la administración pública, culminando como director Regional de Educación de la
Región San Martín.
Fue el creador e impulsor del I Encuentro Nacional de Escritores Amazónicos que se realizó en
Junio del 2002.
Obtuvo una Mención honrosa en la XIX edición del Concurso Nacional de Educación Horacio 2010,
con el poemario “Palabras de los
bosques”
Actualmente dirige la Asociación
Cultural Luis Hernán Ramírez en
Moyobamba, ciudad en la que reside.
LIBROS PUBLICADOS
Periódico mural y periodismo escolar
1989
Moyobamba: apuntes históricos,
turísticos y geográficos
(3 ediciones)
Guía cultural de Moyobamba 1992
Moyobamba: capital cultural de la amazonía peruana
(5 ediciones);
Chushupi - Relatos amazónicos 1999
Palabras de los bosques Poemario 2012.
TEXTOS
CHUSHUPI
Teodoro, un experto boga y mitayero de la
selva sanmartinense, dormía plácidamente en un improvisado tambo en el corazón
de la espesura, soñaba que jugueteaba con su adorada Dorila a orillas del
caudaloso Huallaga, sobre los guijos de las transparentes aguas en una calurosa
tarde de verano, envuelto en un inmaculado cielo tropical.
De
pronto, un grito estrepitoso estremeció la selva que despertó súbitamente a
Macahuachi, compañero de caza y entre la penumbra de la lucecita mortecina que
desprendía una pequeña alcuza, alcanzó ver el cuerpo casi inerte de su amigo
Teodoro que yacía sobre las hojas, víctima de los mortales colmillos de la
víbora más temible de nuestra selva amazónica: El Chushupi.
Temblaba
la noche, con mayor acento empezó a cantar el maligno, los ayañahuis alumbraban
incesantemente con sus luces fosforescentes y relampagueantes, los grillos de
la noche gritaban su rutina y a lo lejos cantaba el Ayay maman.
Se
aproximaba la fiesta patronal del caserío de Asunción, un pequeño villorrio en
el corazón de la selva sanmartinense a la orilla izquierda del caudaloso río
Huallaga, tenía 45 casitas, todas construidas con techo de palmeras y por lo
general eran unas barracas para evitar la invasión de las furiosas aguas del
Huallaga en época de invierno, su gente generosa de noble corazón se dedicaba a
la agricultura, matizando sus quehaceres con la pesca, especialmente en época
de verano al paso del “Mijano”, cuando las aguas del río grande se encontraban
en estiaje, divisándose por entre sus transparentes y frescas aguas cantidad de
pequeñas piedrecitas y sobre las cuales muchas veces encontrábamos a la Raya,
siempre al acecho con su puntiaguda e enconosa lanceta; por las noches se
escuchaba nítidamente el canto del bufeo que resonaba en el silencio de la
plateada madrugada.
En
las cercanías de este pequeño relicario de pasajes y recuerdos se encuentran
los poblados de San Juan, San Antonio, Reforma y Tipishca, teniendo como
poblaciones más grandes a Pelejo, Papaplaya, Navarro y Huimbayoc, todas con
características similares tanto en costumbres como en el trabajo cotidiano.
Frente
a la placita rural, se erigía el local de la escuela, construida por sus mismos
pobladores, tremendo tambo con maderas, ponas y techos de palmeras a donde
asistían más de un centenar de muchachos de ambos sexos, muchos de ellos
portando sus remos, significando que vivían a la otra orilla del río.
Con
su pausado caminar, se acercó Asterio Chasnamote, experto boga como casi todos
los lugareños y mitayero por excelencia, pues conocía todos los secretos de la
selva que había aprendido desde cuando era muchacho en las andanzas con su
padre; no tardó en relatar un pasaje espeluznante sobre la suerte de dos
mitayeros que uno de ellos perdió la vida por falta de precaución y prudencia
hacia las reglas naturales de la selva.
“Teodoro
y Macahuachi – relató Asterio – tenían el compromiso de “pasar” la fiesta
patronal como cabezones mayores y para ello tenían que preparar bastante
masato, así como mucha carne del monte para invitar a todos los fiesteros.
Acontecimiento popular que de ancestro y con mucha emoción lo realizan en estos
pueblos alejados de la selva, bailando al compás del bombo y la quena,
recibiendo los “votos” al término de la fiesta y tomando la “cuñushca” al
acercarse el alba, danzando en parejas por las calles, las típicas músicas
selváticas en un ambiente de verdadera fiesta popular patronal.
Partieron
del puerto de Asunción una hermosa mañana de octubre ornada de áureos rayos
solares rumbo al “Centro” en plan de “mitayo”, llevaban consigo bastante
masato, fariña y otros víveres para poder subsistir durante el tiempo que
demorarían; se cercioraron de que las retrocargas estén en perfectas
condiciones y de la suficiente cantidad de cartuchos aptos para la caza: Una
ancha y larga canoa de “catahua” les servía de medio de transporte, de la cual,
de un salto salió Dorila a la orilla del río, después de despedir a Teodoro,
joven pareja que frisaban los 28 y 35 años respectivamente. Calmadamente la
canoa empezó a deslizarse en las aguas del río grande que a estas alturas del
año ya estaba creciendo por lo que las aguas eran marrones como río típico de
la selva; el potente remo de Teodoro en la popa y el de Macahuachi en la proa,
hizo que poco a poco tomaran rumbo estable; acompañaba a la expedición
“Choloquín” un hermoso perro chusco de color negruzco, de gruesas patas, anchos
pechos y mucha fortaleza, adiestrado para la caza quien ladraba incesantemente
en los contornos de la canoa, como si quisiera expresar su despedida en el momento de la partida, ya que en un lapso de
10 días estarían de regreso con bastante carne del monte.
Remaban
y remaban incesantemente, la idea era ganar tiempo para hacer su “diligencia”;
los meandros del río hacían un poco mansas las aguas lo que les permitía
avanzar.
En
las pupilas de Teodoro, se retrataba el estructural cuerpo de mimbre y rosa,
movimiento y ternura de su querida Dorila, mujer con la que compartía sus días
en estos bellos parajes, verdaderos vergeles de la selva; fijaba su mirada
pensativa en las pequeñas olas que hacía el agua al encuentro con la canoa,
recordaba a su pequeño “Shesha” de cinco años que le despedía con las manitos
en alto en la altura de la orilla del río en los brazos de su adorada mujer,
que en momento de la despedida lucía hermosa con una transparente blusa que
retrataba nítidamente el enjambre maternal, aquellos senos redondos como dos
piedrecitas que vienen rodando desde la cabecera de un río y que están ahí en
la mitad de la corriente, recordaba aquellos dos colgantes de enroscados pelos
que cubrían la faz virginal, que también eran largos y suaves como esa seda
bonita que crían las begonias en la orillas de todos los remansos de la selva.
Teodoro
salió de su hipnótica imaginación al amparo del cerúleo firmamento a donde van
a pastar las nubecillas en el verano de San Juan, siguió remando, el sol de la
tarde asediaba, mientras que Choloquín se dormía profundamente sobre unos
costales que llevaban en la canoa.
De
pronto advirtió que Macahuachi lo miraba fijamente, al mismo tiempo que le
preguntó:
-¿Qué
te pasa Teodoro? Te noto muy preocupado y pensativo, has estado hundido en una
profunda meditación, para ti no existía ni río, ni árboles ni remo, ni
canoa; parecías fuera de sí. ¡ arriba
los ánimos hombre!, que pronto llegaremos a la Boca del Chipurana para luego
enrumbar por las cochas y llegar al “centro” donde nos espera el mitayo y pasar
una hermosa fiesta patronal.
-Es
que estaba pensando detenidamente – contestó Teodoro –sobre el futuro de
nuestros hijos en este mundo aislado, alejado de los adelantos de las ciudades,
pienso en mi Shesha, en su destino, en una profesión que le permita vivir
mejor, no quisiera que se quede por estos lugares, porque aquí la ignorancia
nos corroe, la sociedad nos margina y vivimos a nuestra suerte privados de todo
servicio, quisiera que sea un verdadero maestro de escuela, honrado, trabajador
y valiente, para que con su sapiencia enseñe a todo el pueblo los principios de
solidaridad, unión e igualdad, para que nuestros pueblos salgan adelante,
porque no toda la vida vamos a vivir en el marasmo de la incomprensión y las marginación.
Así
mismo estaba pensando en un mal sueño que tuve anoche, que me desperté
sobresaltado y mi mujer quedó preocupada por este sueño, según ella es un mal
presagio: “regresaba de la chacra al anochecer casi con la canoa vacía, estaba
sacando los pocos productos hacia la orilla del río y en el momento que me
aprestaba a coger el remo, vino un perro negro grande y furioso con los
colmillos blancos directamente a atacarme, yo quise esquivar la embestida pero
me fue difícil a tal extremo que sus fieros colmillos se incrustaron en mi
cuello, traté de agarrar el remo para defenderme pero me fue imposible porque
el embravecido animal seguía mordiéndome en diferentes partes del cuerpo, quise
gritar pero no podía y nadie salía en mi defensa porque todo estaba en
silencio. Cuando desperté ante los llamados de Dorila, le narré todo lo
sucedido en este desventurado sueño y ella me dijo que me quejaba
pronunciadamente moviéndome por uno y otro lado, era en ese momento que luchaba
con el agresor.
Macahuachi,
hombre de más edad y más experiencia, conocedor de las creencias y costumbres
de su pueblo, comprendió a cabalidad el estado circunstancial de su amigo,
quince años más joven que él y pensó en silencio, balbuceando palabras firmes:
¡Tenemos que tener bastante cuidado!
Caía
la tarde, el sol declinaba paulatinamente internándose en la frondosidad de los
bosques, la sombra de los árboles cubría gran parte de las aguas del río
grande, la canoa se deslizaba suavemente sobre una leve muyuna, los “shanshos”
gritaban en desorden en los ramajes que caían hacia las aguas del río.
¡Estamos próximo a la Boca del
Chipurana! -exclamó Macahuachi - que se encontraba en la proa, hay que remar
con más fuerza para vencer las aguas que vienen con brío, pasado esto, las
aguas del Chipurana son mansas y navegaremos tranquilos.
Empezó a anochecer y seguían
remando aguas arriba, prendieron una pequeña alcuza que les daba una luz tenue
en medio de la oscura noche interrumpida varias veces por la brisa del agua;
Macahuachi sacó su linterna de tres pilas con la que orientó la continuación
del viaje. El pausado remar permitía escuchar el suave arrullo que producía el
agua al contacto con la canoa en el silencio de la noche salvaje, seguro de
alcanzar una meta en un lapso muy cercano, acompañados con el cantar de las
aves e insectos nocturnos.
Macahuachi extrajo de una de sus
bolsas un mazo de tabaco y comenzó a cortarlo cuidadosamente en el filo de la
proa sobre una pequeña tabla con el cual elaboró un potente “Siricaipe” y dando
muestras de alivio expidió bocanadas de humo mirando el despejado cielo; la
luna no salía todavía; en la quietud de la noche los ayañahuis alumbraban con
su intermitente luz corporal. Bogaron aproximadamente hasta la media noche
hasta la entrada de Huingo Caño, una sinuosa quebrada que conducía hacia el
corazón de la selva, en este lugar acamparon e improvisaron un pequeñísimo
tambo para guarecerse durante la madrugada y también tomar un merecido descanso
después de un fatigoso día de viaje.
Los trinos aurorales de las aves
despertaron a Macahuachi; reunió trozos de leña, prendió fuego e hizo hervir un
poco de mingado con el cual tomaron un ligero desayuno y nuevamente reiniciaron
el viaje; entraron en la pequeña quebrada de aguas marrones negruzcas, agua
típica de los tahuampales, de cochas retenidas; remaron incesantemente bajo la
sombra de los árboles, cuando casi rozando la cabeza de Teodoro, cruzó una
“Chicua” haciendo gala de su risa sarcástica y burlona; Teodoro se asustó y
profirió mil maldiciones para dicha ave agorera, pues esto se sumaba al mal
sueño que tuvo en la noche víspera de la partida que en conjunto presagiaban
alguna desgracia cercana en el seno de la familia.
A Macahuachi no dejó de
preocuparle estas coincidencias, pues en la creencia selvática tiene mucho
significado y de repente se constituyen en avisos previos por lo que tienen que
tomar alguna determinación, pues ello procede de las raíces soterradas de la
ancestral sabiduría popular; él seguía tejiendo muchas ideas en torno a este
asunto, hasta llegó un momento en que le erizaba el cuerpo pensando en que
pasaría algo peor en la lejanía de la montaña donde no existe ningún tipo de
auxilio en un eventual accidente, ya que dentro de la espesura no hay nada
seguro y mantenerse alerta en cualquier circunstancia es la mejor manera de evitar cualquier daño.
Seguían surcando por la pequeña
quebrada; toda esta meditación fue interrumpida por una dulce melodía que
procedía de uno de los ramajes en lo alto de un árbol, era el pájaro flautero,
una diminuta avecilla de color marrón que alegraba la selva, como si dentro de
su corazón se hubieran metido un conjunto de melancólicos quenistas cantándole
a su tierra.
Los rayos del sol penetraban por
entre los ramajes de los árboles seculares, montañas completas, íntegras y por
entre los agujeros se veían pedazos de cielo grisáceo; el rocío matinal todavía
quedaba en las hojas donde los rayos del astro rey refractaban vistosos colores
en esta selva baja sanmartinense carente de cerros, zona perteneciente al Bajo
Huallaga, contiguo a la gran llanura amazónica del departamento de Loreto.
Macahuachi, hombre sereno, con su
pobladas cejas blanquinegras, musculoso y de bronceada piel, con amplio
conocimiento de la zona por donde caminaban, preparó anticipadamente los
arpones, porque pronto estarían llegando a Atún cocha, donde había bastante peje
negro, así como mucha anguilla, por lo que debían actuar con mucha precaución.
Poco a poco iban encontrando plantas
acuáticas con liliáceas flores que cedían al paso de la canoa para luego
unirse en grupo, como si con ello quería demostrar su complacencia por la
presencia de los visitantes.
Estaban ya en los inicios de Atún
Cocha, inmensa laguna entre los tahuampales de la selva ingente y mientras
seguían navegando sigilosamente, iban observando la presencia de muchos peces
que saltaban alborotados en una y otra dirección al advertir la presencia de
seres extraños en la quietud de su hábitat natural. Resplandecía el sol y en la
medida que avanzaban iban encontrando otras especies de animales propios de la
selva tropical que frecuentan estos lugares, especialmente aquellos que se
alimentan a base de pescado. Macahuachi iba de pie en la proa de la canoa con
el arpón en la mano, “Choloquín” lo acompañaba con la mirada fija en los
ramajes de donde en forma intempestiva se arrojada en picada un Martín Pescador,
regresando con la presa en el pico, de pronto escucharon el ruidoso canto del
“Camunguy”, aquella ave rara y parecida al pavo que posee una especie de
pitones córneos en las alas, cuya carne esponjosa es poco apreciada, teniendo
que pisotearla para comprimir sus fibras. La canoa seguía deslizándose ante el
pausado remar de Teodoro; estaban ya en el corazón de la selva, tenían por
delante un hermoso y paradisiaco paisaje natural, los vistosos y llamativos
pétalos de la Victoria Regia, ese lirio grande de agua, típico de la amazonía –
cual alfombra natural ornaban la superficie acuosa de la imponente laguna,
saludando también el paso de los ocasionales visitantes; Macahuachi continuaba
al acecho en la proa con su aguzada mirada, arpón en mano, en su afán de clavar
en el lomo de los peces que en forma elegante se suspendían casi a la
superficie del agua. Tiró un primer arponazo, clavándolo con exactitud en el
lomo de un fasaco y en un determinado momento había pescado una porción de
shuyos y fasacos con el cual prepararían su típico potaje selvático para
aplacar el hambre. El ambiente era fantástico, una tibia brisa acariciaba el
rostro de los dos mitayeros que con mucho cuidado se desplazaban por este
paraje indescriptible de inmenso verdor; las encrespadas nubes blanquicelestes
se retrataban nítidamente en el espejo del agua de la laguna, ambos se
sintieron regocijados y satisfechos con esta primera diligencia, el mismo que
anunciaba una buena jornada en el mitayo;… hasta el tiempo está de nuestra
parte comentaban porque no había indicios de lluvia y todos los malos presagios
del ave agorera y del sueño avernal quedaron atrás porque la naturaleza les
prodigaba otro ambiente, un ambiente de sosiego natural en la apacible floresta
matizada con los múltiples cantos y gritos de animales salvajes.
- Tenemos
que componer los pescados para salarlos, dijo Macahuachi a Teodoro que machete
en mano, sentado en la popa trataba de matar algunos peces más y con sumo
detenimiento les seguía con la mirada, pero con sorpresa al primer intento
emitió un fuerte grito de dolor; no se había percatado que la anguilla flotaba
elegantemente hacia la superficie del agua y confundiéndose con otro pez le dio
un fuerte machetazo, pero el animal en defensa propia le propinó una fuerte descarga
eléctrica que le adormeció el brazo y el machete fue a dar en el fondo del
agua.
-Tienes
que tener mucho cuidado Teodoro –le dijo Macahuachi en tono enérgico – la
anguilla es muy peligrosa y en esta cocha existe en abundancia y si la persona
cae al gua, el salvaje animal le da varias pasadas por el cuerpo hasta dejarle
sin vida con la fuerte electricidad que descarga: Muchas personas han perdido
la vida a raíz del ataque de este peligroso animal. Tenemos que caminar con los
ojos abiertos, distinguir la clase de animal en el cual se pone la mirada para
no caer en errores, tenemos que conocer los secretos de la selva, solo así
estaremos seguros ante cualquier circunstancia difícil que se nos presente.
Estaban ya por el segundo día de
surcada, el sol declinaba, pronto llegarían a la encañada donde tendrían que
descansar y preparar el rico ahumado con los pescados fresquecitos que tenían
en la canoa. Choloquín movía la cola de alegría al mismo tiempo que ladraba
como queriendo indicar la presencia de alguna persona….¡Alguien se acerca!!
Dijo Macahuachi, tratando de bajarse de la canoa en un pedazo de tierra donde
se inicia la encañada.
En efecto una mediana canoa
apareció tranquilamente en la que venían Bernacho Huamán con su hijo Rodomiro,
estaban de regreso, ellos eran naturales del caserío de Inayuca, cerca de
Huimbayoc, población que nunca sufre de inundaciones de las aguas del Huallaga
por estar ubicado en terreno alto. En medio de la hora vesperal, trataron de
identificarse y cuando se distinguieron claramente se saludaron muy
armoniosamente.
-¿De dónde vienes Bernacho? –
interrogó Macahuachi –
-Me
estoy regresando del “centro” sin hacer ninguna diligencia, solamente nos hemos
ganado el susto más grande de nuestra vida, hemos sido atacados por la “madre
de la montaña”, una tremenda fiera con orejas, tenía más o menos siete metros
de largo. Necesitábamos un poco de carne porque la otra semana va a ser mi
“chacreada” y por ese motivo venimos con mi hijo Rodomiro a cazar unos cuantos
animales, pero la situación ha sido contraria, no te imaginas amigo Macahuachi,
esa fiera cómo nos seguía, era gigante y hacía vibrar la cola produciendo un
feo sonido, nosotros pensamos que la muerte ya estaba en nuestras pestañas y
por suerte tuve un trapo en la mano que en forma circunstancial derribé en
nuestra presurosa huida, siendo éste nuestra salvación, pues el endemoniado
animal soltó toda su furia en dicho retazo, despedazándole en trizas, mientras
tanto nosotros nos alejamos y mejor decidimos regresar y te sugiero que no
vayan porque el peligro acecha en dicho lugar.
Macahuachi dando rienda suelta a
su poderosa imaginación, con la faz pensativa y el ceño fruncido, hombre de
selva, de cochas, de ríos y de tahuampas, inmediatamente pensó en el temible
Chushupi, ligeramente ordenó sus ideas y para no atemorizarlos les manifestó:
-La
selva tiene sus propias defensas para evitar que acaben con sus propios
animales y su floresta, existe mucha gente que viene a cazar por gusto y se
llevan bastante carne del monte para ir a vender en los pueblos, de tal manera
que los animales ya escasean y cuando necesitamos un poco de carne para nuestro
consumo familiar o para nuestra fiesta, ya no encontramos, por eso es que la
naturaleza se rabia y pone sus guardianes, unas veces a través de fieras que
hacer huir a los mitayeros, otras veces en forma de diablo a través del
“Chullachaqui” que los engaña y les extravía en la montaña y también con
fuertes tempestades de lluvias, truenos y relámpagos que hacen imposible la
caza de animales, de tal manera que esto evita la matanza indiscriminada de las
especies de nuestra selva, porque nuestra selva tiene su sabiduría, tiene su lenguaje y se protege
por sí misma.
Las miradas de Bernacho y
Macahuachi se cruzaron en aquella lejana zona casi en el ocaso de la tarde y al
no encontrar eco su aseveración, disimuladamente encaminó su canoa y con un
débil adiós se despidieron, perdiéndose en la penumbra, pero entre sus labios
temblorosos iba balbuceando aquellas frases que Macahuachi había pronunciado “….nuestra
selva tiene su sabiduría, tiene su lenguaje y se protege por si misma…” al
decir esto se imaginaba en la tremenda fiera que les atacó cuando iniciaban su
jornada en la umbrosa selva.
Anochecía, Teodoro y Macahuachi
prefirieron pernoctar en dicho lugar porque no estaba muy lejos Yanacocha, una
laguna más grande que la anterior y tenían que cruzarla en el transcurso del
día porque abundaban los lagartos; prendieron el mechero ya que la noche les
cubría con su manto negro, se sirvieron el rico pescado con su “rumopango”
(yuca sancochada) acompañado de su infaltable masato, luego después de una
detenida conversación se quedaron dormidos hasta el día siguiente. Arrancaron
el viaje, la encañada les ofrecía ciertas dificultades para surcar porque en
algunas partes tenía estrechas curvas, pero a todas estas dificultades iban
venciéndolas y por fin llegaron a la inmensa laguna de Yanacocha. Habían
penetrado más al fondo de la enmarañada selva, el lugar de destino se iba
acercando, estaba solamente a medio día de surcada, pronto estarían cerca de
los animales terrestres; pero Teodoro iba pensativo, no salía de su mente la
figura de su esbelta mujer y de su querido “llullo” de cinco años, remaba
cautelosamente en las oscuras aguas de la laguna; había rutilante luz solar, en
estos lugares el sol sale temprano y son de lujosos amaneceres. Sobre las
alfombras verdes que forman las plantas acuáticas en la superficie del agua, se
desplazan tornasoladas “uncharas” así como livianas “timelas” en busca de
sustento, estas aves se alimentan de pequeños peces; el despejado y hermoso
celaje se adornaba al paso de una bandada de blancas y elegantes garzas que
alzaban vuelo cruzando la solitaria laguna con su pausado aleteo.
-Rema
despacio Teodoro – dijo Macahuachi mientras preparaba su retrocarga – se acerca
un lagarto blanco; y como diestro cazador apuntó a la cabeza destrozándole el
cráneo del gigante saurio, tiñéndose de rojo la turbia agua. Con tino de
mitayero viejo, se acercó junto al animal, examinaron detenidamente sus alrededores
por entre los árboles y malezas del pantano para luego a dos manos subirlo a la
canoa al hermoso ejemplar de blanco vientre.
Aprovechando la quietud de las
aguas de la cocha que no ofrecían resistencia, que bastaba solamente el remo de
de Teodoro, Macahuachi empezó a “componer” su presa, partiéndole por el vientre
y al poco rato exhibía la blanca y sabrosa carne del lagarto que asado al fogón
es muy rica al paladar.
Navegaban incansablemente por la
extensa laguna, picaban “shuyos” y “fasacos” con sus arpones de livianas
“izanas”; iban atentos esquivando las tahuampas y entre los matorrales
observaban las rosadas hueveras de los “churos” que desde el fondo del agua
salían a la superficie a depositar sus huevos para así garantizar la
continuidad de su especie; se cuidaban mucho del repentino ataque del lagarto
negro, temible y voraz saurio que está al acecho de su presa.
-El
lagarto negro – dijo Macahuachi – es muy
peligroso, ataca sin que menos se piense, tiene una habilidad admirable,
pues de un solo coletazo envía la presa a su boca. Teodoro escuchaba con mucha
atención las indicaciones que le daba Macahuachi, casi se fue convirtiendo en
su maestro, si bien es cierto que él también conocía esos secretos, pero muchos aspectos le eran nuevos porque tenía menos
experiencia.
-¡Cuidado…! Gritó Macahuachi al advertir la presencia amenazante de una de estas
fieras; al oír esto, Teodoro se tiro de bruces dentro de la canoa y el fiero
coletazo pasó rasante por la popa de la embarcación que a Dios gracias dado a
la sapiencia del hombre amazónico, no sucedió nada, solamente un tremendo susto
al imaginarse que si dicho coletazo hubiese sido certero, nada le salvaba de
las dentelladas del saurio.
Las flores con su colorido
alegraban el paisaje, un verdadero arte creado por la naturaleza pintada con su
diestro pincel; a lo lejos en la inmensa montaña sobresalía la esbelta figura
de la espigada capirona, se escuchaba el grito de los cotomonos, estaba cerca
el lugar de destino. Macahuachi tiró los últimos arponazos aumentando los
pescados para el sustento antes de iniciar la caza; seguían remando en la
quietud de la laguna que como espejo dibujaba al fastuoso firmamento,
reflejándose claramente los rayos del sol que iba declinando para iniciar una
pintoresca tarde amazónica.
-¡Hemos
llegado…! Dijo Macahuachi que permanecía de pie en la proa – esta es la
restinga….
El ambiente cambiaba
sustancialmente, después de permanecer un poco más de dos días y medio en el
agua, ahora pisarían terreno seco poblada de elevados y añosos árboles de
tahuarí, almendros, copaíba, tamamuri y otros, morada de muchas especies de
animales salvajes.
Teodoro que dirigía la embarcación
desde la popa, suavemente encaminó la canoa hacia la orilla de la laguna,
atracando magistralmente, ataron la canoa en un pequeño árbol para mayor
seguridad y empezaron a desembarcar todas las cosas que habían llevado, así
como los pescados y la carne de lagarto que obtuvieron en el trayecto del
viaje. Choloquín, movía la cola incesantemente y como muestra de alegría se
revolcaba sobre la hojarasca seca que caía de los árboles. Aprovechando que
todavía les quedaba algunas horas de la tarde, iniciaron a instalar su pequeño
campamento, el mismo que constituiría el centro de operaciones en la faena que
iban a emprender. Se aprovisionaron de delgadas maderas e improvisaron un
pequeño tambo rústico para guarecerse durante la noche y para protegerse tanto
del sol como de la lluvia.
Dentro
del tambo acondicionaron sus rústicas camas sobre las hojarascas, templaron los
mosquiteros para evitar la picadura de los zancudos que en mucha cantidad
existe en dicho lugar, por el otro lado del tambo aproximadamente a diez metros
de distancia aporcionaron cierta cantidad de trozos de palos secos para el
fogón donde secarían la carne producto de la caza; así mismo prepararon la
“cusnina” en la que colocarían la carne para someterlo a la brasa del fogón, es
decir realizaron todas las acciones previas para iniciar la jornada como buenos
mitayeros.
Cuando
el sol se llevó la tarde hundiéndola en la oscuridad de la noche, la pareja de
cazadores hicieron su primera incursión en la selva, caminaron casi una hora
sin ningún problema dentro de la espesura, retrocarga en mano, así como la
potente linterna que le hacían alumbrar de rato en rato y a medida que
avanzaban, iban quebrando algunas ramas de los arbustos dejando señal de su
paso por dicho lugar, aún cuando la extensa montaña era muy familiar para
Macahuachi ya que varias veces había caminado por ella en plan de mitayo.
-Está
linda la noche para la caza – dijo Macahuachi – está oscura, esto permitirá que
los animales no nos sientan y nos facilitará cazarlos.
Decía esto y escucharon un ruido
en la hojarasca, se pusieron alerta, a la expectativa y cuando creían que se
acercaba, Macahuachi prendió su linterna con el cañón del arma hacia dicha
dirección, pero resultó ser un pelejo que en su afán de cambiar de lugar de un
árbol a otro rozaba con las hojas secas
cercanas al suelo.
-¡No
dispares! – dijo Macahuachi – este animal es inofensivo y su carne no es
apreciada, además, “opera” en la mujer embarazada y el niño nace con defecto y
todo el tiempo se mantiene como una criatura sin poder caminar. Pero el animal
al presentir que el cañón del arma apuntaba a su cuerpo, con una mano tapó sus
ojos como si en su lenguaje pidiese clemencia para que le perdonen la vida.
Caminaron un trecho más deteniéndose para examinar cautelosamente la zona,
también para captar los ruidos que los animales hacen al caminar.
Había bastante zancudo y manta blanca
que no dejaban en sosiego a los mitayeros.
El fino oído de Macahuachi captó
las pisadas del astuto venado que se acercaba;
-Son
dos, - dijo Macahuachi en voz baja
Ambos estuvieron atentos a la
mejor presa, tanto por su tamaño como por su sabor. El ruido más simple que
hacía Teodoro era advertido por Macahuachi y con el codo le topaba dándole a
entender que debe evitar todo tipo de ruido, porque los venados son muy agudos,
captan el más ínfimo sonido y huyen.
La potente linterna de Macahuachi
dejó paralizada a la pareja de venados y apuntando con soltura al macho efectuó
un certero disparo en la cabeza dejándole inerte sobre la maleza. Choloquín de
un salto estuvo junto al animal henchido de alegría; la hembra huyó en el
momento que escuchó la detonación perdiéndose en la oscuridad de la selva.
-Le
apunté solamente al macho porque hay que preservar los vientres – indujo
Macahuachi – y ambos se acercaron al cuerpo del tremendo venado con rameadas
astas que yacía sin vida; lo voltearon para examinarlo y luego le amarraron las
patas, atravesaron un palo por entre ellas y colgado de condujeron al hombro.
Llegaron al centro de operaciones
donde tenían acondicionado las instalaciones mínimas y empezaron a “componer”
al hermoso ejemplar. Mientras tanto Teodoro prendió el fogón el cual también
sirvió para alumbrado. Choloquín se sirvió un buen festín con parte de las
vísceras que Macahuachi le arrojaba y él lo cogía al aire
Hasta las primeras horas de la
madrugada secaron la carne al mismo tiempo que fumaban un fuerte y penetrante
“siricaipe” para hacer ahuyentar a las víboras, como decía Macahuachi, luego se
fueron a descansar plácidamente dentro de sus respectivos mosquiteros.
Un mono juguetón que caminaba por
encima de la cusnina donde estaba la sabrosa carne, despertó a los dos amigos;
estaba amaneciendo, los primeros rayos del sol se dejaban sentir y como tenían
que avanzar, se levantaron rápidamente para emprender una nueva jornada después
de servirse un suculento desayuno matizando carne de venado y pescado asado.
Estaban encantados de encontrarse
en esta frondosa selva íntegra, selva de misterios y de esperanza donde
respiraban un aire con aroma a hojas, troncos y frutos salvajes; donde el
perfume natural de la vainilla, de la sangapilla y de otras especies eran
permanentes; los dos hombres no eran más que pequeñas criaturas en comparación
con la extensa selva, con aquella obra
divina que la naturaleza ha construido para dar cabida a los animales y plantas
y al mismo hombre, por eso la amaban mucho y cuidaban que sus especies sean
aprovechadas racionalmente.
-Poniéndose de pie, estirando los
brazos y destorciendo el cuerpo, apuntando al lado derecho, Macahuachi dijo:
-Hoy
día vamos a ir por este lado Teodoro, no muy lejos existe un inmenso tronco de
ojé cuyos frutos come el majás, vamos a inspeccionar esta zona para escucharlo
en la noche, luego caminando un poco por
el otro lado hay una pequeña cocha donde colpean los venados, los majases, los
sajinos, las carachupas y hasta la sacha vaca, llevaremos un poco de sal para
regar en las orillas y esto hará acostumbrar más a los animales, luego de tres
días regresaremos y veremos que cazaremos muchos animales.
Así lo hicieron, caminaron por la
selva umbrosa, atentos tanto al suelo como al ramaje de los árboles, en su
trayecto cazaron varias aves como: puca cunga, perdices, paujiles, torcazas y
otras, llegaron a los lugares indicados y verificaron que estaban aptos para la
caza
Prepararon la chapana con un metro
y medio de altura aproximadamente y esperaron la noche; tal como lo previeron,
tempranamente escucharon el desplazamiento de los animales que se acercaban,
ambos estuvieron atentos y en el momento oportuno sonaron los disparos que
retumbaron en la montaña. Habían cazado tres hermosos “majases” que casi unidos
recogían los frutos del ojé. Hicieron una sola carga debidamente
“chagnados” les colocaron en un palo y
al hombro les condujeron a su centro de operaciones en el que les dieron el
tratamiento para el secado respectivo.
En los días subsiguientes
continuaron con la caza, habían reunido cierta cantidad de carne y al quinto
día se dirigieron a la pequeña cocha donde regaron la sal. Teodoro que siempre
pensaba en su niño de cinco años, aprovechaba los momentos para recoger
diversas semillas que servirían de juguetes a su pequeño, recolectaba porciones
de semillas de vaca ñahui, centavo huasca, choloques y huairuros. Y ello lo
hacía porque quería mucho a su hijo y a la vez encontraba esa sonrisa de cariño
de su adorada mujer. En el transcurso de la caminata, Macahuachi percibió un
sonido como de ventarrón que erizaba el cuerpo en pleno corazón de la selva y examinando con más detenimiento
exclamó:
-Teodoro,…
se acerca una manada de huanganas, estos animales son peligrosos y arrasan con
todo lo que encuentran a su paso, sus fieros colmillos son destructivos, por lo
que rápidamente coge a Choloquín y sube a este árbol, que yo subiré al otro…!
En efecto al poco momento más de doscientas
huanganas pasaron por debajo los árboles
produciendo fuertes sonidos, los colmillos se sobrepasaban de las
mandíbulas, rozaban dientes con dientes y con ello desfogaban su ferocidad.
Pasado este incidente continuaron la caminata, las pequeñas ramas que rompían a
su paso les servía de guía; estaba cerca la cocha y en forma muy cautelosa se
acercaron al lugar con las retrocargas bien preparadas, en efecto divisaron
hermosos ejemplares de animales que lamían el lodo de la orilla de la laguna
porque tenía sal, les dio tiempo para que se ubicaran cómodamente sin ser
advertidos ni por el olfato y escogieron a un hermoso venado y una sacha vaca,
simultáneamente dispararon y dieron en el blanco, el resto de animales huyeron
despavoridos en diferentes direcciones.
Con la caza de estos animales el
mitayo estaba ya más que suficiente, por lo que durante el día trasladaron la
carne en tres viajes al centro de operaciones, luego de prepararlo
convenientemente, le sometieron a la brasa
que despedía el fogón; la jornada del día fue dura, trabajaron hasta el
cansancio, luego de poner en orden todas las pertenencias, porque al rayar la
aurora debían de iniciar el retorno al pueblo de origen y cuando promediaba la
media noche, se fueron a descansar en sus improvisados lechos sobre hojarascas
y con transparentes mosquiteros, luego de una breve conversación sobre el viaje
del siguiente día y de los planes sobre la fiesta patronal y al amparo de una
lucecita mortecina que les regalaba la pequeña alcuza, se quedaron dormidos
hundiéndose en un oceánico sueño,
Teodoro, joven bronceado que
frisaba los 35 años y se encontraba en la flor de su apogeo juvenil, soñaba que
jugueteaba con su adorada Dorila, entre los guijos de las transparentes aguas
del caudaloso Huallaga una tarde verano y entre chapuzones le brindaba su
sonrisa regalona mostrándole sus blancos dientes como flor de jazminero,
sonrisas sabrosas y juguetonas como esa espuma que hace el río al chocar contra
las piedras; el vestido transparente y mojado dibujaba claramente la silueta de
Dorila a quien abrazaba apasionadamente porque encontraba un mundo nuevo en el
refugio de sus besos. El mundo era para los dos, se empujaban, se reían, se
abrazaban y así vivían un idilio de amor.
Este apasionado y hermoso sueño
fue interrumpido por una terrible tragedia. Se acercaba el amanecer, la alcuza
seguía brindando su tenue luz; Teodoro dormitaba suavemente en la quietud de la
selva y en su estado semi dormido sintió que algo se deslizaba y rozaba con su
cuerpo, esto hizo para abrazar con más fuerza a la mujer de sus sueños, pero
¡oh! Sorpresa, los mortales y venenosos colmillos de la víbora más temible de
la selva: El Chushupi, con cara y ojos parecidos al del perro, con la lanceta
en la cola, se habían incrustado en el cuello, propinándole fuertes mordeduras
en el brazo y en la espalda.
-¡Ayyyyyyyyy….
gritó desesperadamente Teodoro en el silencio sepulcral de la montaña, un
desgarrador y lastimero grito que hizo temblar la madrugada, haciendo volar
aves nocturnas que anidaban por dicho lugar, mientras resistía una tensa lucha
con la fiera que embravecida mordía y mordía como perro con rabia…
Inquietado por la luz que
desprendía el mechero y la sangre regada
de los animales que cazaron, la peligrosa fiera se deslizó por dicha
zona y como inocente criatura se acurrucó en el calor corporal de los cazadores
que plácidamente descansaban en el rústico tambo creyéndose a salvo de todo
peligro.
Súbitamente y sobresaltado de
terror, Macahuachi despertó y al observar la escena entre la penumbra de la
siniestra madrugada, de un brinco salió de su mosquitero, tomó la retrocarga
que también estaba cargada y con la puntería de experimentado mitayero reventó
el seso del traicionero animal que al sentir el impacto de la bala se retorcía
bruscamente con el dolor de la muerte,
al mismo tiempo que daba fuertes coletazos hasta que derribó el improvisado
tambo que les servía de morada.
De emergencia examinó a su amigo
con lágrimas en los ojos y se dio cuenta que él también estaba llorando, retorciéndose
con el dolor, pero no brotaban lágrimas cristalinas propias de un llanto
normal, sino lágrimas rojas, vertía sangre de los ojos, de los oídos y hasta de
los mismos poros como consecuencia de la fatal mordedura del embravecido
chushupi, inoculándole fuerte dosis del letal veneno que fluían de sus grandes
colmillos.
¡¡.. Te salvarás Teodoro..!! –
dijo Macahuachi con lágrimas en los ojos – vas a tomar un poco de curarina y
con esto el veneno se va a apaciguar.
Buscó el frasco que contenía el
líquido contraveneno, pero como si los malos presagios se iban cumpliendo, el
antídoto se había derramado en una de sus bolsas y solamente quedaba
pequeñísima dosis, el mismo que mezclado con un poco de agua dio de beber a
Teodoro.
Macahuachi examinaba al terrible
oficio ya sin vida estirado junto al destrozado tambo, tenía dos orejas
pronunciadas, medía seis metros de longitud aproximadamente, tenía una lanceta
en la cola y el diámetro promediaba los quince centímetros; el cuerpo
cilíndrico color marrón claro estaba protegido por una especie de escamas, ojos
colorados y cuando le dio vuelta mostró el vientre albiamarillo, lo que
indicaba que estaba al frente de una fiera con bastante antigüedad.
Teodoro seguía quejándose y
retorciéndose con el fuerte dolor del veneno inoculado, no podía hacerlo un
torniquete para impedir la penetración del veneno porque una de las mordeduras
estaba en el cuello; antes que suceda lo peor, Macahuachi embarcó ligeramente
en la canoa el resto de las pertenencias que le quedaba porque todo el equipaje
ya estaba preparado y como ya empezaban a notar el rayar de la aurora, cargó a
Teodoro, lo hizo acostar cómodamente en la canoa y arrancó la retirada de
regreso, dejando al gigante ofidio colgado sobre la rama de un pequeño árbol y
dejando también huellas indelebles de un suceso que nunca le había pasado en
sus cincuenta años de vida.
Empujó la canoa en compañía de su
fiel perro que lo acompañaba en esta terrible soledad, empezó a bogar con todas
sus fuerzas porque el tiempo apremiaba, se jugaba la vida de su compañero de
caza que durante diez días aproximadamente estuvieron juntos en el corazón de
la espesura; para Macahuachi, toda la inspiración de la selva convertida en
paisaje pasaba desapercibida ya que el apuro era inmenso, el sudor bañaba su
cuerpo, el remo sonaba con fuerza en el agua, quería llegar por lo menos a la Boca del Chipurana para allí pedir
auxilio y conducirlo al curandero más cercano.
Teodoro se quejaba con más
intensidad ya había perdido la visión, el veneno iba penetrando más en su
cuerpo porque la pequeña dosis de curarina no fue suficiente para contrarrestar
el mortal veneno. Pasaron Yanacocha, sin advertir el peligro de los lagartos,
llegaron a la encañada; la desesperación era terrible, rápidamente remaba y
remaba, la única inquietud era avanzar; atardecía; cuando el sol hundía sus
rayos en la densa montaña, Macahuachi estaba terminando de atravesar la laguna
de Atuncocha. Continuaba su viaje indesmayablemente por la quebrada de Huingo
Caño y al desembocar en el Chipurana dentro ya de la oscuridad de la noche,
Teodoro emitió un grito que estremeció a Macahuachi, éste inmediatamente fue al
socorro de su amigo y notó que estaba perdiendo el conocimiento. Macahuachi
imploraba a Dios que guardara y salvara a Teodoro, que un hombre tan bueno como
él no podría tener ese fin; sus súplicas, ruegos, e imploraciones se perdían en
la oscuridad de la noche. Macahuachi se sentía en la peor soledad de su vida,
hasta se sentía culpable del accidente, pues ha sido la única noche en la que
el mechero amaneció prendido y él con la experiencia en estos menesteres debió
prever, pues conocía con demasía que el Chushupi persigue a la luz en la oscuridad de la
noche. Al llegar a la desembocadura del Chipurana en el Huallaga, a lo lejos
divisó una lucecita que se reflejaba en las aguas del río grande, dirigió su
embarcación hacia dicha dirección para pedir auxilio, cuando se aprestaba a
atracar en una pequeño puerto, escuchó el último suspiro y quejido de Teodoro
que en ese momento estaba expirando, despidiéndose de esta vida, dejando las
buenas intenciones y los buenos deseos que tenía para su menor hijo que ansioso
le esperaba junto a su querida mujer.
Macahuachi con el cuerpo erizado
nuevamente fue a examinar a su amigo, pero Teodoro ya había muerto con la cara
desfigurada por la hinchazón, aún cuando él se aferraba a la vida pero no pudo
resistir los efectos del poderoso veneno; le tocó el pulso y nada, puso el oído
en el corazón y nada……
-¡Teodoroooooo...amigo mío..! gritó estremecido Macahuachi – Por qué te has ido
mi querido amigooo...! Al escuchar estos gritos desesperados los que moraban en
la humilde vivienda ribereña acudieron a dicho lugar y encontraron este triste
cuadro.
Pronto brindaron socorro a
Macahuachi, cubrieron el cadáver con una sábana, buscaron apoyo de más
personas, quienes con ese noble corazón solidario estuvieron prestos para
brindar su desinteresada colaboración.
Tres hombres partieron por tierra
llevando la trágica noticia a los familiares de Teodoro y dos hombres más, remo
en mano empezaron a bogar indesmayablemente por el caudaloso Huallaga, los
rápidos de San Antonio pasaron en horas de la madrugada y al promediar las
cinco de la mañana, cuando los rayos aurorales de un nuevo día se hacían
presente, la canoa estuvo atracando en el puerto de Asunción, pueblo natal de
Teodoro.
Todos estaban a la expectativa,
Teodoro se ganó la simpatía del pueblo por sus buenas acciones y todos le
estimaban; hubo gran tumulto de gente, todos acudieron a recibir al cadáver.
Dorila, su adorada mujer, la de la sonrisa juguetona, y la de los enroscados
pelos que cubrían su faz virginal, al observar al hombre que tanto amó, se
desmayó intempestivamente, no aceptó la realidad y no creía lo que sus ojos
veían. Todas sus esperanzas cifradas en su amoroso marido se esfumaron, su
alegría se había ido para siempre como caen las hojas en la corriente del agua,
río abajo; el sol se le había llevado sus tardes que le quedaba en vida; ahora su
pan es el pan de la soledad y su copa está llena del vino del recuerdo que
quiere beber a solas.
La luna que colgaba del cielo
seguía alumbrando con su luz plateada.
REFLEXIÓN.
Muchas
veces los grandes hombres cometen graves errores que repercuten significativamente
en el ámbito nacional e internacional. Transgredir las reglas naturales de la
selva amazónica por error u omisión hasta puede causar la muerte.
GLOSARIO DE TÉRMINOS
A
AHUMADO: Pescado sometido al fogón sin sal.
ALCUZA: Mechero.
ANGUILLA: Pez eléctrico.
ATUN COCHA: Laguna de la selva.
AYAÑAHUI: Ojo de muerto. Insecto que emite luz intermitente.
AYAYMAMA: Ave de la selva cuya leyenda refiere el abandono a dos
hermanos en la montaña, convirtiéndose en aves.
B
BUFEO: Delfín del río.
C
CAMUNGUY: Ave parecida al pavo, posee una especie de pitones córneos
en las alas.
CAÑO: Especie de quebrada con poca cantidad de agua.
CAPIRONA: Árbol alto, espigado y corpulento de tronco liso.
CARACHUPA:Armadillo.
CATAHUA: Árbol de la selva de sabia venenosa. Del tronco confeccionan las
canoas.
CENTAVO HUASCA:Semilla similar a la moneda.
CENTRO: Lugar donde practican la caza. Restinga.
COCHA: Laguna. Lago.
COLPEAN: Reunión de animales para tomar agua.
COMPONER: Eviscerar.
COPAIBA: Árbol del cual extraen un aceite medicinal con propiedades
cicatrizantes.
COTO MONO: Especie de mono de la selva. Se caracteriza por ser gritón.
CUNGA: Cuello.
CUÑUSHCA: Mezcla del masato con jugo de caña hervidos.
CURARINA: Antídoto contra la mordedura de víboras.
CUSNINA:Aparato de madera que sirve para secar carne en el fogón
CH
CHACNADO: Atadura que une las cuatro patas de los animales.
CHAPANA: Barbacoa para esperar a los animales para la caza.
CHICUA: Ave agorera.
CHIPURANA: Río de la selva sanmartinense.
CHOLOQUE: Semillas en formas de bolas de color negro.
CHOLOQUÍN: Nombre de un perro negro.
CHULLACHAQUI: Pies desiguales. Demonio del monte.
CHURO: Molusco.
CHUSHUPI: Nombre original de la Shushupe. Temible víbora de la selva amazónica.
DILIGENCIA: Acción de pescar o cazar
F
FARIÑA: Yuca fermentada granulada.
FASACO: Pez que abunda en las cochas.
H
HUAYRURO: Semilla de color rojo y negro.
HUINGO: Totumo.
HUINGO CAÑO: Quebrada
I
IZANA: Tallo de la flor de la cañabrava.
L
LLULLO: Bebé.
M
MACAHUACHI: Apellido nativo
selvático.
MAJÁS: Roedor de carne muy agradable.
MALIGNO: Alma en pena. Avecilla que canta en las montañas.
MANTA BLANCA: Mosquitos que
succionan la sangre.
MASATO: Bebida selvática elaborada a base de yuca sancochada y
fermentada.
MIJANO: Avalancha de peces en migración río arriba, para desovar.
N
NAVARRO: Población en la provincia de San Martín, capital del distrito de
Chipurana.
Ñ
ÑAHUI: Ojo.
O
OJÉ: Árbol del cual extraen la resina que sirve de purgante.
OPERA: Que influye negativamente, especialmente en el recién nacido.
P
PANGO: Sancochado.
PAPAPLAYA: Distrito de la provincia de San Martín.
PASAR: Estar a cargo de algo.
PEJE NEGRO: Peces de las cochas de la selva.
PELEJO: Perezoso.
PUCA CUNGA: Gaznadora. Ave de carne sabrosa de cuello
colorado.
R
RESTINGA: Terreno alto, exento de inundaciones.
RUMO:Yuca.
S
SAJINO: Jabalí.
SACHA VACA: Tapir.
SANGAPILLA: Pequeña planta de flor muy aromática.
SHANSHO: Ave parecido a la gallineta.
SHESHA: Apelativo de César.
SHUYO: Una de las especies de peces de las cochas
Amazónicas.
SIRICAIPE: Cigarrillo elaborado con hojas de tabaco remojado en aguardiente y
exprimido a gusto del fumador.
T
TAHUAMPALES: Pantanos.
TAHUARÍ: Árbol de madera muy dura.
TAMAMURI: Árbol de corteza medicinal.
TIMELA: Ave zancuda de pantano.
TIPISHCA: Centro poblado del Bajo Huallaga-San Martín.
U
UNCHALA: Ave de pantano de vistosos colores.
V
VACA ÑAHUI: Semilla parecido al ojo de la vaca.
VOTOS: Entrega de especies comestibles al término de la fiesta
Patronal.
Y
YANACOCHA: Laguna con aguas negras.