LUIS HERNAN RAMÍREZ
En la Academia Peruana
de la Lengua
En
acto de justo reconocimiento la Academia
Peruana de la
Lengua recibe hoy en su seno al doctor Luis Hernán Ramírez, vitalmente consagrado al
estudio de las estructuras y las excelencias
del idioma y profesor de Lingüística de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos. Ya había tenido
trato familiar con la poesía, cuando inició sus estudios en nuestra vieja
casa. En tempranas estaciones de su
especialización fue requerido para impartir sus enseñanzas en la Universidad “San Cristóbal”,
de Huamanga: La Universidad Nacional
de Educación; la
Universidad “San Luis Gonzaga”, de Ica; y la Universidad
Particular ”Ricardo Palma”.
Pero lejos de encandilarse con la relativa preeminencia del magisterio,
buscó perfeccionamiento de su formación científica en el Instituto Caro y
Cuervo, de Bogotá, o en los cursos que siguió en Montevideo y México. Y aun
después de obtener el doctorado el 5 de enero de 1967, asistió a un curso de
Lingüística Española en Málaga; y durante dos años tuvo oportunidad de
compartir tareas con los especialistas del prestigioso Instituto de Lingüística
de la Universidad
de Bucarest. Por tanto, no incurrimos en
una formalidad, ni en acto de mera cortesía si expresamos nuestra confianza en
la fecunda colaboración que a nuestra Academia ha de reportar la incorporación
del doctor Luis Hernán Ramírez.
Desde
sus juveniles Poemas de Soledad y Sombra
(1958), la creación lírica de Luis Hernán Ramírez se ha volcado sólo en dos
compilaciones, cuya relativa brevedad sugiere cierto carácter antológico, a
saber: Sobre el Dorso de la Noche (1965) y Piel o Sombra Amada (1973). No obstante los dilatados espacios
temporales que separan la aparición de
tales poemarios, y las naturales alteraciones que en su tesitura obedecieron a
los procesos psicológicos y verbales, puede advertirse en ellos una línea
expresiva e indudable coherencia anímica; o, mejor dicho, una vocación. Fue testimonial, discursiva, fluidamente
propicia a la asociación de imágenes descriptivas y matices:
Ahora
puedo ver el paisaje vertical de los sueños
Puedo
ver un ángel enredado en la lluvia
o
la estrella que canta incrustada en el espejo,
o
la fruta madura entre palomas caídas;
puedo
ver la rosa nacida en tu costado,
ver
la luna herida en la mitad de la noche.
o
la noche herida en la mitad de la luna;
puedo
ver todo esto y aprender el canto de los pájaros,
llegar
al borde del agua y saltar a tus ojos,
o
caer hacia la luz en cada tarde.
Y
se torna sobria, decanta y recata la declaración sentimental, evita la
adjetivación el cual suelen descomponerse las honduras del alma, para depurar
el recuerdo y presentarlo en su más ingenua sencillez:
Entre la hierba
Y la tarde
el
cielo
se desgrana
Y suelta
sus espigas
de besos como llanto
o pez inagotable.
Pero a través de sus variaciones métricas, y su mayor o
menor abundancia retórica, las mismas afinidades o inquietudes asoman
porfiadamente, y confieren a la palabra un temblor característico.
Su eje, su voz tácita y casi soterrada, es quizá su
rebeldía existencial. No es diferente a
la implícita rebeldía que ante las imperfecciones de la vida volcó a los
místicos hacia un ideal ultraterreno; ni a la expresada por los románticos en sus lamentaciones
contra el dolor y la injusticia; ni a la alentada por los modernistas en su
viril orientación a la vida, tras el cansancio que en su ánimo forjaron los
crepúsculos y la afectación esteticista;
y así como en los albores del presente siglo pudo incitar al poeta a retorcerle
el cuello al cisne, tal vez para apurarlo a emitir la premonitoria tristeza de
su canto e inaugurar una plena afirmación de la euforia creadora y el optimismo
vital; así, según Luis Hernán Ramírez. “hay
que torcerle el cuello al mundo” y, en tanto que basta esa frase para definir
la condicionante influencia que nuestro tiempo ejerce en su sensibilidad, se
podrá advertir que sólo cautelosamente
la deja aflorar en algunas disonancias de su mensaje lírico. Pero prefiere sofocar la efusión de aquella
rebeldía, para hacerla fluir mediante otras formas de comunicación, y preservar
la unidad temática de sus poemas. Dice:
Hombre de amor,
de íntimos paisajes;
hombre de paz,
de rocas augurales;
urge tu palabra
feroz en la pelea;
urge tu puño
en la feroz contienda,
tu cadáver herido
en el temblor del cielo,
tu corazón abierto
en los cantos del alba.
Fácilmente destacan las vivencias, que el curso del
tiempo y el espacio han sido las más fecundas fuentes de poesía, y a las cuales
confieren originalidad las circunstancias personales del poeta. Fundamentalmente el amor y la belleza; y a su
lado los sentimientos familiares, la naturaleza, la vida. La tristeza y el dolor parecen pasar de
soslayo, muy discretamente, para dar énfasis a la afirmación de la alegría y el
placer. Y el complejo anímico, en frases
tenues, luce su integridad a través de los relieves prismáticos de la
imaginería:
He descubierto
tu nombre
en el perfil
de una rosa,
ruiseñor
de puro labio,
relámpagos
y almendras,
o tarde mutilada
de pasos y poemas.
Sus esencias nos dicen que la poesía de Luis Hernán
Ramírez es para ser musitada antes que dicha.
Fruto de sublimadas evocaciones y
acendrados fervores, es tierna, sugerente, cálidamente humana.
Por motivaciones académicas, o por el deseo de
aproximarse a los valores históricos de algunos escritores, Luis Hernán Ramírez
ha cultivado dos orientaciones diferentes en sus estudios literarios. La primera aparece en las dos tesis que
presentó el la Facultad
de Letras de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, para optar los grados de Bachiller en Humanidades y Doctor
en Literatura y que se hallan consagradas a
Estilo y Poesía de Javier
Sologuren (1967) y El Epíteto en la Poesía de León de Grieff
(1969), respectivamente. Y la segunda en
los ensayos que ha dedicado a José
Carlos Mariategui, al poeta búlgaro Níkola Vaptzarov y al magistral humanista
Andrés Bello.
Las mencionadas tesis inciden en los procedimientos
estilísticos, mediante los cuales realzan sus concepciones los poetas a quienes
se refieren: ya, eludiendo el arte que en sus composiciones despliega Javier
Sologuren, mediante la utilización de ciertos ritmos, la adjetivación, la
enumeración destinada a describir el orden o el caos, la comparación, la
representación del tiempo, las nuevas formas conceptuales, y el simbolismo
intencionalmente embozado tras las menciones paralelas; ya en las formas de relieve que logra el
colombiano León de Grieff, en virtud de la anteposición o la posposición de los
epítetos, las versátiles asociaciones de sinónimos o antónimos, la sucesión
seriada de varios en los cuales representa cualidades de un mismo objeto o
movimiento anímico, y, en general, el uso innovadoramente enderezado
a la caracterización o a la descripción del tema poético. Unas veces con
notoria agudeza, o a manera de simple sugerencia, tiende a destacar los
secretos de la creación, la espontánea habilidad o el artificio premeditado, la
fácil emisión del discurso o la esforzada búsqueda de efectos rítmicos. Y por inferencia, o por asociación
simpatética, halla el mundo que el poeta elude o que subyace bajo la magia de
su palabra encantada. Pero el mero
desvelamiento de los recursos escrutados e individualizados por la retórica,
puede inclinar a creer que la taumaturgia lírica de Javier Sologuren o la
angustiada existencia de León de Grieff se han reducido a un juego verbal;
y echamos de menos una cordial
insistencia en la significación de los perfíles oníricos o las recónditas
tensiones de esos poetas traducen en sus respectivas. La retórica es sólo oficio. Y tras de ella es
preciso ver al hombre que se nutre y lucha, que siembra y enseña, que ama y
sueña.
Muy diferentes son los ensayos en los cuales destaca Luis
Hernán Ramírez algunos aspectos de la vida y la obra de algunos escritores
representativos, porque no se limitan a escrutar en las formas de su estilo, o
a definir algunos secretos de su originalidad.
Y, apoyándose virtualmente en una previa aceptación de su eminencia, ha
incidido en alguna faceta que los distingue.
Así ha examinado los artículos que José Carlos Mariategui dedicara a las
corrientes literarias y a los escritores de su tiempo, y ha destacado los
juicios que formulara en torno a su ubicación social e ideológica, así como la
trascendencia de la obra que cumplieron.
Ha trazado la viril oposición de Nicola Vaptzarov contra la barbarie
desplegada por el fascismo en su país y la exultante eclosión de su
poesía. Y en los magistrales trabajos de
Andrés Bello ha dado preferencia a la lingüística y a la literatura, para
mostrar la permanencia de sus enseñanzas y la señera estatura de su
personalidad.
Por la trémula y sugerente intensidad de su labor
creadora, y por el rigor de los análisis en los cuales ha sabido destacar
valores y proyecciones de señeras obras literarias, la Academia Peruana
de la Lengua
acoge auspiciosamente al doctor Luis Hernán Ramírez. Y a través del diálogo, enderezado a
esclarecer motivaciones y afinidades del habla y el estilo, espera avivar esas
inquietudes que en los umbrales de la conciencia insinúa o define la palabra
precisa, grávida, bella. La palabra que
entraña la angustia, la esperanza y la dignidad del hombre. Y que en las tenues luces del crepúsculo o
del alba de nuestros días puede anunciar la plenitud.
DISCUSO DE RESPUESTA DE DON
ALBERTO TAURO DEL PINO EN EL ACTO DE INCORPORACIÓN A LA ACADEMIA PERUANA
DE LA LENGUA.
- Publicado en el Boletín de la Academia Peruana de la Lengua No.16 - Lima, 1981